Las economías emergentes seguirán a las desarrolladas en la senda de las medidas no convencionales, e incluso pueden sobrepasarlas. Los bancos centrales de algunos países más pobres están copiando a sus homólogos estadounidenses, europeos y japoneses al comprar bonos. Otros se sumarán a la tendencia. Sin embargo, se trata de una iniciativa más peligrosa en el caso de los países menos ricos.
La compra de activos es una buena manera de proporcionar estímulos monetarios cuando las tasas de interés se acercan a cero, como en Tailandia y Hungría. La política puede ser atractiva incluso cuando hay margen para bajar los tipos, como en la India. Ello se debe a que ayuda a mantener bajo control los costes de los préstamos del Estado en un momento en que el gasto público está aumentando y los ingresos fiscales están disminuyendo a causa del coronavirus.
Este último objetivo puede llevar a los bancos centrales de los mercados emergentes a adelantarse a los desarrollados con la compra de deuda directamente al Estado. Pensemos por ejemplo en Indonesia, que en abril realizó sus primeras compras de deuda pública en el mercado primario, es decir directamente en las subastas de bonos, compensando así la disminución de la demanda del extranjero. El banco central de la India podría hacer lo mismo. El riesgo es que se interprete que estos bancos centrales están controlados por el Gobierno. Los países más ricos, que cuentan con importantes reservas de divisas, solo han comprado deuda en el mercado secundario.
El primer problema es que la compra de activos atiza la inflación en los países más pobres. Eso no ha ocurrido en las economías avanzadas, en parte porque la liquidez se ha desviado a mercados de crecimiento más rápido que ofrecen mayores rendimientos. Pero algunas naciones emergentes, como la India, limitan la cantidad de dinero que se puede enviar al extranjero. En segundo lugar, unos niveles de eficiencia bajos a nivel nacional pueden hacer que los fabricantes sean menos capaces de mantener el ritmo del aumento de la demanda.
En tercer lugar, los alimentos representan una mayor proporción de la cesta de bienes utilizada para seguir la inflación en los países más pobres, lo que hace que los precios al consumidor en general sean más volátiles. El aumento de la inflación puede provocar la venta de la moneda local, lo que encarece las importaciones, aumenta aún más los precios y desencadena una espiral viciosa que amenaza la credibilidad del banco central.
Los dirigentes de los bancos centrales pueden decidir que la compra de activos es el mal menor cuando están en juego vidas y medios de subsistencia. Y sin duda insistirán en que se trata de medidas extraordinarias para una época extraordinaria, y que se revertirán al primer indicio de inflación. Sin embargo, como han descubierto la Reserva Federal de Estados Unidos, el Banco Central Europeo y el Banco de Japón, las políticas no convencionales se convierten rápidamente en habituales y resulta difícil vivir sin ellas.
reuters