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Se impone la necesidad de un sólido y coherente plan económico

 

La escasez de dólares en las reservas del BCRA marcan el pulso de la economía argentina. Las soluciones deben aparecer cuanto antes.


Cuando los males son muy graves ni en medicina ni en economía conviene tomar remedios homeopáticos. También, tanto en medicina como en economía cuando una enfermedad no se ataca a tiempo, ésta tiende a agravarse y a atacar otros órganos, produciendo así males mayores. Mucho de esto hay en los problemas que la economía argentina hoy padece. Hay una escasez pronunciada de dólares en el Banco Central como consecuencia de años de desaguisados económicos y de despilfarro de reservas que en determinadas épocas eran vendidas de a cientos de millones al día a precio de remate y con fines especulativos, muchas veces para que fondos de inversión “amigos” del anterior gobierno pudieran emigrar del país asegurándose así apreciables ganancias. Pero de muy poco sirve hoy lamentarse, sino que es necesario encontrar las soluciones cuanto antes.

Al respecto, el equipo económico lleva dos “minipaquetes” económicos lanzados el 15 de septiembre y el 1 de octubre que no son otra cosa que tiros desperdiciados para dar en el blanco. O peor aún, como vulgarmente se dice: auténticos “pelotazos en contra”. En el primero se dispuso, desatinadamente, obligar a las empresas deudoras con el exterior a que refinancien compulsivamente el 60% de sus deudas que vencen de aquí a fin de año. Y en el segundo se adoptaron medidas minimalistas para atacar la escasez de reservas: una baja en las retenciones a los productos de soja del 3%, una devaluación el día siguiente del 1% y una suba en la tasa de pases del BCRA del 0,41% mensual, que en forma desconcertante el jueves fue incrementada dos puntos porcentuales anuales más al tiempo en que se reducía la de las Leliq en un punto anual.

Así las cosas, el Ministerio de Economía y el Banco Central respondieron a los más graves problemas económicos presentes en el país como si fueran el Ministerio de Economía suizo y el Banco Nacional de Suiza. Cabe preguntarse: si la escasez de dólares del Banco Central es tal que deja libradas a su suerte a las empresas endeudadas con el exterior, ¿no había que garantizarse el éxito con las medidas?, ¿Podía pensarse que un 3% de baja en las retenciones iba a impulsar al agro a vender granos y a liquidar cambio? Muy sabido es que los productores agropecuarios suelen ahorrar de dos maneras: o bien comprando dólares o bien acumulando parte de su producción en forma de granos en silos. Hasta hace no muchos años estaban acostumbrados a poder comprar divisas al mismo dólar que debían liquidar cambio. Y en el caso específico de los productos sojeros la retención era del 20%. Vale decir que por cada dólar que vendían al Banco Central podían embolsar 80 centavos de dólar. Ahora, en cambio, deben vender dólares a 78 pesos, sobre el cual en forma inmediata deben pagar una retención del 30%. Vale decir que al productor le quedan 54,6 pesos por cada dólar que vende. Si después desea optar por ahorrar en dólares debe comprar dólar MEP o dólar “Contado con Liquidación” a alrededor de 150 pesos. Vale decir que por cada dólar que liquida le quedan 36,4 centavos. O sea bastante menos de la mitad que hace solo dos años. ¿Puede pensarse, entonces, que bajando tres puntos las retenciones se podía solucionar el problema? Cuando se argumenta esto se suele escuchar por contraposición el argumento fiscalista. Pero, ¿cuánta recaudación tributaria podría haberse perdido en el caso de que las retenciones a la soja y a sus productos derivados se hubieran bajado a la mitad por -digamos- 45 días? Pues bien, se estima que hay unos u$s5.000 millones de soja sin vender y unos u$s2.500 millones vendidos pero sin precio. O sea, u$s7.500 millones en total. Con una retención del 33% se podían recaudar u$s2.500 millones -si se liquidaban, claro- . Con una rebaja del 50% transitoria a sus retenciones se resignarían u$s1.250 millones de recaudación tributaria, pero esto equivale solo al 0,3% del PBI. Vale decir que por no resignar el 0,3% del PBI de recaudación el Banco Central se priva de engrosar sus reservas y eso tensiona fuertemente todo el aparato económico del país, agravando la recesión, dificultando la estabilidad y paralizando tanto la inversión como el consumo de bienes durables.

Cabe preguntarse entonces: ¿No se pierde mucho más por este camino? ¿Creen las autoridades que por esta vía se pierde menos del 0,3% del PBI? ¿Piensan el ministro de Economía y el presidente del Banco Central que por este camino van a recaudar más? “Lo barato sale caro”, enuncia el viejo refrán. Y parece ser muy aplicable a la actual situación. Algo similar ocurrió con la devaluación del 1% del 2 de octubre. Entre las medidas anunciadas el día anterior el Banco Central señalaba que de ahora en adelante la tasa de devaluación del dólar “oficial” dependerá de “factores de coyuntura”. Eso daba para la consternación. Ocurre que la coyuntura está marcada a fuego por una gran escasez de dólares en las arcas del Banco Central. Por lo tanto, los pocos productores agropecuarios que podían pensar en aprovechar la módica baja en las retenciones... ¿se apurarían a liquidar acaso si se les anticipa que el ritmo devaluatorio aumentará?

Como se ve, lo que se le daba al campo -y a todo exportador- por una ventanilla se le sacaba por la otra. Con un serio agravante: los dichos acerca de la devaluación afectan no solo al campo sino a toda la economía en su conjunto. Y no se trata de que haya que devaluar o de que no haya que devaluar. Podríamos discutir los pro y los contras de ese tema horas enteras. Pero... si se decidía por mover la política cambiaria, ¿tenía sentido hacerlo solo por un 1% al cual le iban a seguir durante una semana entera subas tan marginales en el ritmo diario devaluatorio como las anteriores a las medidas? Verdaderamente incomprensible. Probablemente ni un economista junior que hizo la carrera por correspondencia haría las cosas de esa manera. Ni qué hablar en lo que respecta a las tasas de interés. Se dispuso una suba en la tasa de pases de 5 puntos anuales, o sea, el 0,41% mensual. Pero esa suba se limitó a la de pases por un día, la que luego se subió apenas dos puntos más, en el contexto de una corrida, y se bajó la de Leliq un punto anual quedando inalteradas las de los plazos fijos.

Como se ve, el BCRA no le teme al ridículo. ¿Qué es lo que se quiso hacer? ¿Dar la señal precisamente de qué? ¿Hacer más caro el crédito? ¿Hacer más rentables los depósitos? ¿O directamente desconcertar al mercado financiero? De nuevo: incomprensible. También podríamos juzgar a las medidas utilizando otros parámetros. Vale decir, no evaluarlas por su lógica interna, cercana a lo inexistente, sino por sus resultados: ¿Qué consiguieron las autoridades? Pues bien, la respuesta es... nada. Pero nada de nada. Lejos de aumentar las ventas de dólares al BCRA las mismas ni asomaron con ser superiores. Lo único que sí ocurrió fue una apreciable suba del dólar en todas sus variantes “libres” y un pronunciado deterioro en las paridades de los títulos públicos. Y eso que ningún programa económico suele fracasar a horas nomás de su comienzo. Pero este sí fue el caso tanto de las desacertadas medidas del Banco Central del 15 de septiembre, como de las incomprensibles y homeopáticas medidas en lo que atañe al Ministerio de Economía y al Banco Central ensayadas el 1 de octubre. En este punto conviene que las autoridades presten atención a sus propios errores, porque se puede decir que los mercados les están “perdonando la vida”. Si los resultados de todo lo hecho en el último mes han sido claramente negativos, la respuesta de los mercados bien podría haber sido mucho peor. En vez de quejarse, las autoridades deberían agradecer tan leves resultados como los que han cosechado. Deberían entender que no siempre las cosas van a seguir así. No se puede pedir a quien tiene que decidir qué hacer con sus pesos o con sus bonos que actúe con la misma mesura que lo ha hecho en estas dos ocasiones. Por sobre todo, las autoridades no deben olvidar que estamos en la Argentina, o sea, en el “far west” económico, donde dos o tres errores graves se pagan con el cargo.



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