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Mercados: ¿por qué pasa lo que pasa?

Pocas veces el concepto de globalización, algo naturalmente positivo y que debe ser un norte para cualquier gobernante moderno, exhibió su peor cara para la Argentina. Hace sólo una semana, Mauricio Macri podía mostrar al mundo inversor (tanto financiero como de la economía real) que el país enderezaba la nave, con un acuerdo saludable con el FMI y un ascenso de la calificación argentina de "frontera" a "emergente". Los analistas vinculados a los mercados de capitales del país coincidían en que, aunque con prudencia, comenzaría un período de crecimiento en cuanto a la llegada de fondos del exterior y, en consecuencia, una mejora en los precios de las acciones y títulos públicos locales; tanto los que cotizan en el país como en el exterior. Al Gobierno sólo se le pediría para los próximos meses que garantice la estabilidad cambiaria a partir de las subastas de cada jornada de u$s100 millones, como el cumplimiento de los puntos pactados y prometidos ante el Fondo. Y en gran parte lo que se anticipaba eran días tranquilos y de mejoras lentas pero generales.


¿Qué pasó, entonces, para que en sólo una semana se hable de un "miércoles negro" y de la peor caída en la Bolsa en una década? Lo que pasó fue Donald Trump y sus políticas de protección de la economía de EE.UU. en general y la industria de su país en particular; y las consecuencias del recrudecimiento de los conflictos comerciales entre Estados Unidos y China. Trump decidió avanzar sobre la protección de las empresas de tecnología de su país y el acceso a la información clasificada que pueden tener estas empresas, las que en muchos casos cuentan con inversores chinos. Y que cuando quieren desembarcar en el país oriental, deben abrir sus secretos de par en par, algo que luego se transforma en la copia del valor más preciado de las compañías de la nueva economía de EE.UU.: la invención y el desarrollo tecnológico. Trump avanza en una de las grandes banderas por las cuales fue votado: la defensa de la propiedad intelectual de las empresas norteamericanas, algo que siempre trae seguidores de alto valor agregado en ese país. Lo que parece entender el presidente norteamericano es que el mundo se encamina a un nuevo bipolarismo comercial, donde en lugar de la URSS y la batalla militar por la supremacía política mundial, lo que se discute es quién manejará la economía internacional en poco tiempo. Y cree, quizá con datos serios, que China compite en esa batalla con armas desleales, especialmente al exigir que EE.UU. abra sus conocimientos tecnológicos, sin compartir los propios. Todo esto, además de denunciar los bajos salarios de los trabajadores chinos, el cierre de su economía y las trabas vía dumping (ciertas o no) y los subsidios múltiples al transporte. Trump no tiene problemas en asegurar que China hace trampa. Y el votante de su país considera que es en este tipo de momentos en los que el presidente de Estados Unidos más y mejor maneja el escenario mundial. 

¿Porqué esto afecta a terceros países? Simple: porque ya no existe una producción única de un país, sino que cualquier bien que se fabrique en un territorio tiene componentes multinacionales; y que, en general, son fabricados en plantas ubicadas en los países emergentes. Inclusive Argentina. Según mencionaba el experto en comercio exterior Marcelo Elizondo, el mundo actual muestra un nivel de comercio internacional del 30% de la producción global, cuando hace 10 años era de 20% y de 10% hace 20. Y el país se dirigía a ese mundo justo cuando estalló la batalla EE.UU. vs. China. Según advirtió el analista, lo que ven los operadores internacionales es que si la batalla se transforma en guerra, estará en serio peligro la estructura mundial que llevó años construir y que implica que podría desaparecer la producción de un bien de alto valor agregado (un automóvil, un electrodoméstico, una máquina de alta precisión, una computadora, un celular, un medicamento, un torno, una herramienta o una ventana para la construcción), distribuida por todo el mundo. Y los primeros afectados serían los mercados emergentes. 

Mauricio Macri no tuvo suerte en la esperada "luna de miel" por el ascenso a emergentes. A horas de la mejora, y cuando muchos se sentaban a esperar la llegada de los inversores internacionales, el país sufre una tormenta histórica en contra de los mercados emergentes (los viejos y los nuevos), con salidas masivas de inversores de las Bolsas de Comercio de estos países. Esto, además de las presiones sobre las monedas, un dato que siempre afecta la psiquis vendedora del operador volátil. Más en la Argentina, donde la experiencia reciente de operadores que tienen memoria de elefante y valentía de un koala aún es negativa, y remite más a los bonos impagos de 2001 que a las promesas de optimismo eterno de la coyuntura oficial actual. Para peor, la crisis se abre cuando el país más necesita de dólares fruto de exportaciones, situación que reconoció con seriedad el flamante ministro de Producción, Dante Sica. Argentina necesita dólares genuinos. De esos que sólo la exportación puede crear. Y la naciente guerra comercial afecta precisamente ese costado local. Es lógico, entonces, que los operadores de los grandes fondos internacionales sientan que en los mercados de capitales criollos tienen hoy más para perder que ganar, y ordenen vender a los agentes locales. A cualquier precio.






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