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La ilusión monetaria, la inercia inflacionaria, el plan 30-30 del Gobierno y las malas certezas

 De cara a las elecciones, las políticas oficiales buscarán impulsar el consumo y poner dinero en el bolsillo de los votantes, aunque eso signifique seguir acumulando distorsiones en la macroeconomía

John Maynard Keynes difundió el concepto de “ilusión monetaria”, pese a no haber sido el autor original del término. Keynes se refería a la resistencia de los asalariados a aceptar una reducción nominal de sus salarios, mientras que resultaba más “fácil” que aceptaran una baja real.

En otras palabras, es más difícil que alguien acepte una baja nominal del 10% de su sueldo, en un entorno de inflación esperada de cero, a que alguien acuerde una suba del 10% nominal, con una inflación esperada del 20%. En los dos casos, el salario real cae un 10%, pero en el segundo, existe la “ilusión” de que el salario sube.

Por supuesto que en la Argentina, después tanta experiencia inflacionaria acumulada, este fenómeno de apego a los valores nominales está bastante diluido, de allí que, salvo en períodos de mucha recesión y muy alto desempleo, los salarios en la economía formal, negociados por los representantes sindicales, o bien se indexan a la inflación pasada, o bien se acuerdan en plazos cortos, con revisiones periódicas, para evitar desvíos importantes entre los aumentos salariales y la evolución de los precios.

Pero esta idea de salarios reales constantes o subiendo, aún en contextos indexados, también resulta una ilusión. Al final del día, como lo prueba nuestra historia, si la economía no crece, y la productividad no mejora, los salarios reales terminan cayendo, por más esfuerzo que realicen los dirigentes sindicales.

Esto se combina con otro concepto bien local: la inercia inflacionaria. Si quien forma precios los fija tomando en cuenta la inflación pasada, y quien negocia salarios los fija considerando la inflación pasada. Y si el tipo de cambio oficial se ajusta según la inflación pasada, y los precios regulados se indexan a la inflación pasada, entonces, la inflación futura es igual a la pasada y la inflación no baja nunca.

Por supuesto que, en una economía competitiva, abierta al mundo, y con una política monetaria independiente, no podría haber inercia, porque los formadores de precios deberían tener en cuenta los precios internacionales y los efectos de la cantidad de pesos y la tasa de interés sobre la demanda y lo mismo ocurriría con los dirigentes sindicales. Pero la Argentina es una economía cerrada, justamente para ser un coto de caza donde los gobiernos puedan explotar impositivamente al sector privado sin problemas y para que algunos privados negocien privilegios. Y el Banco Central no puede instrumentar una política monetaria independiente, porque tiene que financiar al Estado, carece de credibilidad y por lo tanto, puede influir poco sobre las expectativas de inflación futura. En este paisaje, la Argentina destruyó su moneda. Paradójicamente, la Argentina, que no quiere ceder la soberanía en una ley para tener una vacuna, ha cedido la soberanía más importante, convirtió a su moneda en cuasi moneda y transformó en su verdadera moneda al dólar estadounidense.

Sin moneda propia, la única política antiinflacionaria posible consiste en intervenir en la relación entre la cuasi moneda peso y el dólar. Por eso, los pocos períodos en que la tasa de inflación baja, en nuestro país, son aquellos que siguen a un super salto en el tipo de cambio, que permite, por un tiempo, mantener estable el dólar sin demasiados problemas y vivir la ilusión monetaria de ser más ricos en dólares.

Esto dura un tiempo, dependiendo de las condiciones internacionales -dólar fuerte, dólar débil, tasa de interés internacional-, el monto del ingreso de capitales, y el punto de partida en materia de reservas en el Banco Central, de déficit fiscal y de emisión monetaria, hasta que todo vuelve a la normalidad, sea por cambios en el escenario externo, sea por el abuso en el endeudamiento o en el descontrol monetario, sea por ambas condiciones a la vez. La “normalidad” implica un nuevo ajuste en el tipo de cambio y su consiguiente traslado a los precios internos, caída del salario real, recesión etc. Obviamente, en cada “ronda” de estos ciclos, cada vez más cortos, hay menos inversión, menos crecimiento y más pobreza.

Algunos de esos programas antiinflacionarios para reforzar el efecto del freno al tipo de cambio y evitar “la inercia” se complementan, y subrayo “se complementan”, con acuerdos de precios y salarios para coordinar las expectativas en torno a la inflación futura. Otros, por las condiciones iniciales mencionadas, no lo necesitaron.

El amable lector y la amable lectora ya sabrán, a estas alturas, que estamos en los albores de un nuevo plan antiinflacionario, o mejor dicho de un nuevo intento por aumentar el salario real artificialmente, impulsar el consumo y poner dinero en el bolsillo de los votantes en vísperas de las cruciales elecciones de medio término sin que ello acelere aún más la tasa de inflación.

Esta vez, dado que no hay forma -ni voluntad política- de tener una política fiscal y monetaria consistente, y existe menos margen de maniobra para fijar el tipo de cambio -aunque se puede desindexar en parte, aprovechando el favorable escenario internacional-, el acuerdo de precios y salarios no será un complemento, sino un sustituto, y subrayo sustituto de un programa macro. Ese acuerdo contempla seguir pisando los precios de los servicios regulados, y mover algún conjunto representativo de precios privados por debajo de la tasa de inflación actual. Y aumentar salarios para que, mediante alguna mezcla de incrementos de suma fija y porcentuales de corto plazo, los salarios formales más bajos se “ilusionen” con ganarle a la inflación. Parece que el número mágico es el 30% de inflación anual que figura en el presupuesto 2021 -en realidad figura 29%. De manera que un conjunto de precios, tendrían como variación ese techo y, como mencionara, los salarios formales en las escalas más bajas subirían por encima de ese techo, para crecer en términos reales, por un ratito.

Por supuesto que este programa presenta algunos problemas.

En primer lugar, no podemos olvidar el tema de la pandemia que, sin vacunas suficientes para apurar la inmunidad de la mayor parte de la población, seguirá afectando el nivel de actividad y presionando más sobre el gasto público, la recaudación impositiva y la emisión monetaria.

En segundo lugar, sin reservas en el Banco Central, ajustar el valor del dólar oficial por debajo de la inflación termina afectando seriamente la evolución del sector externo. En particular, con una brecha cambiaria en torno al 70%. Es cierto que el Banco Central “liquida” bonos de su cartera y maniobra en los mercados alternativos del dólar para que la brecha no se dispare más, pero difícilmente, con tasas de interés negativas, más emisión monetaria y atrasando el valor del dólar oficial, logre reducir dicha brecha sustancialmente. La destrucción del balance del Banco Central siempre termina en licuación inflacionaria para “arreglarlo”.

En tercer lugar, la Argentina tiene pendiente una negociación con el FMI. No será sencillo convencer a la burocracia del Fondo de la viabilidad de un programa de corto plazo como el descrito.

En cuarto lugar, los acuerdos salariales, casi con seguridad, incluirán cláusulas de revisión periódica, de manera que la inconsistencia monetaria, más temprano que tarde, llevará a conflictos varios, en particular en gremios con fuertes internas.

Finalmente, el sólo hecho de saber que este programa resulta insostenible, más allá de octubre, genera expectativas negativas y como los mercados financieros reaccionan muy rápidamente y se anticipan, existe la probabilidad no menor, de que, avanzado el año, la propia continuidad del plan, conspire contra la continuidad del plan.

En síntesis, estamos frente a una alta probabilidad de que se ponga en marcha un programa electoral que siga acumulando distorsiones en el mercado de cambios, en los precios de los servicios públicos, en las restricciones para exportar e importar, en controles, en pseudo acuerdos de precios y salarios, con un trasfondo de descontrol fiscal y monetario inconsistente y sólo ayudado por un escenario internacional favorable -aunque no está claro cuál será la posición del FMI.

Es decir, un programa 2012-2015 recargado y empeorado.

Como les dije hace un tiempo, en la economía argentina ya no hay más incertidumbre, sólo quedan malas certezas.

Enrique Szewach