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Una coalición quebrada y un liderazgo devaluado

 La decadencia de Alberto Fernández y Cristina Kirchner está arrastrando a toda la dirigencia política y la sociedad está fatigada de su propia angustia 

Si la crisis económica es consecuencia de la crisis política, la extrema inestabilidad que viven los argentinos solo ha comenzado. Los confidentes de Cristina Kirchner dan cuenta de un desprecio enorme y de una bronca aún mayor de la vicepresidenta hacia Alberto Fernández. Nada cambió. Esas cosas no se resuelven en una comida tensa, de digestión difícil, como la que sucedió en la noche de lunes. El propio Presidente se siente traicionado por ella, a la que considera una política indiferente de sus deberes institucionales. También le dedica una cuota no menor de rencor. Los antecedentes predicen que la reconciliación entre ellos es un proyecto frustrado de antemano. Hace poco, en la celebración de los 100 años de YPF, los dos se mostraron tomados de la mano en un escenario en la infaltable Tecnópolis. Dos días después, Cristina Kirchner cazó una de sus presas más codiciadas: la cabeza del entonces ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, amigo personal del Presidente. Desde ese momento, y aunque nadie se diera cuenta, la vida política de Martín Guzmán había entrado en su fase final. 

Silvina Batakis no expresa por sí misma un mensaje a los mercados ni a la sociedad. Fue ministra por default (varios candidatos previos rechazaron el ofrecimiento) y, encima, se pavonea con el apoyo de Cristina Kirchner. Es la mejor receta para espantar la confianza de la economía. El riesgo país de la Argentina está casi empatado con el de Rusia, país en default, en guerra y aislado de la economía mundial. El dólar Contado con Liquidación, que es el que marca el futuro valor de la moneda norteamericana, bordea los 270 pesos. Alberto Fernández recibió un dólar a 60 pesos; es decir, durante su gestión de dos años y medio devaluó un 250 por ciento. La Argentina no está en guerra ni la azotó un cataclismo natural ni tiene cerrado el comercio internacional. De hecho, en el primer semestre de este año hubo un récord histórico de ingreso de dólares por las exportaciones, más producto del aumento de los precios internacionales que de la cantidad exportada. Sin embargo, casi no quedan dólares en el Banco Central. Muchos comercios prefieren cerrar antes que vender mercadería, porque no saben con qué precios contarán en la próxima compra. Tampoco están seguros de que los productos serán repuestos por los fabricantes. No hay precios relativos para nadie. En el mientras tanto, los argentinos corrieron a comprar bienes durables para defenderse de la espiral inflacionaria. Compraron mientras pudieron. Todos son expertos en crisis. En una economía bimonetaria (situación obvia, que fue el único acuerdo entre Cristina y Melconian), si el dólar no tiene precio, nada tiene precio.

Batakis no designó todavía a su equipo. ¿Se quedarán “los Federicos”, como denominan a Federico Basualdo, subsecretario de Energía Eléctrica, y Federico Bernal, interventor de Energas? “Los Federicos” fueron los que le dieron el empujón final a Guzmán. No pudieron o no quisieron elaborar un formulario para que se inscriban los que necesitan subsidios en las tarifas de gas y electricidad. Ese formulario, según el plan que había elaborado Guzmán, era esencial para la segmentación de las tarifas. Esto es: para empezar a achicar los subsidios en energía y bajar el déficit fiscal. Esa nueva política tarifaria forma parte del acuerdo con el Fondo Monetario y con los compromisos asumidos para poner un poco de orden en el desorden de las cuentas públicas. Basualdo y Bernal reportan al Instituto Patria, y Cristina Kirchner es una enemiga declarada del pacto con el Fondo y de comenzar con los aumentos de tarifas en pleno invierno.

Batakis subrayó su apegó al “equilibrio fiscal”, pero el sábado pasado Cristina Kirchner hizo el elogio del déficit. Peor: recordó que la Unión Europea les permite a sus países miembros un déficit total del 3 por ciento (pago de deuda incluido). Las lecciones que aprende Cristina de Oscar Parrilli son siempre parciales y manipuladas. Los países europeos tienen acceso al crédito y no pueden emitir porque su moneda es el euro. Solo el Banco Central Europeo está en condiciones de emitir la moneda europea. La Argentina no tiene crédito, ni lo tendrá con el riesgo país actual. Su déficit debe ser financiado con emisión monetaria, que es el principal vector (con perdón de Cristina) de la inflación. No obstante, el Banco Central emitió en el último mes casi 800 mil millones de pesos, aunque una parte la destinó a sostener con recursos a los fondos de inversión, que trabajan casi exclusivamente con bonos. Los tenedores de bonos se amontonaron en las puertas de los fondos de inversión para canjear sus bonos, cuando estos comenzaron a depreciarse. Ni bancos ni fondos de inversión están en condiciones de aguantar semejante corrida. El Banco Central cumplió, en este caso, con su misión y salió en su rescate. Hay también, por lo tanto, una crisis financiera, que se suma a la económica, a la social y a la política.

Hasta ahora, la ministra de Economía ha vagado verbalmente por fórmulas generales que dicen poco y nada. Sus antecedentes no la ayudan. En diciembre de 2015, le entregó al flamante gobierno de María Eugenia Vidal una provincia de Buenos Aires que no tenía recursos para pagar los salarios de diciembre ni el aguinaldo. Los salarios de la provincia de julio de ese año (un mes antes de las PASO), los de septiembre (un mes antes de la primera vuelta electoral) y los de noviembre (un mes antes de la entrega del gobierno) se pagaron con el aporte del gobierno nacional de Cristina Kirchner. La provincia tenía, el 10 de diciembre de 2015, solo el 1 por ciento del dinero que necesitaba para pagar sueldos en los siguientes 30 días. Batakis había sido la ministra de Economía de Buenos Aires en los cuatro años anteriores. De todos modos, no es ella, todavía, la culpable de nada. Pero debería reclamar algunas condiciones. Por ejemplo: unidad en la conducción política (¿qué dirá Cristina Kirchner en su próximo show?), porque no es suficiente que la ministra le agradezca por igual al Presidente y a la vicepresidenta. Ni son lo mismo ni piensan igual. Debería, también, reclamar la facultad de nombrar a un equipo propio, sin “los Federicos”, si es posible. Con todo, es ella la que debe tener también claridad en sus objetivos y un plan económico que huya del embrollo retórico que cultivó hasta ahora.

En el fárrago del domingo, al Presidente solo lo rodearon los amigos de la vida: Julio Vitobello, Juan Manuel Olmos y Vilma Ibarra. No estuvieron ni los ministros que son amigos suyos, como Juan Zabaleta, de Desarrollo Social, y Gabriel Katopodis, de Obras Públicas. El ministro del Interior, Eduardo de Pedro, desapareció. El jefe de Gabinete, Juan Manzur, llegó tarde desde Tucumán, apurado, porque sospechaba que en medio del desbarajuste se quedaría sin su sillón. Sergio Massa hizo un massismo clásico: intentó sacarle todo el poder a Alberto Fernández y llevárselo a su casa. Fracasó, como fracasa siempre que lo trastorna la voracidad política. Varios candidatos a ministro le dijeron que no al Presidente. Feo síntoma. Alberto Fernández y Cristina Kirchner se peleaban por cuál de los dos llamaría primero al otro. Terminó llamándola Alberto Fernández. Cristina Kirchner es precisa para establecer quién es quién. El Presidente había cometido su propia distracción el día anterior: el sábado perdió cuatro horas en la quinta del empresario Fabián de Sousa, amigo suyo. Alberto solía hacer gestiones judiciales en favor de De Sousa, aunque este igual cayó preso por defraudación al Estado. La coalición peronista gobernante está quebrada, el Presidente es una sombra de un presidente y la sociedad está fatigada de su propia angustia. Hace un par de días, en la Universidad Menéndez Pelayo, Felipe González dijo un par de frases seguramente en clave española, pero que tienen plena vigencia en la Argentina. Una: “Quien gobierna sin hacerse cargo del estado de ánimo de la gente está condenado al fracaso inmediato”. La otra: “Los líderes que no son capaces de hacerse cargo del estado de ánimo de la gente no son capaces tampoco de cambiarlo”.

La decadencia presidencial (y vicepresidencial) está arrastrando a toda la dirigencia política. Según la última medición de Fixer, Alberto Fernández tiene solo el 23 por ciento de imagen positiva y un 63 por ciento de negativa. Cristina no está mejor. Por eso, su supuesto proyecto presidencial es una utopía sin futuro, un globo de ensayo para entusiasmar al fanatismo. En esa misma encuesta aparece también una importante caída de la dirigencia opositora. ¿Qué hizo la oposición para estar peor que hace dos o tres meses? Nada. Pero todos los líderes opositores cayeron en la valoración de la sociedad, arrastrados por la inoperancia presidencial y por el oportunismo vicepresidencial. Los dirigentes de Juntos por el Cambio han estado hablando en las últimas horas de esa crisis. Sobre algo de eso se conversó también en la reservadísima comida que reunión a Mauricio Macri y Elisa Carrió en la noche del domingo. Horacio Rodríguez Larreta salió ayer con duras declaraciones sobre la situación del país, luego de establecer que su silencio no lo ayudaba. La política tal como la conocemos está agotada. Un síntoma de esa extenuación es que el propio Rodríguez Larreta aceptó en el acto la idea disruptiva de su virtual vicejefe de Gobierno, Emmanuel Ferrario, para convocar a voluntarios de la sociedad para que sean candidatos a legisladores porteños o a comuneros en las próximas elecciones. Ferrario, que también llegó hace poco a la política, recogió esas experiencias en el exterior. Macri está de acuerdo con los voluntarios. Todos temen que el colapso de la coalición peronista se convierta en un agujero negro en el que se hundirá toda la política. Ya sucedió hace 20 años. ¿Quiénes sobrevivieron de aquella monumental crisis? Nadie. Ahora, ni siquiera hay una solución cercana. Un año y medio es demasiado tiempo si las cosas se siguen dirimiendo exclusivamente dentro de una cúpula endogámica, fría y lejana.

Joaquín Morales Solá 
Ilustración: Alfredo Sábat