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DOS POSTALES DE UNA ARGENTINA INFLACIONARIA Por Jorge R. Enríquez


El dólar ahorro, signo elocuente de la pérdida de valor de nuestra moneda.
Un dato muy revelador del estado de nuestra economía acaba de ser conocido: en lo que va de 2015, la venta de dólares para tenencia supera a la facturación en los centros comerciales de Capital y provincia de Buenos Aires. En otras palabras, los argentinos gastaron más en comprar dólares que en el consumo de bienes en los shopping centers.
Los últimos datos disponibles son relativos al mes de marzo, cuando se vendieron dólares para tenencia por $4257 millones y la facturación de los centros comerciales fue de $2816 millones. Es una tendencia que se da desde septiembre del año pasado. La brecha entre ambas variables se ha ido ampliando. Esos indicadores revelan una creciente demanda de dólares, indudablemente originada en el retraso cambiario, en la persistente inflación y en la falta de alternativas de inversión rentables y seguras para los ahorristas no sofisticados.
Como la inflación no disminuye - al contrario, luego de alguna tregua parece haber encontrado un piso del 2% mensual - y al tratarse de un año electoral es muy difícil que el gobierno impulse una devaluación, ya que usa el tipo de cambio cono ancla antiinflacionaria, las personas a las que les queda algún margen de ahorro perciben al dólar como barato y saben intuitivamente que tarde o temprano será inevitable una corrección cambiaria.
La Argentina ha experimentado en diversos tramos de su historia políticas económicas que usan la sobrevaluación del peso como forma de contener la inflación. Esos intentos siempre son bien recibidos por la población en el corto plazo, porque le hacen vivir una ilusión de estabilidad y consumo, pero suelen terminar mal. Vale recordar la famosa "tablita" de Martínez de Hoz en la última dictadura militar o la convertibilidad de los noventa. 
No hay recetas mágicas en materia económica. Todo precio artificial (y el del dólar es un precio también) tiene consecuencias. En este caso, el efecto del dólar barato es la falta de competitividad de la economía, que se traduce en menos actividad y menos empleo genuino.
La causa del problema es la inflación y la causa de la inflación es el desbordante gasto público. No hay misterios. La realidad se venga de quienes la quieren esconder.
El salario, variable de ajuste.

Durante muchos años, el kirchnerismo sostuvo que nada tenían que ver los aumentos salariales con la inflación. Al contrario, cualquier aumento de sueldos era bienvenido porque favorecía el consumo y, de esa forma, la actividad y el empleo. Del mismo modo, explicaba que tampoco la emisión monetaria era la causa de la inflación.
En su crepúsculo, parece haber cambiado de doctrina. El gobierno nacional, y la presidente de la Nación en persona, están activamente involucrados en las negociaciones paritarias, no para apoyar a los trabajadores en sus demandas de recomposición, sino para ponerles un techo. En otras palabras, para convertir al salario en una variable de ajuste.
Recién el miércoles pasado cerraron sus negociaciones salariales los gremios oficialistas de la Unión Obrera Metalúrgica (UOM), el Sindicato de Empleados de Comercio, los albañiles de la UOCRA y los estatales de UPCN, quienes acordaron un 27% anual de incremento. Lo peculiar es que, ya cerca de la mitad del año, las paritarias siguen en curso en muchos sectores, lo que suma incertidumbre y retrasa la reactivación del mercado interno que muchos creían que podía ocurrir, aunque fuera fugazmente, en función de los aumentos ahora postergados.
Aquí también, lo que subyace es la inflación. Los constantes aumentos de precios van erosionando cada día los salarios. Por lo tanto, el gobierno se ve constreñido a aceptar en los hechos lo que niega en sus estadísticas falsas. Si los índices del INDEC fueran verdaderos, entonces los salarios reales, los que reflejan el poder adquisitivo, serían por lejos los más altos del mundo.