Es innecesario
reseñar la intervención presidencial: recorrió los mismos tópicos
de siempre, en los que se destaca el carácter fundacional que le
asigna a su matrimonio. Un turista desprevenido pudo haber pensado
que la Revolución de Mayo que se conmemoraba era la iniciada el 25
de mayo de 2003, cuando Néstor Kirchner asumió la presidencia de la
Nación.
El sentido
autocelebratorio de los festejos de mayo había comenzado unos días
antes, con la inauguración del Centro Cultural Néstor Kirchner en
el imponente edificio que fuera la sede del Correo Central. La
necesidad de ese centro faraónico ya es dudosa, en un país con
tantas carencias, que ya cuenta con uno de los mejores teatros
líricos del mundo, el Colón. Pero puede ser que resultare
conveniente abrir salas para otras expresiones musicales. De todas
formas, el presupuesto invertido superó largamente el proyectado,
como es común en el universo kirchnerista. De paso, vale la pena
acotar que ese extraordinario edificio fue diseñado y construido
durante gobiernos conservadores y radicales, e inaugurado en 1928,
durante la presidencia de Marcelo T. de Alvear.
Lo que más
llama la atención, sin embargo, es el nombre elegido para el nuevo
destino que se le dio al antiguo palacio. La vinculación de Néstor
Kirchner con la cultura es, por lo menos, desconocida. Cuesta
imaginar al político santacruceño leyendo obras literarias o
asistiendo a conciertos. ¿No ha dado la Argentina grandes exponentes
de la cultura en sus más diversas manifestaciones? Ni siquiera es
necesario acudir a las figuras del arte clásico. Luis Gregorich
propuso hace unos días, en un magnífico artículo en La Nación,
que se denominara al flamante centro cultural “Niní Marshall”,
en tributo a la impar actriz y giuonista, cuya excelencia podía ser
disfrutada por todos los públicos.
Pero no. La
Argentina solo cuenta con dos personalidades sobresalientes en todos
los ámbitos: Néstor y Cristina Kirchner. Por eso, dentro del Centro
Cultural Néstor Kirchner hay, por si fuera poco, una sala llamada
“Néstor Kirchner”, dentro de la cual una placa invita a vivir la
“experiencia NK”, que no se precisa cuál es dentro de un
palabrerío hueco y mal escrito.
Otra placa
transcribe algunos de los fundamentos de la ley que impuso ese
nombre. Allí se justifica la denominación al recordar que el padre
de Kirchner era cartero y que a veces, cuando iba a Buenos Aires,
visitaba el Correo Central.
En su alocución,
la presidente respondió a las críticas surgidas por el curioso
nombre. Dijo que si a algunos les molestaba, cuando ganaran las
elecciones podrían hacer un centro cultural mejor y más grande, y
llamarlo como quisieran. Pocas frases como esta expresan de manera
más contundente el modo patrimonialista de ejercer el poder: quien
gana las elecciones, es dueño de todo.
La Argentina
vivió un desenfrenado culto a la personalidad hace más de medio
siglo. Creíamos que era una etapa superada, que leíamos con asombro
en los libros de historia. Retomar esas manifestaciones del
personalismo más primitivo es muy triste. Nos habla de una
decadencia cultura y cívica cuya reversión será el desafío más
acuciante cuando llegue el turno republicano.