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Inmersos en un destructivo laberinto cambiario

Apurado por la escasez de reservas internacionales, y en un intento por evitar la depreciación del peso en el mercado oficial, el banco central (BCRA) impuso hace pocos días restricciones kafkianas a los importadores para acceder al mercado de cambios.

Estas medidas probablemente sean revisadas prontamente. Sin embargo, más allá de las idas y vueltas de corto plazo, lo que subyace es que parte del equipo económico cree que la segmentación del mercado de cambios no es solamente una política para salir del apuro, sino que la ven como una "política de desarrollo".
Mediante una sucesión de medidas implementadas a lo largo de varios meses, el gobierno y el banco central impusieron crecientes restricciones administrativas e impositivas para disminuir el acceso de familias y empresas al mercado de cambios oficial, de manera de reducir la pérdida de reservas internacionales, y para segmentar el mercado en múltiples tipos de cambio.
Así, a las personas humanas se le impidió comprar más de 200 dólares por mes, y se les impuso un impuesto del 30% para esas compras. Para compras adicionales tienen que ir a los mercados informales de cambio. Enfrentan así, por el impuesto y por la limitación cuantitativa, un tipo de cambio distinto del que enfrentaban, hasta hace poco, los importadores. Los exportadores, a su vez, operan otro tipo de cambio, más bajo, de acuerdo con el bien o servicio que exporten, debido a las retenciones. Para limitar los "vasos comunicantes" entre los mercados formales e informales, las autoridades fueron imponiendo restricciones de "parking" (tenencia de un mínimo de cinco días) de los bonos usados en mercados informales como el Contado con Liqui (CCL) y, más recientemente, declaraciones juradas de todo tipo y color.
A pesar de este laberinto regulatorio, la pérdida de reservas se aceleró durante mayo. En los 10 días hábiles antes del jueves 28, el BCRA perdió 853 millones de dólares, y ya casi no tenía reservas netas líquidas. Como respuesta, el banco central decidió ajustar aún más las clavijas, dando un paso cualitativo en el alcance de las regulaciones. Ese jueves, la autoridad monetaria emitió una regulación (Comunicación "A" 7030) estableciendo nuevos requisitos para los importadores. Estos son tan kafkianos que las importaciones se paralizaron en los días siguientes, permitiendo de paso al BCRA comprar nuevamente dólares en el mercado desde entonces.
La ineptitud de las nuevas normas es fenomenal: sin importaciones, la economía se paraliza. Durante varios días se suspendieron las ventas de fertilizantes, en plena siembra de trigo. Es solo uno de los tantos ejemplos. El impacto es tan grande que varias empresas están pensando si siguen operando en el país. La alternativa a la paralización es que los importadores comiencen a utilizar los mercados informales de cambio. El problema, en este caso, sería el colosal salto en los precios de los bienes importados, ya que el tipo de cambio para traerlos al país pasaría de cerca de 69 pesos por dólar a los 115 a los que cotiza el CCL (por ahora), una devaluación del 66%. Menem llamaría el anti-salariazo a esta medida.
El BCRA, supuestamente, estaba dilatando la devaluación del peso en el mercado oficial para evitar un salto en la inflación, que igual probablemente experimentemos con las medidas recientemente adoptadas. Con una devaluación en el mercado oficial por lo menos también se hubiesen beneficiados los exportadores. Ahora quedan, en cambio, sometidos a una Doble Nelson. Es imposible subestimar el sesgo anti-exportador de esta medida. Un productor de soja, por ejemplo, recibe cerca de 46 pesos por cada dólar exportado, pero podría pasar a pagar insumos que cotizan con un dólar de referencia de 115. Como dicen en las redes sociales, los famosos se despiden de la cosecha de soja.
Pero no todos los productores se verán tan castigados. El jueves 4 de junio, luego de una reunión con la cúpula de la Unión Industrial Argentina (UIA), el BCRA acordó una agenda de trabajo conjunta "para superar los inconvenientes que puedan surgir para la actividad productiva del cumplimiento de la Comunicación “A7030" y anunció que "establecerá un procedimiento estandarizado para dar curso a los pedidos de autorización de acceso al mercado de cambio a las empresas que deban importar insumos." Es decir, los insumos importados por empresas de la UIA se liquidarían al tipo de cambio oficial, mientras que los bienes finales que quiera importar cualquier otro se liquidarían al CCL.
Así, van a convertir a la Argentina en una inmensa ensambladora de partes importadas. Quizás a ello se refieran cuando hablan de "modelo productivo de matriz diversificada". O quizás sea una devolución de favores: así como el gobierno de Macri facilitó la "fuga" de capitales de parte de la crema y nata del Kirchnerismo, el actual modelo favorece especialmente a Nicky Caputo, el "hermano de la vida" de Macri y dueño de Mirgor, una productora de electrónicos de Tierra del Fuego.
De más está decir que este laberinto regulatorio no evitará la caída de las reservas internacionales. Si no se pueden comprar dólares ni importar bienes, la pérdida de reservas se dará por la mayor importación de insumos para producir bienes ensamblados, perdón, producidos, en nuestro país. Mientras tanto, originará una caída de las exportaciones, una mayor inflación y una fenomenal transferencia de recursos hacia lo que el kirchnerismo llama "sectores concentrados".
Daría algo de alivio pensar que este esquema fuese producto del apuro que ocasiona la crisis de la reestructuración de la deuda y la cuarentena, pero no es así. En un paper escrito en 2017 junto al premio Nobel Joseph Stiglitz y el ex Ministro de Hacienda de Colombia José Antonio Ocampo, el Ministro de Economía Martin Guzmán argumenta que la combinación de un tipo de cambio real alto y estable, con múltiples tipos de cambio y con controles de capitales permiten impulsar el desarrollo y la diversificación productiva. La evidencia que presentan es muy pobre.
Pero, más allá de la discusión académica, en toda la cadena agroalimentaria deberían leer con detenimiento este paper. El argumento que hacen es que los tipos de cambio múltiples, implementados por ejemplo mediante impuestos a las exportaciones de ciertos sectores, deberían estar orientados a impulsar los sectores con mayores "derrames de conocimiento". Financiados, por supuesto, por los sectores con menores "derrames de conocimiento", entre los que sitúan al sector agrícola.
Parafraseando a otro premio Nobel, Frederick Hayek, que hablaba de la "arrogancia fatal" de los planificadores centrales, podemos decir que Guzmán y sus coautores sufren de la arrogancia fatal de los macroeconomistas. Es una quimera constructivista pensar que con un tipo de cambio alto y diferencial (más otros beneficios como créditos subsidiados) vamos a poder desarrollar sectores de alto "valor agregado", y que ellos van a saber elegir cuales son esos sectores. Y, más allá de la discusión general, en particular ignora que las políticas públicas en la Argentina no tienen credibilidad, son implementadas por un Estado débil y son fácilmente capturadas por intereses especiales.
La alternativa al desarrollo es emprender un camino más largo, pero más sólido. Es el camino que propone, por ejemplo, Michael Porter, de Harvard Business School. Dice Porter que la productividad "depende menos de en qué industrias compite el país que en como compiten - es decir, en la naturaleza de sus operaciones y estrategias." Se puede ganar mucho en el sector agrícola, pasando de exportar pallets de soja a productos de delicatessen con marca, en el sector textil, exportando moda de alto precio como los italianos, o en los servicios de conocimiento, exportando servicios de alto precio. Agrega Porter: "No importa si el país tiene una economía agrícola, de servicios o manufacturera. Lo que importa es su habilidad para organizarse efectivamente alrededor de la premisa de que la productividad es la que determina la prosperidad para los individuos de ese país."
El desarrollo consiste entonces en crear las condiciones para el crecimiento de la productividad, incluyendo desde la estabilidad macro hasta las condiciones legales, microeconómicas, de infraestructura y de complementariedad con el sistema educativo y científico. Este camino alternativo es largo, pero hay que empezarlo en algún momento y sostenerlo en el tiempo. Por ahora, este laberinto cambiario nos lleva en sentido contrario.
Marcos Buscaglia