Argumentaban que
el gobierno de Cambiemos nacía muy débil, ya que no contaba con la
mayoría absoluta en ninguna de las cámaras del Congreso. En el
Senado, en particular, su situación era dramática, porque el bloque
del PRO era minúsculo, y ni siquiera con la suma del de la UCR podía
arrimarse al peronismo, que le sacaba una ventaja enorme y lo habría
de manejar con comodidad. Las iniciativas oficiales se empantanarían
en ese terreno farragoso, pronto estallaría la crisis y un extendido
clamor cruzaría toda la República para pedir el regreso triunfal,
desde El Calafate, de la única líder del pueblo argentino.
Pero algo salió
mal. Hace tan solo unas horas el Senado dio sanción definitiva a las
leyes que derogan la “ley cerrojo” y la “ley de pago soberano”,
y autorizó al Poder Ejecutivo a realizar todos los actos necesarios
para arreglar el conflicto con los holdouts y
dejar atrás el default.
Lo destacable es que no solo esa iniciativa se aprobó cómodamente
en la Cámara de Diputados, sino que en el Senado obtuvo más de los
dos tercios, porque fue acompañada por parte del bloque del Frente
para la Victoria.
Se trata de un
hecho de extraordinarias proyecciones económicas, debido a que
reinstala a la Argentina en el concierto internacional y pavimenta el
camino para la llegada de inversiones y de créditos a largo plazo
para modernizar la arcaica infraestructura que nos dejó la “década
ganada”. Pero es, sobre todo, un hito político. Cambiemos se
asienta sólidamente en la administración y demuestra que es mucho
más que un equipo de técnicos bien intencionados. Hace política
sin titubeos, con diálogo y búsqueda de consensos pero también con
firmeza y un rumbo claro. En solo tres meses ha tomado decisiones de
considerable peso, como la salida inmediata y no traumática del cepo
y el arreglo de la deuda.
Mientras tanto,
aquellos que en sus ensoñaciones se preparaban para un regreso
triunfal deben lidiar con otro regreso. No será a Balcarce 50 sino a
una arteria menos grata: la melancólica avenida Comodoro Py.