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El acuerdo por la deuda es una buena noticia, ¿pero por qué?

Se cierra un capítulo, pero estamos lejos de haber resuelto un problema de fondo de la Argentina

Lograr un acuerdo con una mayoría aceptable en la reestructuración de la deuda es una buena noticia para los argentinos. Sin embargo, no lo es porque, como el Gobierno plantea, vayan a ahorrarse pagos en los próximos años que podrán destinar a otras cosas. Eso implicaría creer que el Estado alguna vez canceló deuda en términos netos, cuando casi siempre tuvo un exceso de gasto público sobre sus ingresos. Al contrario, la realidad indica que se tomaron nuevos pasivos, incrementando lo adeudado. ¡Además, es no tener en cuenta que antes del bendito acuerdo tampoco estábamos pagándola! Así que, de hecho, hacia adelante vamos a pagar más que ahora y no parece que el “ahorro” de estos últimos tiempos haya servido para mejorar la economía.
En realidad, es buena noticia porque en un país que está al borde de una potencial cesación de pagos, la gente tiene alta incertidumbre y, por ende, tiende a ahorrar más y generalmente en moneda extranjera. Es decir, cambia sus pesos por dólares y los mete al fondo del ropero, en una caja de seguridad o lo manda al exterior desfinanciando la economía. Por otro lado, ahorrar implica dejar de consumir e invertir, lo que afecta negativamente el nivel de actividad. Esto se hubiera profundizado con un eventual fracaso de la reestructuración. Ahora, cerrado un acuerdo, los problemas de la Argentina no desaparecen; aunque sí una de las amenazas relevantes. Por lo tanto, sería esperable que la gente siga ahorrando y fugando capitales, pero menos; por lo que consumirá e invertirá un poco más, dinamizando la producción.
Por otro lado, si bien el Estado casi no tenía crédito, el sector productivo conservaba alguno (poco dado el contexto de potencial cesación de pagos) y lo hubiera perdido casi todo con un default. En cambio, cerrada la reestructuración, podrá aumentarlo y más si se tiene en cuenta que los bancos centrales más importantes del mundo están inundando mercados de liquidez para aliviar el impacto de la pandemia. Los inversores tienen fondos y obtienen bajísimos rendimientos por financiar a quienes tienen poco riesgo; así que están más dispuestos a prestarles algo a aquellos con menor potencial de cobro, a cambio de un interés alto que les permita aumentar el rendimiento de sus carteras.
Si tenemos en cuenta el impacto negativo que ya tenía sobre el sector productivo la crisis previa a la pandemia y el porrazo fenomenal de una cuarentena fuertemente restrictiva, será fundamental contar con el mayor financiamiento posible para permitirle una recuperación. De eso dependerá la posibilidad de darle empleo a los cientos de miles que lo perdieron y de sacar de la pobreza a cerca de la mitad de los argentinos, que actualmente están sumidos en ella.
Es posible que el Gobierno logre algún financiamiento voluntario en un mercado mundial muy líquido, como el que ya describimos. Sin embargo, los mayores recursos llegarían de los organismos internacionales que son más generosos con países que no están en cesación de pagos o al borde de llegar a él. Eso podría permitir que parte de los gastos públicos dejen de tener como financiador al Banco Central (BCRA), como sucede hoy. Obvio que para esto es condición que el Gobierno no pretenda aumentar aún más las erogaciones con esos recursos.
Que el BCRA tenga que cubrir menos de las necesidades de financiamiento del Estado permitirá una de dos: a) disminuir el ritmo de emisión, lo que haría que el peso se deprecie menos y las presiones sobre los tipos de cambios paralelos y los precios sea menor; o b) bajar el ritmo de incremento de su deuda remunerada. Cabe destacar que, en los últimos tiempos, dada la fuerte pérdida de valor de la moneda nacional, el BCRA optó colocar pasivos remunerados para proveer la mayor parte de los recursos transferidos al Tesoro. En ese sentido, estamos siguiendo los pasos que nos llevaron a 2018, o sea un nivel insostenible de deuda que tendrá que ser pagada con emisión y licuada con una enorme inflación, empobreciendo a los argentinos.
Por otro lado, como comentamos ya, la incertidumbre llevó a la gente a disminuir la demanda de pesos, justificando una caída de su poder adquisitivo; lo que se transformó en presiones cambiarias y sobre los precios de bienes y servicios. Si se modera la percepción de riesgo, también lo hará esta preferencia por sacarse la moneda nacional de encima y será menor su pérdida de valor. Así, hacia adelante se sumarían menos presiones inflacionarias; aunque las que ya se gestaron seguirán garantizando crecientes porcentajes de subas mensuales de precios al consumidor en el corto plazo y una inflación anual de 2020 bien por encima del 40%.
Por todo lo expuesto, sin duda es una buena noticia para los argentinos el poder cerrar este capítulo de la deuda. Sin embargo, estamos lejos de haber resuelto un problema de fondo de la Argentina. De hecho, nuestro endeudamiento es consecuencia de dichos problemas. Elegimos funcionarios que, desde el Gobierno, perseveran en gastar mucho más de lo que los argentinos podemos pagar, aun cuando nos exprimen a más no poder con impuestos. Por lo tanto, es cuestión de tiempo llegar a acumular un nivel de pasivos que no se pueda pagar. Esta es una novena reestructuración de deuda y, si no cambiamos de rumbo, puedo afirmar sin temor a equivocarme que en el mediano plazo estaremos encarando la décima. Para los que estén pensando que soy un petardista, les recuerdo que en 2001 gestamos el default más grande de la historia hasta ese momento. Luego, en 2005 y 2010, le hicimos una de las quitas más grandes que se hayan realizado, entre 60% y 70%, y acá estamos. Sin duda, un argumento más que suficiente para demostrar que tampoco es que me estoy arriesgando mucho con mi apuesta.
Aldo Abram
Director ejecutivo de la Fundación Libertad y Progreso