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¿Podemos seguir invirtiendo en China? Por Didier Saint-Georges, miembro del Comité Estratégico de Inversión y Managing Director de Carmignac

 



Los mercados chinos de renta variable han sufrido una fuerte corrección en los últimos meses, con los grandes títulos tecnológicos en cabeza, debido a todo tipo de ajustes en su entorno, tanto monetario, como normativo o fiscal, decretados por las autoridades de Pekín. El apretón de tuercas provocó el pánico entre los inversores internacionales, muchos de los cuales llegaron rápidamente a la conclusión de que invertir en China se había convertido de repente en algo demasiado arriesgado.

Hay que admitir que, como inversor, hay motivos para inquietarse ante la multiplicación de decisiones unilaterales del Gobierno central, que castigan brutalmente a grandes grupos acusados de abusar de su posición dominante, a fintechs acusadas de no respetar las normas de protección de datos, a empresas de videojuegos acusadas de perjudicar la salud mental de los niños, etc. Más aún cuando este endurecimiento va acompañado de una política monetaria marcadamente restrictiva, en contraste con el apoyo que prestan los bancos centrales a los mercados occidentales. Y, para más inri, cuando además se produce junto a un ajuste de las condiciones crediticias, en las antípodas de las condiciones financieras históricamente favorables que prevalecen en Europa y Estados Unidos.

Desde un punto de vista estrictamente bursátil, ya sería una buena práctica preguntarse si este diluvio de malas noticias, que evidentemente no ha pasado desapercibido, no está ampliamente integrado en los precios del mercado. En ese caso, al haber dejado ya atrás lo peor, podría ser el momento de empezar a «comprar al son del cañón». Sobre todo porque los problemas de exceso de posición dominante o de uso fraudulento de datos personales no son exclusivos de China. El hecho de que en China se resuelvan con rapidez, aunque sea de forma brutal y autoritaria, quizá no sea en sí mismo más amenazante para los inversores que la espada de Damocles de una normativa más estricta que penderá sobre las cabezas de los gigantes occidentales de Internet en los próximos años. 

Pero desde un prisma más estratégico, quizá debamos ver en esta divergencia radical entre las principales orientaciones de política económica chinas y occidentales (o, al menos, estadounidenses), un nuevo campo de acción en el que cada uno de los dos modelos intentará demostrar su superioridad. Y no es seguro que China salga perdiendo en este aspecto.

Es cierto que las autoridades del gigante asiático han comprendido desde hace mucho tiempo (aproximadamente desde finales de los años setenta, bajo el impulso del timonel Deng Xiaoping) que la ideología política comunista debía hacer frente a la eficacia económica del modelo capitalista. Sin embargo, como las mismas causas producen los mismos efectos, la sociedad china ha experimentado un aumento considerable de las desigualdades a resultas de su espectacular desarrollo económico, y estas desigualdades no tienen nada que envidiar actualmente a las de Estados Unidos. El nivel de endeudamiento del país también está en su punto más alto. 

Para Xi Jinping, un presidente cuya autoridad no tiene parangón en el sistema político chino desde los tiempos de Mao, y que ostenta este cargo potencialmente de por vida según la reforma constitucional de 2018, hay que poner freno a estos abusos. De ello depende la legitimidad del Partido. Además, la ambición estratégica de China de reducir la dependencia de su crecimiento de las inversiones e impulsar su economía de consumo se ve obstaculizada por el aumento de las desigualdades. Esto se debe a que la propensión al consumo de los grandes patrimonios es escasa y explica en gran medida unas tasas de ahorro aún excesivamente altas. Por tanto, el objetivo de reequilibrar la riqueza hacia las clases medias, la «prosperidad común», debe entenderse también desde este prisma económico. 

Así, las recientes decisiones normativas chinas no deben verse como una imprevisible locura dictatorial —lo cual no es infrecuente en el universo emergente (sobre todo en Latinoamérica)— sino como una necesidad ideológica racional de corregir los «excesos» de un capitalismo demasiado abandonado a su suerte, aunque continúe siendo el sistema económico más eficiente. Por lo tanto, para los inversores es imperativo tener en cuenta estos resortes, que continuarán siendo la norma a partir de ahora en la era Xi. Aun así, con esta condición, sigue siendo perfectamente posible invertir en China. Porque el gigante asiático no desea debilitar la ventaja estratégica que constituyen sus líderes tecnológicos, ni quiere privarse de las vías de financiación que representan los inversores internacionales. La ambición ideológica de China desde el punto de vista económico es demostrar que las «características» del sistema político chino son capaces de aprovechar la eficacia del sistema económico capitalista sin sufrir sus excesos. 

La rivalidad ideológica entre China y Estados Unidos alimenta ahora una nueva «guerra fría», asumida como tal por ambas potencias. La superioridad económica y financiera de Estados Unidos siempre le ha brindado una ventaja geopolítica decisiva (que, a la postre, le permitió ganar la anterior guerra fría con la URSS). Actualmente, la diferencia con China en este sentido es mucho menor. 
Pero, sobre todo, China puede ver en la decisión adoptada hoy por Estados Unidos de lanzarse a una carrera desenfrenada de déficits, endeudamiento y creación monetaria sin precedentes, un talón de Aquiles a largo plazo para el modelo económico occidental. Si China endurece ahora sus condiciones de crédito cuando Estados Unidos no se plantea ninguna subida de tipos de interés en mucho tiempo y sigue aumentando sus déficits presupuestarios, no es solo porque su ciclo económico esté muy desincronizado con el estadounidense (China salió de la crisis de la COVID-19 mucho antes que Occidente); también se debe a que, al tratar de abordar sus desequilibrios en este momento, puede esperar reducir su riesgo de inestabilidad financiera a largo plazo, en un momento en el que Estados Unidos, por el contrario, está aumentando constantemente los suyos. 

Tratar de desapalancar una economía que ya se está desacelerando sin perturbar demasiado su sistema financiero será, sin duda, un gran reto para China. Como mínimo, es comprensible que la elección de Estados Unidos de preferir una inflación continuada de los precios de los activos financieros sea una perspectiva más interesante a corto plazo para los inversores. Pero si China consigue superar el desafío, la percepción general del riesgo relativo de estabilidad financiera entre dicho país y Occidente podría acabar cambiando de forma considerable. Esta cuestión es lo suficientemente importante como para merecer toda la atención de los inversores a largo plazo. Si sale bien, no solo supondría un alza adicional para las acciones de las grandes empresas chinas de calidad, sino que también beneficiaría al yuan y a la deuda pública del país.