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Más motivos para que no haya un plan económico

Nadie sabe aún si finalmente será sancionada por el Congreso, pero la reforma judicial ya le dejó a Alberto Fernández una gran lección. Además de las innumerables polémicas y conflictos que cosechó con esa iniciativa, el Presidente terminó por confirmar el riesgo que entraña dejar por escrito sus proyectos.

Más cuando deben pasar por el despacho de Cristina Kirchner, en su condición de jefa de la aduana de los proyectos oficialistas. Una buena y gran razón (otra más) para que no haya un plan económico.
Lo ocurrido en las últimas semanas con los proyectos judiciales puede tomarse como testigo para entender lo que ocurre en el área económica. Si la última palabra no siempre la tiene el espacio de la vicepresidenta, como dicen en la Casa Rosada, al menos sí se quedan con los festejos. Y muchas veces los dejan con la boca abierta. En términos futboleros, como si todas las pelotas divididas las ganara siempre el mismo equipo. Fue el caso de la inclusión de "los poderes mediáticos" como posibles fuentes de presión de los jueces en la reforma del fuero federal con la que el cristinismo puro sorprendió a la Casa Rosada.
En el plano económico parece inscribirse en la misma lógica la reciente declaración por decreto del sector de telefonía e internet como servicio público esencial. El Gobierno esgrime que la decisión tiene entre sus artífices a dos albertistas insospechados de impureza, como Vilma Ibarra y Santiago Cafiero, y también al ministro de Economía, Martín Guzmán, por el impacto inflacionario que tendrían los aumentos que dispusieron las empresas, en un momento en que la suba de precios volvió a ser motivo de preocupación y en el que la conectividad es más imprescindible que nunca a causa del Covid-19.
Sin embargo, es un hecho que, por impulso de Cristina Fernández, su delegado en el ente regulatorio tuvo un rol clave para que se avanzara en esa decisión. Y a nadie escapa que la medida venía siendo impulsada desde hacía meses por los representantes más duros del kirchnerismo, como la diputada cristinista Fernanda Vallejos, que siempre paga el precio de ser una adelantada. Unos tienen un plan, otros llegan por descarte.
         
La vicepresidenta también celebra el pase de la estratégica Secretaría de Energía de la órbita del ministro de Desarrollo Productivo, Matías Kulfas, a la del titular de Hacienda, Martín Guzmán. Es el premio a uno de sus preferidos (Guzmán) en detrimento de uno de los ministros menos queridos por ella (Kulfas). Pero es más que eso. Es otro avance del cristicamporismo sobre las construcciones del Presidente.
Fernández fue quien designó al saliente Sergio Lanziani y lo ubicó en la cartera de un albertista originario, como Kulfas, al que hacía rato que el ahora exsecretario no le respondía. Nadie sabía por qué el Presidente no lo echaba ni por qué tardó tanto en hacerlo. Otra postergación que termina igual. El entrante Darío Martínez reconoce como jefe a Máximo Kirchner. Su disputa con Oscar Parrilli, el fiel asistente de Cristina Kirchner es un conflicto político de pago chico.
Nada sorprende ya. El kirchnerismo siempre tuvo una particular predilección por el sector energético, y no por cuestiones ideológicas. Así es desde la privatización de YPF con Carlos Menem, pasando por la "argentinización" de la petrolera con Néstor Kirchner y la familia Eskenazi, hasta la nacionalización con Cristina Kirchner y Axel Kicillof. Ahora dominan toda el área. Una vicepresidenta energizada.
El cristinismo debería asignarle un lugar especial a la penúltima semana de agosto en su calendario. En menos de siete días les puso su sello a la Justicia, las telecomunicaciones y la energía. Alberto cumple lo que para Cristina significa algo.
Si bien estas decisiones abren nuevos conflictos, todos son exógenos a la coalición gobernante. Fernández sigue honrando su promesa de no volver a pelearse con la expresidenta. Las tensiones desatadas con la oposición, con los medios de comunicación y con sectores empresarios refuerzan el vínculo entre el Presidente y su vicepresidenta. Y, sobre todo, refuerzan a la vicepresidenta. "Cristina y yo somos lo mismo". Parece que el grito de campaña era cierto. Y que buscó reafirmarlo con su frase de ayer: "A la Argentina le fue mejor con el coronavirus que con el gobierno de Macri". Mucho más que un exceso político.
Por eso, no hay que esperar planes económicos por escrito. Podrían precipitar otros conflictos y difícilmente puedan quedar indemnes las relaciones internas en la coalición gobernante. También eso demora la presentación del presupuesto nacional para 2021. Antes deberá aprobarse una ley que establezca el nuevo cálculo de actualización de las jubilaciones. Una de las pocas áreas donde el Estado hizo ahorro. Aunque no pueda jactarse de ello y deba disimularlo con relatos sustentados en contabilidades creativas.
El cálculo de ingresos y gastos del Estado refleja o se parece bastante a un proyecto económico. Un verdadero desafío para Fernández y Guzmán será conciliar allí las expectativas del kirchnerismo más cerril con las del gran acreedor con el que queda pendiente alcanzar un acuerdo: el FMI. A diferencia de los bonistas, al organismo multilateral le importa saber cuánto va a recaudar y cuánto va a gastar el Estado. Es decir, la sustentabilidad de la que tanto hablaba Guzmán. Por eso, todo acuerdo expone al país deudor a la revisión periódica de las variables fiscal, monetaria y externa. Es el famoso artículo 4°, cuyo rechazo fue enarbolado como bandera de soberanía por el kirchnerismo en los tiempos del viento de cola y superávits gemelos. Otra era.
En esta etapa, por el contrario, la mayoría de las medidas tienden a engrosar el gasto del Estado y no se visualizan políticas tendientes a hacerlo más eficaz, para no hablar de reducciones estructurales. En todo caso, habrá que esperar la búsqueda de nuevas fuentes de ingresos. La puja distributiva siempre llega. Y no se vislumbran medidas destinadas a lograr mayor productividad y competitividad empresarias, que generen ingresos genuinos. Todo no se puede y todo tiende a postergarse.
Es la era glacial. Mandan los congelamientos. Pero el riesgo de un calentamiento es ahora más que una amenaza. Muchos precios ya rompieron la puerta del freezer. El DNU para las telecomunicaciones puede ser el futuro que adelanta. Complejidades internas y externas. Al final, habrá que llegar al Fondo. A aquel remoto tiempo de los superávits gemelos le gustaría arribar a Guzmán, un predicador ferviente de los equilibrios económicos. Pero antes que eso ha debido convertirse, como su jefe, en un equilibrista político. No le ha ido mal. Ahora, con el casi asegurado arreglo con los bonistas, cuenta con una red reforzada que le tendió Cristina Kirchner, que lo protege de algunos tropiezos.
Como se ha visto, al ministro de Economía le lleva más tiempo y esfuerzo de los que preveía lograr sus objetivos. La recta no es el camino más expeditivo en este gobierno de coalición. La pandemia, las relaciones de poder interno y el estilo de conducción de Fernández obligan a las circunvalaciones y los avances y retrocesos.
Tres días antes de asumir como ministro, Guzmán decía a todo aquel que se reuniera con él que se proponía presentar un plan económico por escrito apenas asumiera, en el que se expondrían las medidas tendientes a lograr crecimiento y alcanzar equilibrios fiscal y externo. Toda una originalidad que no se había visto en ningún gobierno desde la recuperación de la democracia. Todos tardaron más de un año en tener un plan y ejecutarlo. No hay excepciones a la vista. La gestación ya superó los nueve meses y no debe esperarse que dé a luz. Por ahora, lo que cabe aguardar son las tan prometidas 60 medidas, que cada semana encuentran un motivo nuevo para posponerse. Ahora, dicen en la Casa Rosada que se harán públicas después del cierre el canje de la deuda. Es decir, en la primera semana de septiembre.
La demora no se debe solo a la espera de tener más despejado el horizonte, como le gusta decir a Fernández. También, como ocurre con el resto de las medidas en distintas áreas, impacta el sistema de toma decisiones del Presidente. Si bien es un esquema radial como el que practicaba Néstor Kirchner, este se diferencia en que todo lo que se concentra en el eje se demora en salir hacia los rayos. Y cuando sale, suele llegar recortado. Fileteado, le llaman algunos ministros que padecen el sistema.
El diseño de la administración es otro elemento que conspira contra la celeridad y la eficiencia. La fragmentación del área económica convierte en un desafío mayúsculo lograr consistencia y evitar nuevos desequilibrios. Un inesperado parecido con el gobierno de Mauricio Macri, aunque en esta administración no hay un jefe único. Las resoluciones expeditivas casi siempre son fruto de lo inevitable, cuando ya no queda más remedio que tomarlas y se agotaron todas las posibilidades de seguir postergando. Entonces, suelen ganar los que tenían algún plan y cuentan con el peso interno para hacerlas pasar por el despacho central de la aduana oficial.
Todo tiende a la consolidación de una criatura macrobicéfala. Razones suficientes para que el Presidente se resista a hablar de un plan económico. Son tiempos de incertidumbre. No solo sanitaria.
Claudio Jacquelin
Ilustración: Alfredo Sabat