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LLAMATIVO FALLO



Por Jorge R. Enríquez
La semana pasada el juez Daniel Rafecas desestimó la  denuncia del fiscal Gerardo Pollicita, que retomó la presentada por el fallecido fiscal federal Alberto Nisman, días antes de su muerte. La desestimación sorprendió a la comunidad jurídica. Los jueces tienen la atribución de desechar denuncias si desde el inicio determinan que hay inexistencia de delito. No obstante, cuando dos fiscales han formulado la misma denuncia y esta tiene una gravedad institucional tan grande, es muy extraño que no se permita siquiera la producción de pruebas.
Para que se rechace una denuncia en una etapa tan temprana de la causa, debe ser manifiesto que la conducta imputada, aun cuando se pruebe, no constituye delito. Pero en este caso esa aseveración no puede realizarse sin que se produzcan las pruebas ofrecidas por el fiscal.
Por lo demás, algunos de los argumentos de Rafecas son insólitos. Alega que no se puede sostener que Cristina Kirchner buscara encubrir a los imputados por el atentado de la AMIA, cuando durante tantos años persiguió la verdad en esa causa. Parece un argumento de un defensor, no de un juez. Se trata de un razonamiento "ad hominem", del todo improcedente. Así como se critica (y la Constitución de la Ciudad de Buenos Aires lo prohíbe expresamente) el derecho penal de autor, es decir, la condena a una persona no por los actos cometidos sino por sus condiciones personales, tampoco se puede usar esa figura para desestimar una denuncia.
No olvidemos que Rafecas  ha sido siempre permeable a las necesidades del kirchnerismo. La Cámara que absolvió a De la Rúa por las presuntas coimas del Senado tuvo consideraciones durísimas respecto de la actuación de dicho juez. Hay que recordar también que Rafecas, en un juicio en el que intervenía como juez, le envió mensajes al defensor de un imputado (socio de Amado Boudou en la causa de Ciccone) haciéndole recomendaciones sobre cómo actuar. Esa falta gravísima debería ser motivo de su remoción. Ignora el magistrado que un juez debe ser neutral e imparcial.
El fiscal Pollicita apeló con argumentos muy sólidos. Esperemos que la Cámara haga lugar a su recurso y revoque una resolución que la sociedad, aun sin saber derecho, interpreta como lo que es: un manto de impunidad para el poder.
Esa pretensión de obtener un “bill” de indemnidad alcanza un punto alto de preocupación, a partir de haber trascendido en las últimas horas la existencia de una negociación entre el gobierno nacional y algunos jueces federales. Hemos criticado duramente durante mucho tiempo la afectación al principio de división de poderes por parte del Poder Ejecutivo. Es la más evidente. Pero ese principio republicano se puede violar también desde el Poder Judicial.
Que los presidentes y los legisladores negocien entre ellos es normal. Más aún, es deseable. Uno de los serios problemas que tenemos es la dificultad del oficialismo en reconocer la existencia de otras fuerzas políticas y acordar con ellas las grandes políticas de Estado. La intransigencia, tan cara a los orígenes del radicalismo, debe limitarse a los principios fundamentales y a las cuestiones éticas. Todo lo demás puede y debe ser motivo de transacción. Eso es la democracia.
Pero los jueces, que no son electos popularmente y que no renuevan periódicamente sus mandatos, sino que están designados en virtud de sus conocimientos y sus valores, no deben "negociar" sus fallos. Su obligación es dictar sus resoluciones de acuerdo a la Constitución, las leyes y la jurisprudencia aplicable, sin otras consideraciones.
Por fortuna ese fenómeno no es la regla en nuestra justicia, pero esas escasas excepciones constituyen una realidad dolorosa, que debe ser conocida en toda su dimensión por los argentinos.
Hay, desde luego, muchísimos fiscales federales muy valiosos, como el doctor Germán Moldes, a quien se ha intentado “apretar” de todas formas, hasta sacándole el auto oficial, como si ello fuera a hacerlo traicionar su deber.
Por eso, no me canso de repetir que sin una justicia honesta, independiente, confiable, no tendremos República. Y, sin República no hay libertad.