Por:
Lic. Maritchu Seitún. Psicóloga Especializada en Niñez y
Adolescencia
Los
adultos sonreímos a los niños desde que nacen expresando nuestro
amor, conexión, intimidad, confianza, orgullo, entusiasmo, y ellos
responden de la misma forma. Así comienza una danza de la sonrisa
que nos sirve de termómetro para entender cómo está nuestro hijo.
¿Sonríe, nos mira a los ojos, y su mirada se ilumina con esa
sonrisa? Entonces está todo bien.
Nos
preocupamos cuando la pierde, suele ser una clara señal de
dificultades: está por enfermarse, tuvo un problema con la maestra,
o con un compañero, le pasó algo… Aprendemos, en muchas
experiencias compartidas, a evaluar sus caras. Lo miramos y nos
preguntamos:
¿Está
serio?, ¿de mal humor?, ¿enojado?, ¿triste?, ¿preocupado?,
¿sonríe sólo con la boca, pero no con los ojos? Cuando la
respuesta es afirmativa detenemos nuestra ajetreada vida y nos
acercamos a él. No para interrogarlo y obtener información, ni
para llenarnos de ansiedad… sino para estar presentes, atentos,
disponibles para conversar, o tal vez para hacer una caricia o unos
masajes, o llevarle algo rico, desde nuestra fortaleza de adultos que
sabemos que “esto también pasará”, que con nuestro
acompañamiento irán encontrando el camino que les permita volver a
sonreír.
Otras
cuestiones: ¿se ríe de alguien?, ¿se ríe porque logró sus
objetivos personales sin tener en cuenta al otro? No es una sonrisa
radiante, sino a costa de otro, se burla del compañero que no tiene
programa el viernes; o llega al auto antes que su hermano, se sienta
adelante y disfruta el padecimiento del otro. Muy probablemente
actúa de esa forma porque no se tiene fe y necesita pararse “arriba”
de otro para brillar y destacarse, y reírse de la desgracia o del
dolor ajeno, incluso provocarlos. Conectemos empáticamente con él,
comprendamos sus deseos, seamos modelo de ponerse en el lugar de
otros, así aprende a hacerlo, mientras imponemos consecuencias a su
conducta.
Algún
niño carismático se “emborracha” con su éxito social y se
dejara llevar por el poder que le dan los que lo estimulan o
acompañan en proyectos que, si él los evaluara a solas, o si nadie
se entusiasmara no llegarían a realizarse y nadie saldría
lastimado.
Nuestros
chicos pueden pasar de un estilo a otro en diferentes circunstancias,
momentos vitales, o compañías. En el día mundial contra el
bullying recordemos preguntarnos ¿qué tipo de sonrisa tiene hoy
nuestro hijo? Al ocuparnos de que ellos tengan y /o vuelvan a tener
una sonrisa franca y confiada estaremos colaborando para que el acoso
escolar disminuya en nuestras escuelas.