En la semana los números de las cuentas nacionales ratificaron la recuperación económica que observábamos en el tercer trimestre del año en relación con el inmediatamente anterior. Los meses de abril-junio fueron los que mayor impacto de la cuarentena tuvieron, por lo cual era natural observar en los datos de producción un fuerte rebote durante el tercer trimestre el que finalmente se ubicó en 12,8%. Sin embargo, en la comparación interanual, la economía argentina se encuentra 10% por debajo del nivel que se verificaba en los meses de julio-septiembre de 2019.
Más allá de los datos agregados, un aspecto que sobresale y enciende alarmas al momento de pensar en la sostenibilidad de esta recuperación y la posibilidad de convertirse en algún momento del mediano plazo en una dinámica de crecimiento económico es la dinámica de las exportaciones. Las ventas de bienes y servicios al exterior fue el único componente de la demanda agregada que continuó contrayéndose durante el tercer trimestre, mientras que tanto el consumo como la inversión reflejaron tasas de rebote muy importantes.
Esto implica que las ventas de bienes y servicios de Argentina al exterior fueron durante los meses del tercer trimestre más bajas que en el peor momento de del aislamiento obligatorio, lo que da cuenta de una deterioro significativo: lo esperable, naturalmente era observar al menos una pequeña recuperación. De esta manera, y luego de tres trimestres consecutivos de crecimiento en 2019, las exportaciones anotan tres trimestres contractivos.
La preocupación viene desde el punto de vista del balance externo y la presión que persiste sobre el mercado de cambios. Si las ventas externas no logran cortar la racha bajista y comenzar a creer, entonces la inconsistencia de la recuperación continuará agravándose y la “falta de dólares” se expresará en un salto cambiario y una aceleración inflacionaria. Parte de esto ya se observa en los mercados paralelos, pero esta dinámica estaba más explicada por una abundancia de pesos (como consecuencia de la monetización del déficit fiscal) que por una falta de dólares. En los próximos meses, de no mediar cambios en el comportamiento de esta variable, ambos fenómenos podrían potenciarse para amenazar e interrumpir la recuperación económica.
Simultáneamente con los datos de las cuentas nacionales, se conoció el estado del mercado laboral en el tercer trimestre del año. En relación al trimestre anterior, aunque estacionalmente no sean directamente comparables, se registró una recuperación parcial de la tasa de empleo y una reducción de la tasa de desempleo. De todas maneras, ambas variables están en peores niveles que el año pasado.
Al igual que en el segundo trimestre del año, la tasa de desempleo no logró captar en su totalidad la destrucción de puestos de trabajo que ocurrió en la economía como consecuencia de la crisis sanitarias y las estrategias de aislamiento y distanciamiento. Esto ocurre por una sencilla cuestión metodológica. Una persona, para ser considerada desempleada, no solo tiene que estar desocupada, sino que tiene que estar activamente buscando un empleo. En momentos, como el actual, donde la búsqueda de empleo se dificulta por el aislamiento se observa una caída muy fuerte de la tasa de empleo, pero sin un correlato de igual magnitud en el crecimiento de la tasa de desempleo. En lugar de ser contabilizados como desempleados, esos trabajadores que perdieron su ocupación, pero no están buscando otro puesto momentáneamente son considerados inactivos.
Este detalle metodológico es importante a la hora de interpretar correctamente la dinámica del mercado laboral. Al corregir los cálculos de forma tal de considerar desempleado a todo aquel trabajador que haya estados desocupado durante el tercer trimestre del año, encontramos una tasa de desempleo que supera el 20%. Este guarismo refleja de forma más fehaciente el verdadero drama que caracteriza al mercado laboral argentino en este 2020. De todos modos, replicando esta forma de cálculo para el segundo trimestre del año, nos encontramos con una tasa de desempleo del 30%, lo que indica que, al unísono con la recuperación del PBI, el desempleo “invisible” ha bajado notoriamente durante los últimos meses, aunque se encuentre en niveles récord. Haciendo una comparación de largo plazo, en el peor momento de la crisis del año 2002, la tasa de desempleo había alcanzado el 21,5% y corrigiéndola por el efecto de la inactividad llegaba al 23,4%.
La destrucción de empleo, que supera los 2 millones en comparación con igual período del año pasado, se ha concentrado principalmente en el segmento de los asalariados no registrados (los conocidos como empleados “en negro”), que en comparación con el tercer trimestre del año pasado han disminuido en casi 1,4 millones de trabajadores, es decir, una caída del 30% interanual mientras que del universo total de ocupados la disminución es del 10,7% interanual. Tradicionalmente, el empleo asalariado informal se concentra en unidades productivas pequeñas y con una menor capacidad de soportar impactos como el de este año, por lo que la fuerte caída en este segmento del mercado laboral podría estar indicando indirectamente la desaparición de una parte importante de este universo de empresas. Estas secuelas perdurarán en el mediano plazo y explicarán en gran medida la demora que enfrentará la economía argentina para volver a funcionar en niveles similares a los previos a la pandemia.
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