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Alta tensión

Si bien en julio las reservas tuvieron un ligero incremento, para evitar que el tipo de cambio suba más rápido el BCRA tuvo que volver a vender divisas. En lo que va del año acumula ventas netas por casi US$ 500 millones.

Si bien es mejor a la performance registrada en los dos años anteriores, es muy poco considerando el ajuste previo del tipo de cambio, el creciente y estricto control de cambios, la recesión y la cuarentena. Lo que está detrás de este resultado es la debilidad de la oferta de divisas en un contexto en el que la demanda se intensifica mes a mes.
Menor oferta. En los primeros seis meses del año, las exportaciones de bienes cayeron 11% debido a la combinación de menores precios y cantidades. La performance no fue peor gracias al fuerte crecimiento que mostraron las ventas externas de productos primarios -de la mano de los mayores envíos de soja y maíz- y de los mayores envíos de combustibles que encontraron en las exportaciones un colchón ante la fuerte caída de la demanda interna. El resto de los complejos exportadores, en especial de las manufacturas industriales, se derrumbaron, marcando la mayor caída en décadas. Si la fuerte caída de la actividad global tuvo su cuota de responsabilidad, las exportaciones cayeron más que la de nuestros competidores y seguimos perdiendo participación en el mercado global y en Brasil en particular. Esta performance, aunque más moderada, se reflejó en la liquidación de exportaciones, que en el semestre cayó 8%. Mala noticia, pues la liquidación de exportaciones de bienes es, por lejos, la principal fuente de divisas del país.
Sube la demanda. Por el lado de las importaciones, siempre asociadas al ciclo económico, en lo que va del año cayeron el doble que las exportaciones. Un análisis más detallado marca que la contracción de las compras externas fue menor a la que se hubiese esperado considerando la notable caída del nivel de actividad. En otras palabras, con una elasticidad respecto al PIB que en la última década se ubicó entre 3 y 4 puntos, en el primer semestre se ubicó por debajo de 2. A esto se suma que, en el marco del control de cambios y brecha cambiaria elevada, las empresas prácticamente no cuentan con financiamiento comercial y esto hace que las importaciones se paguen al contado. Resultado de lo anterior, el pago de importaciones en el primer semestre lejos de caer, fue 25% superior al de los primeros 6 meses del año pasado. Con menor liquidación de exportaciones y mayores pagos de importaciones, el superávit comercial de la primera mitad del año fue de US$ 5.500 millones, muy por debajo de los US$ 11.500 millones del mismo período de 2019.
Ayudó la cuarentena. Así como la cuarentena y la caída del nivel de actividad ayudó a moderar la inflación, también permitió reducir la demanda de divisas de la cuenta de viajes. Si bien el saldo de esta cuenta ya se venía corrigiendo desde el año pasado, lo cierto es que es una cuenta que demanda más divisas de las que trae. El cierre de fronteras y del turismo, permitió el “ahorro” de al menos USD2.500 M. Pese a este ahorro, el saldo de la cuenta de servicio reales y financieros (pago de intereses y dividendos) del primer semestre marcó un déficit de US$ 2.100 millones, menos de la mitad a un año atrás.
Pero con el superávit comercial no alcanza. Si bien con el control de cambios la cuenta financiera está mucho más equilibrada (recordemos que entre enero y junio de 2019 había marcado un rojo de US$ 15.000 millones, básicamente por formación de activos externos) entre enero y junio de este año marcó un déficit de US$ 3.700 millones debido a la cancelación neta de deuda del sector privado por US$ 2.900 millones y la compra de dólar ahorro por US$ 1.700 millones, operaciones que fueron compensadas en parte por el ingreso de US$ 600 millones de inversión directa.
La tendencia del primer semestre se intensificó en julio. Pese a las mayores restricciones a los importadores, el saldo comercial liquidado se volvió a achicar por caída de exportaciones en tanto que las “ventanitas” de la demanda operaron a todo vapor en el que prácticamente se suplicó la cantidad de personas que utilizaron el cupo de US$ 200 para dólar ahorro lo que habría llevado “la fuga” a US$ 800 millones en el mes. Como resultado, el saldo del MULC de julio marcó un déficit de US$ 600 millones que el BCRA cubrió con la venta de reservas internacionales, aunque no fue suficiente para reducir la brecha cambiaria.
Así las cosas, sin apertura financiera, la estabilidad cambiaria dependerá de la dinámica que marquen las exportaciones y de las expectativas que puede generar el Gobierno para moderar una demanda de divisas creciente. Sin dudas, el acuerdo con los bonistas debe ser aprovechado para marcar un punto de partida de una larga y difícil carrera que se viene.
Martín Polo