Un
dato muy revelador del estado de nuestra economía acaba de ser
conocido: en lo que va de 2015, la venta de dólares para tenencia
supera a la facturación en los centros comerciales de Capital y
provincia de Buenos Aires. En otras palabras, los argentinos
gastaron más en comprar dólares que en el consumo de bienes en los
shopping centers.
Los
últimos datos disponibles son relativos al mes de marzo, cuando se
vendieron dólares para tenencia por $4257 millones y la facturación
de los centros comerciales fue de $2816 millones. Es una tendencia
que se da desde septiembre del año pasado. La brecha entre ambas
variables se ha ido ampliando. Esos indicadores revelan una
creciente demanda de dólares, indudablemente originada en el retraso
cambiario, en la persistente inflación y en la falta de alternativas
de inversión rentables y seguras para los ahorristas no
sofisticados.
Como
la inflación no disminuye - al contrario, luego de alguna tregua
parece haber encontrado un piso del 2% mensual - y al tratarse de un
año electoral es muy difícil que el gobierno impulse una
devaluación, ya que usa el tipo de cambio cono ancla
antiinflacionaria, las personas a las que les queda algún margen de
ahorro perciben al dólar como barato y saben intuitivamente que
tarde o temprano será inevitable una corrección cambiaria.
La
Argentina ha experimentado en diversos tramos de su historia
políticas económicas que usan la sobrevaluación del peso como
forma de contener la inflación. Esos intentos siempre son bien
recibidos por la población en el corto plazo, porque le hacen vivir
una ilusión de estabilidad y consumo, pero suelen terminar mal. Vale
recordar la famosa "tablita" de Martínez de Hoz en la
última dictadura militar o la convertibilidad de los noventa.
No
hay recetas mágicas en materia económica. Todo precio artificial (y
el del dólar es un precio también) tiene consecuencias. En este
caso, el efecto del dólar barato es la falta de competitividad de la
economía, que se traduce en menos actividad y menos empleo genuino.
La
causa del problema es la inflación y la causa de la inflación es el
desbordante gasto público. No hay misterios. La realidad se venga de
quienes la quieren esconder.
El
salario, variable de ajuste.
Durante
muchos años, el kirchnerismo sostuvo que nada tenían que ver los
aumentos salariales con la inflación. Al contrario, cualquier
aumento de sueldos era bienvenido porque favorecía el consumo y, de
esa forma, la actividad y el empleo. Del mismo modo, explicaba que
tampoco la emisión monetaria era la causa de la inflación.
En
su crepúsculo, parece haber cambiado de doctrina. El gobierno
nacional, y la presidente de la Nación en persona, están
activamente involucrados en las negociaciones paritarias, no para
apoyar a los trabajadores en sus demandas de recomposición, sino
para ponerles un techo. En otras palabras, para convertir al salario
en una variable de ajuste.
Recién
el miércoles pasado cerraron
sus negociaciones salariales los gremios oficialistas de la Unión
Obrera Metalúrgica (UOM), el Sindicato de Empleados de Comercio, los
albañiles de la UOCRA y los estatales de UPCN, quienes acordaron un
27% anual de incremento. Lo peculiar es que, ya
cerca de la mitad del año, las paritarias siguen en curso en muchos
sectores, lo que suma incertidumbre y retrasa la reactivación del
mercado interno que muchos creían que podía ocurrir, aunque fuera
fugazmente, en función de los aumentos ahora postergados.
Aquí
también, lo que subyace es la inflación. Los constantes aumentos de
precios van erosionando cada día los salarios. Por lo tanto, el
gobierno se ve constreñido a aceptar en los hechos lo que niega en
sus estadísticas falsas. Si los índices del INDEC fueran
verdaderos, entonces los salarios reales, los que reflejan el poder
adquisitivo, serían por lejos los más altos del mundo.