Los
memoriosos recordarán la conocida frase que inspira el titulo de esta nota.
"Y Péguele Fuerte, déle con todo" era el título de un jingle
publicitario de los años setenta que, haciendo un juego de palabras con las
iniciales de YPF, estaba destinado a la promoción de la compañía
petrolera.
Los tiempos cambiaron y ahora aquel "Y Péguele Fuerte,
déle con todo" mutó sin ruborizarse al "Y Péguele Fuerte, vamos por
todo" y como al pasar, le pegamos, también, a la seguridad jurídica.
Es que, finalmente, el borrador de proyecto de ley que había
circulado la semana pasada era cierto: la Sra. de Kirchner anunció por cadena nacional, en
un extenso "Aló Presidenta", la estatización de YPF.
La presidente se preocupó por distinguir: según ella, no es
una estatización porque la compañía seguirá siendo una sociedad anónima.
¿Piensa lo que dice o quiere tomarnos el pelo?
Poco importa la forma societaria si la propiedad de una
empresa es total o mayoritariamente del Estado: es una empresa estatal.
Claro esta que esto encierra una de las tantas trampas que
contiene el proyecto legislativo, porque las empresas estatales propiamente
dichas están sujetas a controles del Estado muchísimos más rigurosos que
las sociedades anónimas, aún cuando éstas tengan mayoría estatal.
Cristina Kirchner y su marido fueron los más entusiastas
propulsores de la privatización de YPF durante el gobierno de Menem. Claro,
¿cómo no iban a apoyar esa ley si a cambio se les pagaron las jugosas regalías
que desde entonces son los llamados "fondos de Santa Cruz", de
misteriosa travesía por paraísos fiscales de diversos lugares del mundo, y de
los que jamás rindió cuenta el difunto Eternauta?
Después, ya con ellos en el gobierno nacional, los Kirchner
impulsaron la "argentinización" de una parte de YPF, es decir, la
kirchnerización, porque se le vendieron las acciones a un amigo o socio de
Kirchner, Enrique Eskenazy, que no puso un peso para adquirirlas, ya que las
fue pagando con las utilidades de la empresa y que, ahora, sugestivamente ha
salido indemne de esta expropiación. Su paquete accionario del 25 % esta
intacto. Así funciona el capitalismo de amigos.
Y ahora llega la ¿última? estocada, con esta estatización
improvisada, que ya el gobierno español calificó de hostil, y que por la forma
prepotente de ser realizada y por el casi seguro intento de no pagar por ella
lo que corresponde, no hará otra cosa que reforzar el aislamiento de la Argentina y ahuyentar
aún más a los inversores.
El populismo festeja, pero no hay nada que festejar. De lo
que se trata es de extraer el petróleo y el gas, distribuirlo y venderlo a
precios accesibles, con una oferta abundante y sostenible. Y todo indica que
ese objetivo está hoy más lejos que nunca de alcanzarse.
Es patético que se hable con tono épico de la
"soberanía hidrocarburífera" cuando fue por responsabilidad exclusiva
de los Kirchner que el autoabastecimiento petrolero que la Argentina había
alcanzado se despilfarró en estos años.
Es curioso que en medio de esta euforia chauvinista no se
señale que la errática política energética de los señores de El Calafate es la
que nos condujo a la crisis que nos agobia en este segmento económico,
obligándonos desde 2004 a importar combustibles por 14000 millones de
dólares anuales.
Ellos privatizan, ellos estatizan, y siempre los villanos
son los otros.
Cada país decide si sus empresas petroleras son estatales,
privadas o mixtas si hay una sola ("de bandera", podríamos decir) o
se admiten varias.
Pero lo importante no es la propiedad de esas empresas, sino
la política energética. Para decirlo en términos de Deng Xiao Pin, el lider que
terminó con el maoísmo en la economía china y la abrió a formas capitalistas,
no importa si el gato es blanco o negro sino si caza ratones.
Y en la Argentina , YPF no caza
ratones, es decir, no extrae todo el petróleo ni el gas que necesitamos.
Pero no se trata sólo de YPF, que no participa más que en un
tercio de la actividad del sector, sino de un problema general, porque a las
demás empresas les pasa lo mismo.
Entonces, hay que preguntarse por qué perdimos con los
Kirchner el autoabastecimiento. La respuesta es que ello ocurrió por pésimas políticas
que, sobre, por precios artificialmente bajos no alentaron esas inversiones.
Si además hubo vaciamiento, si hubo prácticas corruptas por
parte de Repsol, es algo que deberá determinar la justicia, y si lo determina
los principales responsables serán los Kirchner. Y aquí se nos plantean algunos
interrogantes: Porqué si Repsol y los Eskenazi vaciaron la empresa, se expropia
solo el paquete accionario del primero? Porqué si como lo denunció Kiciloff la
compañía española se quedó con 9.000 millones de dólares que no le
correspondían mientras desaprensivos funcionarios aprobaban sin chistar los
balances de la empresa? Porqué tal latrocinio no fue denunciado por la Presidente en su hora?
Sucede que en la Argentina la voluntad del gobernante está por sobre
el imperio de la ley, a la cual se somete únicamente cuando el oportunismo
político se lo aconseja.
Así, también, sucedió, en este caso. Huérfano de
atribuciones para intervenir intempestivamente la empresa y carente de toda
decisión judicial que, ante tal falencia, lo habilitara, el gobierno apeló a
sancionar un decreto de necesidad y urgencia, inaplicable jurídicamente en el
caso, a la par que enviaba un proyecto de ley de expropiación sin indemnización
alguna, en clara violación a la Constitución Nacional.
Mientras ello ocurría viabilizaba “de facto" y a los
empellones la intervención de la empresa, curiosamente aplicando una norma
sancionada durante la última dictadura militar.
Hacia adelante se requieren reglas claras, seguridad
jurídica, confiabilidad, marcos regulatorios previsibles, posibilidad de
realizar actividades lucrativas. En fin, todo lo que es fácil suponer que no
habrá, si nos atenemos a las palabras de Kiciloff quien calificó de
"concepto horrible" el término "seguridad jurídica", al
cual, seguramente, los jóvenes "camporistas" ven como un “prejuicio
burgués”.
YPF ya es nuestra, para felicidad de un nacionalismo barato
que hoy aplaude entusiasmado la medida. Y será, también, nuestro por muchos
años el desabastecimiento.
(*) El autor es abogado y periodista