La triste realidad de la Argentina ofrece un territorio sumamente atractivo para que los “genios de la economía” dejen volar la imaginación, y estudien el problema como si se tratara de un experimento de laboratorio y no un país en el que millones de personas sufren por las consecuencias de una política inepta y cruel.
Así, mientras que el desquiciado de Javier Milei hace campaña pregonando una dolarización imposible, que incluso desde su vereda ideológica es descalificada, desde Juntos por el Cambio se propone como posible solución permitir que tanto el dólar como otras monedas extranjeras circulen libre y legalmente en el país, conviviendo con el peso argentino.
Lo novedoso, según los partidarios de esta iniciativa entre los que destaca Patricia Bullrich, sería que permitiría efectuar toda clase de pagos, desde comprar un caramelo hasta pagar impuestos, con cualquier tipo de divisa, ya sea nacional o extranjera.
Desde ya, este esquema no es en realidad algo tan extraño. Es, básicamente, la misma metodología que se ha reproducido en países como Ecuador o Panamá para llevar adelante la dolarización total, mientras que en otros casos latinoamericanos, como los de Uruguay, Paraguay y Perú, las monedas nacionales circulan en armonía con el dólar.
La salvedad con respecto a estos antecedentes está, sin embargo, en las condiciones en las que se realizaron los cambios. A la larga, gracias a la estabilidad económica de la que gozaban estas naciones, los billetes locales se fortalecieron y se impusieron, mientras que el dólar quedó mayormente reservado a los pagos de los turistas.
No pasa lo mismo con la situación argentina: a simple vista salta a la luz que, en las condiciones actuales, la “libre circulación” terminaría en una corrida masiva hacia el dólar, causando un descalabro incluso peor que el actual. En definitiva, llevaría a una “dolarización de facto”, desordenada y caótica, debido a la prevalencia del billete verde sobre el peso.
Bullrich, obnubilada por estos espejitos de colores que le vende su economista de referencia, Luciano Laspina, encuentra el atractivo de esta propuesta en la posibilidad de ofrecer una alternativa menos delirante (a menos en los papeles) a la dolarización desquiciada de Milei.
Y el que aprovechó el revuelo para meterse de cabeza en el armado de esta teoría es una figurita no muy nombrada pero sí conocida, con un prontuario bastante caro para el país: se trata de Horacio Liendo, un ex funcionario acompañó al ex ministro de Economía Domingo Cavallo en 1991, cuando instaló la triste y descabellada Convertibilidad.
Para colmo, el caradura de Liendo afirma: “Ahora no es posible volver a un esquema como el de hace 30 años, porque lo primero que precisás es reservar. A lo que apunta es que la gente que ahorra en dólares, tanto dentro del país como del exterior, tenga muchas más facilidades para usarlo cotidianamente”, como si la Convertibilidad de Cavallo no hubiera terminado en un desmadre fenomenal.
Es decir que, en definitiva, no es más que otra propuesta recauchutada de los 90, y que si bien puede resultar novedosa y hasta más razonable que los dislates de Milei, en la práctica no es más que otra receta para el desastre.
agencia nova