Tras los triunfos en elecciones provinciales, en el peronismo crece la percepción de que, bajo ciertas condiciones, la sociedad es tolerante a la inflación
Tal vez se transforme en un caso de estudio para los politólogos del mundo, acostumbrados a que los oficialismos siempre pierden cuando la economía va mal y, particularmente, cuando se producen picos de alta inflación. En Argentina, en cambio, las elecciones provinciales están demostrando que aun con una inflación mensual superior al 8% es posible persuadir a los votantes.
Es más: las victorias fueron más holgadas de lo esperado, y se produjeron después de campañas en las que la oposición había elegido el tema de la suba de precios como "caballito de batalla".
El fenómeno sorprende a los analistas: hoy la inflación pronosticada por la encuesta REM es de 120% anual, el doble de los que el ministro Sergio Massa había proyectado. En otro país, ya ese solo dato podría implicar una derrota segura.
Sin embargo, en Argentina siempre aparecen peculiaridades. Por lo pronto, los gobernadores peronistas que comentaron con el ministro las situaciones internas en sus provincias les dieron un diagnóstico diferente del que suelen hacer los politólogos: persiste cierta tolerancia social respecto de la inflación, siempre y cuando se den algunas condiciones. Principalmente, que se mantenga la estabilidad en el empleo, que no haya un enfriamiento súbito de la actividad productiva y, naturalmente, que haya calma en el frente del dólar.
Por eso, no resulta un dato menor el hecho de que los triunfos provinciales más resonantes, como los de La Rioja y Salta, se hayan producido justo después de que Massa hubiera logrado sofocar la corrida cambiaria que en apenas dos semanas de abril empujó al dólar blue un 25%.
Esa situación confirmó lo que, desde hace tiempo, todos los peronistas tienen claro: la contracara de la tolerancia a la inflación es una absoluta intolerancia a la volatilidad cambiaria, y por eso la prioridad de la política económica pasó a ser la estabilización del dólar hasta la elección, con medidas de emergencia como el auxilio financiero del FMI y el swap de monedas con China.
Es algo que a los más veteranos les hace recordar otros momentos de la historia reciente, como la campaña de 2011, en la que también había una inflación más alta que en el resto de la región, pero el contexto era de férreo control cambiario, desempleo en descenso y niveles de consumo altos.
Desempolvando la receta de los "días felices"
Lo cierto es que las lecciones de aquellos años están siendo releídas e interpretadas en estos días por los estrategas del peronismo. Una década atrás, había claridad respecto de que el mayor trauma social no era el de la hiperinflación de los ’80 sino el del hiperdesempleo que había dejado la crisis del 2001.Por eso, los analistas coincidían en que cualquier candidato que planteara algo parecido a un ajuste tradicional sería inmediatamente rechazado por el electorado. Se podía tolerar la inflación siempre que hubiera trabajo y que los salarios acompañaran el ritmo de los aumentos.
De aquella época, quedaron frases como esta de Hugo Moyano: "Prefiero esta inflación antes que la deflación de la década del noventa, cuando se cerraban establecimientos o se perdíanconstantemente fuentes de trabajo".
Era la evidencia de que la inflación era considerada un "mal menor" que se podía aceptar si el empleo y el consumo iban en ascenso. Como dirían los economistas, había consenso sobre la "curva de Philips" que establece una relación inversa entre inflación y desempleo.
Ahora también se observan cifras relativamente satisfactorias en el ámbito laboral. Como se encargan de machacar los discursos de los funcionarios: con un 6,3% de la población económicamente activa, la desocupación está en uno de sus niveles más bajos en décadas.
Sin embargo, que esa cifra tiene su "letra chica": la creación de empleo del sector privado en relación de dependencia es baja, mientras la mayor parte de la mejora laboral se dio en el cuentapropismo de los monotributistas o en el sector informal. De hecho, ya son 3,5 millones los trabajadores "no asalariados".
"Los ingresos de los argentinos van hacia un terreno de pérdida muy grande. Las paritarias ya no son espejo de nuestro clima social. Hay mucha gente no registrada e informal que no llega a fin de mes. Además que la formalmente registrada como asalariada hay una porción que también es pobre", afirma Damián di Pace, director de la consultora Focus Market.
Y ese es "dedo en la llaga" de la estrategia electoral peronista 2023: aun con un esquema de paritarias que busque empardar a la inflación con revisiones casi a ritmo mensual, hay un vasto sector que históricamente formó parte del electorado peronista con el cual es difícil establecer conexión.
Es lo que lleva a que los referentes kirchneristas se muestren críticos de la cúpula de la CGT, que mantiene una alianza con Massa, prácticamente no ha tomado medidas de fuerza y centró sus esfuerzos en mantener bien aceitadas las paritarias. Desde el punto de vista del kirchnerismo, esa actitud ha llevado a una "pérdida de representatividad", en la que abrevan las nuevas corrientes políticas liberales como la que lidera Javier Milei.
Fuga al consumo, a medias
Claro que la estructura laboral del país no es un tema que se pueda corregir en el corto plazo, al calor de una campaña electoral. De manera que la herramienta que queda a mano para intentar la repetición de una buena performance electoral, aun en un contexto inflacionario, es la de un aumento en el consumo.
Economistas de alto perfil, como Carlos Maslatón, suelen repetir en los medios que la economía argentina está por experimentar un rebote y que la inflación no será un obstáculo sino que, por el contrario, será el factor que impulsará la reactivación.
Durante años los economistas y sociólogos observaron cómo se producía el fenómeno aparentemente contradictorio de una actividad comercial creciente aun en plena aceleración de precios. La explicación, en realidad, es simple: se trata de la "fuga al consumo", o en términos técnicos la "caída en la demanda de dinero".
Se trata de la reacción de los trabajadores para convertir sus pesos rápidamente en mercadería, de manera de adelantarse a una erosión futura de los ingresos.
De momento, ese tipo de consumo "en modo defensivo" sólo se está dando parcialmente. Se observa en la compra de electrodomésticos, en la de autos y en la de material para la construcción, así como en algunos rubros de servicios ligados al esparcimiento y el turismo.
Como afirma Guilllermo D’Andrea, experto del IAE Busines School: "El razonamiento del consumidor es: ‘Hace rato que el hornito venía fallando; lo compro antes que siga subiendo, y en cuotas termino pagando la mitad’".
Y destaca situaciones como las del rubro automotor: "sostiene ventas gracias a la restricción de importaciones, y a valores que al cambio resultan convenientes para quien aún conserva algún ahorro en moneda dura, o puede juntar algún saldo que no alcanza para una inversión mayor. La prioridad es defender el valor antes de que se deteriore solo".
Las estadísticas parecen confirmar esa afirmación: en el primer cuatrimestre del año, la venta de autos "cero kilómetro" subió un 11,6% respecto del año pasado. Y Ricardo Salomé, presidente de la asociación de concesionarios, se fijó el objetivo de llegar a 420.000 unidades vendidas, después de haber conseguido 407.000 el año pasado.
Son cifras modestas en comparación con los años récord, como el 2013 con un millón de autos nuevos, pero lo que manifiestan desde Acara es que lo que frena la venta no es la demanda sino la dificultad de mantener una oferta acorde, dadas las dificultades derivadas de la escasez de dólares.
Lo cierto es que índices como el de la confianza del consumidor, que mide la Universidad Di Tella muestran una leve recuperación en la disposición a la compra de bienes durables, aun cuando los encuestados manifiestan que su situación personal viene empeorando.
Entre los datos que miran con lupa los estrategas del peronismo se encuentra los de la actividad gastronómica y turística, rubros históricamente asociados a "los días felices" de los gobiernos peronistas.
Sin ir más lejos, el fin de semana largo del 25 de mayo hubo un movimiento turístico de 1,3 millón de personas, que gastaron por un volumen de $47.433 millones, según la estimación de CAME. El informe de la agremiación destaca que en comparación con el mismo fin de semana largo de 2018, el aumento de la actividad fue de 51,7%.
Pero claro, también están los datos que muestran con crudeza la dificultad para mantener el consumo en los rubros de primera necesidad. Según el relevamiento de la consultora Focus Market, en lo que va del año se registra una caída real de 8,2% en los supermercados.
Mientras tanto, sectores como el de la indumentaria, muestran caídas de venta a un ritmo de 10% interanual, según la encuesta de CAME.
Medidas oficiales y escepticismo
En este contexto, la apuesta electoral que se plantea en este momento el Gobierno es el de transformar el miedo a la inflación en un movimiento consumista. No por casualidad, Massa dedicó sus esfuerzos de los últimos días a tomar medidas que mantengan alto el consumo -como la negociación con los bancos por los topes a la compra con tarjeta de crédito-.
Y los números demuestran que esa preocupación está justificada: los últimos datos sobre préstamos al consumo marcan la continuidad de la tendencia contractiva. En abril -con inflación del 8,4%- el consumo mediante tarjetas de crédito cayó un 2,8% real respecto del mes anterior, según estimó la consultora LCG.
La pelea del Gobierno por impulsar el consumo financiado tiene todavía final incierto: los consumidores están notando desde hace meses cómo en varios rubros de negocio se hace un recargo de 10% si el comprador pide para pagar con tarjeta de crédito. Y en pequeños negocios de barrio directamente se está dejando de aceptar el plástico, con el argumento de que la combinación de alta inflación, comisiones bancarias y demora en la acreditación del pago, el vendedor termina perdiendo.
"Es una reacción natural en este entorno de aceleración inflacionaria", admite un gerente de uno de los mayores bancos privados, aunque aclara que esa reducción en el uso de tarjetas de crédito todavía no llegó a una magnitud que la transforme en un tema de preocupación para los bancos.
Los economistas se muestran más pesimistas: "Si bien podrían observarse períodos con una mejora producto de políticas aisladas de fomento al consumo como el ‘Ahora 12’, la aceleración de los precios y una tasa de interés real positiva impactaría en los precios finales de los productos a financiar, por lo que su efecto reactivador estaría acotado en la medida que no se dé una recuperación del poder adquisitivo, algo que posiblemente no ocurra en el corto plazo", observa el último reporte de LCG.
Mientras tanto, el peronismo se prepara para absorber el golpe anímico de nuevos registros de inflación alta -los economistas hablan de un 9% para mayo- y desempolva el viejo manual, donde la consigna, parafraseando a la célebre frase de los asesores de Bill Clinton, es clara e indiscutible: "Es el consumo, estúpido".
iprofesional