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El cristinismo se lanza a polarizar con Macri y obliga a Massa a contraatacar

Los nubarrones del caso Nisman dejaron esta semana algo de espacio para que retome su protagonismo el juego del poder. Una batería de encuestas y opiniones de consultores instalaron que Mauricio Macri estaría primero en las encuestas y su alianza con Carlos Reutemann puso punto final al ciclo no peronista del PRO. La incógnita que se levantó en términos electorales es bastante obvia: ¿Quién polarizará la elección contra Macri? ¿El Frente para la Victoria o el Frente Renovador? Hoy la presidente inicia su contraofensiva con la inauguración del 133 período de sesiones ordinarias del Congreso. Su mensaje a la sociedad parece estar claro: los cambios de la década K son irreversibles y cualquiera que venga se verá obligado a continuar con las grandes políticas de Estado del kirchnerismo. Esto es, los derechos humanos, la intervención intensiva del Estado en la economía, el sostenimiento de los subsidios, la alineación creciente con China y el BRIC, etc. Así las cosas y con un nuevo timonel experto en operaciones efectistas y de corto alcance, como es el nuevo jefe de gabinete Aníbal Fernández, el gobierno se propone polarizar la lucha electoral con Macri. Por cierto, Daniel Scioli es el precandidato oficial que más mide pero se parece demasiado a Macri como para ser su contrafigura. A 90 días de que se presenten las listas de candidatos, el gobernador bonaerense tiene, como el mismo reconoce, “un diálogo mínimo” con Cristina y no sabe si lo invitarán o no a la mesa de armado de las listas y la campaña electoral. La crisis naranja es por demás obvia y por eso Macri se soltó para peronizar su discurso y captar cientos de dirigentes que empiezan a huir de La Plata. Este esquema que hoy se va perfilando es ni más y menos que el que quería Néstor Kirchner poco antes de morir, cuando hablaba de un país dividido en dos grandes fuerzas políticas: la centro-izquierda dominada por el kirchnerismo y la centro-derecha conducida por el PRO. La desaparición sin pena ni gloria de UNEN acompaña este proyecto. La Capital era el bastión de esta fuerza y la división entre la alianza Energía Ciudadana Organizada (ECO) de Martín Lousteau y Graciela Ocaña y SURGEN, con Proyecto Sur, Libres del Sur, etc., extiende el certificado de defunción al único proyecto que intentó arrebatarle al gobierno su espacio desde la centro-izquierda. El fin del sueño de UNEN es, más allá de la subsistencia de la candidatura de Hermes Binner, altamente funcional al fortalecimiento del núcleo duro del kirchnerismo, al que hoy le costaría llegar al 30 por ciento de los votos.

El turno de Massa

Tal como están las cosas, Sergio Massa ha pasado a ser el jamón del sandwich entre dos adversarios -Cristina y Macri-, que parecen estar de acuerdo en repartirse los primeros planos de la campaña electoral. El tigrense, debilitado en distritos cruciales como Córdoba, Mendoza y Santa Fe y sin haber podido encontrar un candidato a jefe de gobierno que le permitiera posicionarse en Capital con vistas a octubre, se replegó sobre su núcleo y lanzó una superprimaria con Felipe Solá, Francisco de Narváez, Darío Giustozzi y Mónica López. Esta última es la esposa del diputado Alberto Roberti, que sigue al frente de la Federación Argentina Sindical de Petróleo, Gas y Biocombustibles. Éste es un hombre clave en el esquema renovador, ya que representaría el apoyo financiero de Cristóbal López al proyecto. De ahí que su esposa entre en la selecta grilla de los cuatro que disputarán la candidatura a gobernador. Para hacer frente al proyecto de dejarlo tercero y fuera del ballotage, la principal arma de Massa es, sin duda, conseguir un triunfo espectacular en Buenos Aires que equilibre sus debilidades en el interior. Pero el otro tema a resolver es su discurso. Macri le está sacando ventaja porque se presenta como el candidato que les devolverá la confianza a los mercados y reactivará la economía, disimulando al máximo la imperiosa necesidad de un gran ajuste. Massa, en cambio, se debate en su perfil de reivindicador del primer kirchnerismo -junto con Roberto Lavagna- tratando de demostrar que el proyecto original era correcto y que CFK y su entorno se desviaron haciendo chocar la economía. Esta tesis parece interesar hoy menos a la sociedad, que quiere dar vuelta la página y olvidarse, como lo hizo con Carlos Menem, de que la presidente fue votada masivamente dos veces por la clase media de las grandes ciudades, que ahora la repudia.
Para mover el tablero, a Massa le queda pasar a un rol más agresivo y denunciar -como tiene previsto- el pacto CFK-Macri, sustentado en una red de negocios que pasan por las terminales de Julio de Vido y Nicolás Caputo. Esta jugada sería de alto riesgo por varios motivos. El principal es que la respuesta del gobierno puede pasar por exhumar cuestiones que tienen que ver con el paso del tigrense por la conducción de la ANSES y la Jefatura de Gabinete. En esta realidad, lo cierto es que todos le temen a los arsenales del kirchnerismo para librar una guerra sucia.
El otro factor, cuya gravitación está por verse, es el endurecimiento de buena parte de la clase media que mostró la marcha del 18 F. El reclamo de justicia -a buen entendedor- significa el pedido de un mani pulitecriollo. Ni Macri ni Massa parecen quererlo y se sienten incómodos con este tema. Pero la realidad es más fuerte y las pruebas de la ruta del dinero K en el caso Báez vuelven a mostrar más datos. La perspectiva de una transición blanda y de un traspaso del poder ordenado son un objetivo que comparten el gobierno y la mayor parte de la oposición. Pero el reclamo contra la impunidad y el estado de conmoción interior que afecta a la justicia federal dicen otra cosa: que la transición tal vez sea crítica y que tal vez estemos a las puertas de un tembladeral que iría más allá de la voluntad de una dirigencia política que no conduce los acontecimientos. Apenas los surfea.