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EL CULTO A LA PERSONALIDAD Por Jorge R. Enríquez


Nos hemos ido acostumbrando en los últimos años a que las celebraciones oficiales de las fechas patrias son solo una excusa para que la señora de Kirchner hable de sí misma y de su difunto esposo. Pero el acto del 25 de mayo de este año, el último de su presidencia, superó todos los límites. En los anteriores, alguna referencia menor, casi incidental, había en el inicio de los discursos sobre los hechos históricos que justificaban los feriados y las ceremonias. En este, se eludió ese molesto obstáculo y se fue directamente al objeto de la exposición: que Cristina Fernández de Kirchner le rindiera homenaje a Cristina Fernández de Kirchner.
Es innecesario reseñar la intervención presidencial: recorrió los mismos tópicos de siempre, en los que se destaca el carácter fundacional que le asigna a su matrimonio. Un turista desprevenido pudo haber pensado que la Revolución de Mayo que se conmemoraba era la iniciada el 25 de mayo de 2003, cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia de la Nación.
El sentido autocelebratorio de los festejos de mayo había comenzado unos días antes, con la inauguración del Centro Cultural Néstor Kirchner en el imponente edificio que fuera la sede del Correo Central. La necesidad de ese centro faraónico ya es dudosa, en un país con tantas carencias, que ya cuenta con uno de los mejores teatros líricos del mundo, el Colón. Pero puede ser que resultare conveniente abrir salas para otras expresiones musicales. De todas formas, el presupuesto invertido superó largamente el proyectado, como es común en el universo kirchnerista. De paso, vale la pena acotar que ese extraordinario edificio fue diseñado y construido durante gobiernos conservadores y radicales, e inaugurado en 1928, durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear.
Lo que más llama la atención, sin embargo, es el nombre elegido para el nuevo destino que se le dio al antiguo palacio. La vinculación de Néstor Kirchner con la cultura es, por lo menos, desconocida. Cuesta imaginar al político santacruceño leyendo obras literarias o asistiendo a conciertos. ¿No ha dado la Argentina grandes exponentes de la cultura en sus más diversas manifestaciones? Ni siquiera es necesario acudir a las figuras del arte clásico. Luis Gregorich propuso hace unos días, en un magnífico artículo en La Nación, que se denominara al flamante centro cultural “Niní Marshall”, en tributo a la impar actriz y giuonista, cuya excelencia podía ser disfrutada por todos los públicos.
Pero no. La Argentina solo cuenta con dos personalidades sobresalientes en todos los ámbitos: Néstor y Cristina Kirchner. Por eso, dentro del Centro Cultural Néstor Kirchner hay, por si fuera poco, una sala llamada “Néstor Kirchner”, dentro de la cual una placa invita a vivir la “experiencia NK”, que no se precisa cuál es dentro de un palabrerío hueco y mal escrito.
Otra placa transcribe algunos de los fundamentos de la ley que impuso ese nombre. Allí se justifica la denominación al recordar que el padre de Kirchner era cartero y que a veces, cuando iba a Buenos Aires, visitaba el Correo Central.
En su alocución, la presidente respondió a las críticas surgidas por el curioso nombre. Dijo que si a algunos les molestaba, cuando ganaran las elecciones podrían hacer un centro cultural mejor y más grande, y llamarlo como quisieran. Pocas frases como esta expresan de manera más contundente el modo patrimonialista de ejercer el poder: quien gana las elecciones, es dueño de todo.
La Argentina vivió un desenfrenado culto a la personalidad hace más de medio siglo. Creíamos que era una etapa superada, que leíamos con asombro en los libros de historia. Retomar esas manifestaciones del personalismo más primitivo es muy triste. Nos habla de una decadencia cultura y cívica cuya reversión será el desafío más acuciante cuando llegue el turno republicano.