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Sólo un plan hará bajar de manera duradera la inflación

 Por Walter Graziano

A partir del momento en que la inflación tocó el 4% mensual las cosas han comenzado a cambiar en la economía argentina. La inflación, que durante todo 2020 no preocupó a las autoridades debido a que todo el tiempo se perfilaba –como finalmente ocurrió– a ser menor a la del 2019 empezó a ser un tema “en serio”. Hasta ese momento daba la impresión que quien más, quien menos, tanto en el equipo económico como en los sectores políticos del gobierno en general eran adeptos a la creencia de que bajar la inflación drásticamente sería recesivo. Entre esa creencia y la calma que dieron los largos meses en los cuales a consecuencia de la pandemia los precios no crecían demasiado más del 2% mensual, la inflación se había tornado en la “Cenicienta” de los temas económicos por largos meses. Pero el índice de diciembre del 4% -y sobre todo la inflación “core” de ese índice bordeando peligrosamente el 5% mensual- transformaron a la “Cenicienta” de los temas económicos en uno de los tres o cuatro principales temas económicos del 2021. Fue así que en poco menos de un mes se gestó la idea en el seno del gobierno de realizar en febrero un “crawling peg” del 3% y anunciarlo además -a diferencia de la incertidumbre cambiaria que venía siendo la regla- con el fin de que no haya remarcaciones por encima de ese nivel solo por motivos de dudas acerca del valor del tipo de cambio. Es loable la intención de frenar la suba de los precios. Sin embargo, nace inevitablemente la duda: ¿Es este el mejor camino?

Veamos. Las alternativas para lograr índices de precios aceptables son tres si descartamos la solución del “garrote vil”. ¿Cuál es esta solución? Aumentar el grupo de precios regulados e intensificar presiones sobre los empresarios para que las remarcaciones sean menores y más espaciadas. Hoy, quien más, quien menos, todos aceptan que esta “solución” de “administrar” los precios y sus subas desde el Estado además de ser ineficiente y provocar desabastecimiento y caídas en la calidad de muchos productos, termina por reducir abruptamente la inversión y las tasas de crecimientos de vastos sectores económicos porque no hay empresario que quiera compartir con el Estado las decisiones acerca de qué precios subir y cuando subirlos. Quedan entonces tres vías básicas de acción para bajar la tasa de inflación: la monetaria, la fiscal y la cambiaria. Veamos las tres:

Podemos englobar dentro de la vía monetaria todas aquellas líneas de acción cuya filosofía es hacer crecer sea la base monetaria, sean los pasivos monetarios del Banco Central, sea el dinero o incluso el crédito a un ritmo muy bajo, o incluso cero. El máximo exponente de esta línea de acción fue, en Argentina, la convertibilidad. La combinación de la “regla de oro” de no emisión por motivos externos -el BCRA estaba habilitado para comprar dólares y emitir por esa vía-, dólar fijo y buenas expectativas favoreció el derrumbe vertical de la tasa de inflación la cual, durante unos años estuvo en niveles bajísimos. Además, hubo un fuerte crecimiento inicial del PBI y todos sus componentes. Sin embargo, algunos desajustes técnicos de la convertibilidad -como ser por ejemplo la sobrevaluación del peso con la que fue lanzada- terminaron por hacer crecer de forma brutal el desempleo. Y sumado a ello, la persistencia infantil en hacer durar al modelo “para siempre” terminaron por provocar una durísima recesión de la cual fue imposible salir con el peso sobrevaluado. Además, el gran estallido económico que le puso fin no pudo ser evitado -en realidad ni siquiera se lo intentó de manera coherente- por lo que su tristísimo final marcó a fuego a generaciones enteras de argentinos y de sus dirigentes, muchos de los cuales no quieren saber nada con las vías de acción monetarias para bajar la inflación.

Sellada la suerte de las vías de acción monetarias para terminar la inflación, durante la etapa del ex presidente Macri se intentó explorar la vía fiscal. La “regla de oro” ya no era la “emisión cero” sino el “déficit fiscal cero”. Como normalmente se emite moneda por motivos ajenos al sector externo solo por cuestiones relacionadas con el déficit fiscal, Dujovne le vendió al ex presidente la idea de bajar la inflación de manera vertical no gastando un solo peso más de los que se recaudaban, además de mantener al mercado de cambios con la menor volatilidad posible. ¿Cuál fue la consecuencia de la aplicación de esta nueva “regla de oro”? El retraso cambiario –al igual que en la convertibilidad– y sumado a ello un problema que la convertibilidad en un inicio no tuvo: una total ineficacia para reducir la inflación a niveles aceptables. Adicionalmente, la regla del “déficit fiscal cero” terminó provocando otro serio problema: terminó de pulverizar la baja tasa de crecimiento que había en la economía argentina.

Así dadas las cosas, cuando este gobierno se ve en la obligación por primera vez de lidiar con la inflación decide eludir tanto las variantes monetarias como las fiscales de lucha contra la misma decidiendo en su lugar alertar que el “crawling peg” de febrero será de solo el 3%. Más allá de que en febrero se logre o no se logre el objetivo, las chances de que una regla cambiaria y nada más logren reducir de manera potente y duradera la tasa de inflación no parecen altas. Si fuéramos más atrás en el tiempo encontraríamos que tanto los radicales durante la última parte del gobierno del ex presidente Alfonsín como el ala más rancia del liberalismo con Martínez de Hoz durante la dictadura militar intentaron bajar la inflación a niveles lógicos haciendo uso y abuso de diversas reglas cambiarias. El resultado fue siempre el mismo: un inicial y módico éxito y, con el paso de los meses -ni siquiera de los años- un nuevo y rotundo fracaso. Ocurre que cuando se utiliza el tipo de cambio como principal y única herramienta antiinflacionaria el déficit fiscal y la emisión de moneda por esa causa permanecen intactos, por lo que, al seguir presentes causan una perniciosa y letal influencia en el tipo de cambio real, reduciéndolo al ritmo de la inflación residual que haya quedado. Y como esa inflación residual en forma acumulada es porcentualmente importante, aparece rápidamente el déficit de balanza comercial al calor de un “peso fuerte” que en un inicio otorga votos porque a todo el mundo le gusta ganar más en dólares, pero rápidamente empieza a afectar las reservas del BCRA. Por lo tanto, como el modelo es inconsistente termina de una manera dramática.

Por suerte, el equipo económico no se ha atado a una regla cambiaria por un período prolongado sino que solo dejó entrever que en febrero no se devaluará más del 3% a fin de no alentar remarcaciones a un ritmo mayor que ese 3%. Sin embargo, el peligro está en caso de que las cosas le salgan bien, porque si ese fuera el caso la tentación de empezar a plantearse pautas devaluatorias estrictas para el mediano plazo puede terminar por causar adicción a la peligrosa arma cambiaria para luchar contra la inflación.

¿Cuál es el camino entonces para bajar a niveles muy razonables y de manera muy duradera la inflación? El secreto es la combinación prudente de elementos fiscales, monetarios y cambiarios. Y agregarle a los mismos elementos muy creativos que logren hacer bajar la inflación a un dígito anual. Es como una receta de cocina: ninguna buena comida requiere nada más que de un elemento. Solo la combinación justa y balanceada de componentes fiscales, monetarios y cambiarios va a llevar al éxito antiinflacionario. Intentarlo por una sola vía es perder el tiempo. Aunque ello no es lo peor. Lo peor es que se termina gestando una combinación de recesión e inflación más dañina que la que se intentó combatir. Es hora de perder el miedo a elaborar y aplicar un plan económico efectivo e integral, incluso con elementos muy novedosos, para bajar la inflación a un solo dígito. Se puede hacer. Y reactivando. ¿Porqué no intentarlo?



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