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La Argentina que busca una prueba de madurez

Es probable que la Argentina asista hoy a la elección presidencial más hiperpolarizada de las últimas dos décadas.

No es descabellado imaginar que las dos principales fórmulas sumen más del 86,6% de los votos válidos, que alcanzaron Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde en 1999. Parece más difícil que llegue al récord de 1983, cuando Raúl Alfonsín e Italo Luder sumaron casi el 92%, aunque parte de la sociedad viva el acto electoral de hoy con un dramatismo similar al experimentado en los comicios que abrieron el camino a 36 años de democracia.
El nivel de polarización esperado torna dificultoso que el binomio que integran Alberto Fernández y Cristina Kirchner pueda bajar su performance electoral a menos del 45%, cuando en las PASO del 11 de agosto obtuvo el 49,49% de los votos afirmativos, que son los que se tomarán en cuenta para definir si hay un ganador en primera vuelta o si habrá que recurrir a un ballottage. Si los 24.660.000 votos afirmativos emitidos en agosto crecieran un 12% hasta los 27.620.000, Macri debería sumar 1.545.000 nuevos votos a los conseguidos en las PASO y su rival no debería sumar más de 220.000 sufragios para no alcanzar el 45% ni lograr una diferencia superior a los diez puntos, y así consagrar la necesidad de una segunda vuelta electoral.
Pero hay otras cosas en juego más allá del sillón de Rivadavia. Aun en el caso de un triunfo de la coalición opositora, será central la fortaleza y cohesión que mantenga el frente encabezado por Macri en el futuro Congreso de la Nación. También será relevante cómo queden la Legislatura bonaerense y algunos municipios del conurbano, en el caso de que Axel Kicillof se imponga finalmente a María Eugenia Vidal y el mayor distrito del país pase a convertirse en un virtual enclave ultrakirchnerista.
Durante los últimos dos meses, la campaña del "Sí se puede" generó una particular mística en una corriente política que lucía desconcertada tras las PASO. Representó, independientemente de las graves circunstancias económicas del país, una importante expresión de una amplia porción del electorado preocupada por la defensa de los valores republicanos; por la libertad y la defensa del derecho de propiedad; por los derechos de las víctimas frente a la impunidad de los delincuentes y el combate al narcotráfico; por la transparen-cia pública, la lucha contra la corrupción y la independencia de la Justicia.
De ganar las elecciones, Alberto Fernández no podrá desoír la fuerte demanda de esa corriente de opinión, que debería ser parte del "contrato moral y ético" que el candidato se comprometió a firmar durante su acto de cierre de campaña en Mar del Plata. "Somos la esencia misma de lo que el pueblo quiere", dijo el postulante del Frente de Todos en esa ocasión. ¿Comprenderá Fernández que la palabra "pueblo" es mucho más amplia de como históricamente la ha entendido el peronismo y que las expectativas de la ciudadanía no se agotan en el bolsillo, por más que las cuestiones de índole económica ocupen los primeros puestos en el ranking de inquietudes de la población?
La expectativa que han desatado estas elecciones no sería tan extenuante ni dramática si una parte tan importante de la ciudadanía no percibiera que lo que se juega hoy no es una simple competencia entre dos fuerzas políticas que se disputan el gobierno en el marco de una misma concepción del poder, sino que lo que está en juego es la república misma.
El filósofo Santiago Kovadloff plantea una interesante configuración de los deseos de los votantes. Sostiene que en quienes están más alejados de concepciones populistas coexisten dos dudas. Se preguntan si, en un eventual segundo mandato, Macri será capaz de conciliar los valores republicanos con la eficacia de la que adoleció su gobierno en materia económica. Y si gana Fernández, su interrogante es si dará pruebas de que es capaz de superar el discurso extremista y populista del kirchnerismo. En el electorado más afín al kirchnerismo, en cambio, la expectativa es que Fernández se avenga a cumplir las premisas representadas por las convicciones de la expresidenta.
Según Kovadloff, la grieta ya está instalada en la coalición peronista y está discriminada por el capital político que al candidato presidencial le aportó el kirchnerismo, por un lado, y por el capital político que al kirchnerismo le aportaron los líderes territoriales -gobernadores y dirigentes como Sergio Massa- que atrajo Fernández, por el otro lado. Esa conjunción de fuerzas, unidas por motivos circunstanciales asociados a la búsqueda del poder, podría derivar en conflictos si Fernández, como eventual presidente, no maniobra con la suficiente habilidad para conciliar sus distintos intereses.
Sutiles diferencias se insinúan entre los integrantes de la fórmula del frente peronista. Mientras Fernández abogó por una salida "a la uruguaya" para la reestructuración de la deuda pública, a partir de una negociación amigable, sin quitas de capital e intereses, pero con mayores plazos de pago, Cristina Kirchner presentó a su compañero de binomio como "el jefe de Gabinete del gobierno que reestructuró la deuda externa, produciendo la quita más importante". Si la expresidenta estuviera insinuando que habría que hacerles una sustancial quita a los bonistas privados, paradójicamente, estaría coincidiendo con la posición del FMI.
Si llegara al poder, Fernández debería hacer un ingente esfuerzo para administrar algo tan complejo como la propia crisis socioeconómica: la contradicción que supone afirmar que los peronistas "vuelven mejores" y su frase "Cristina y yo somos lo mismo".
Cualquiera que fuese el resultado, incluida la posibilidad de un ballottage, hoy se iniciará un difícil proceso de transición de 44 días hasta el 10 de diciembre. De la madurez política, la generosidad y la grandeza de dos hombres dependerá que el país pueda llegar a esa fecha en orden y con paz social, en medio de las turbulencias financieras. La reacción de los mercados y del mundo hacia la Argentina será muy distinta si nuestros líderes políticos sientan bases para un clima de diálogo y concordia o si, por el contrario, prevalecen los enfrentamientos y los desbordes callejeros.
Pese a las diferencias personales entre Macri y Fernández, expuestas tras el segundo debate presidencial, los nexos entre el equipo económico que encabeza Hernán Lacunza y los asesores económicos del candidato opositor siguen intactos. Es casi un hecho que, de haber un presidente electo en la noche de hoy, a partir de esta semana se profundizarían las actuales restricciones a la adquisición de dólares, con la intención de que el Banco Central no siga perdiendo reservas a un ritmo tan acelerado.
Tras las PASO, las reservas brutas del Banco Central cayeron en más de 20.000 millones de dólares; la devaluación rondó el 38%; el riesgo país trepó aproximadamente desde los 800 hasta los 2100 puntos, y la inflación acumuló una suba de más del 10% en solo dos meses.
Mientras macristas y kirchneristas discuten a quién le cabe la mayor responsabilidad por este colapso y parte de la prensa internacional se asombra por la inclinación de ciertas sociedades que "reverencian hasta la idolatría a sus ladrones", como escribió el director del diario español El Mundo, Francisco Rosell, la Argentina puede al menos sorprender positivamente si, pese a las disidencias que hoy se traducen en la llamada "grieta", ofrece un ejemplo de respeto por las instituciones y de convivencia republicana, lejos de los episodios de violencia que han vivido Chile o Bolivia. Sería una primera prueba de la necesaria mesura.
Fernando Laborda