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ANTE UNA ALTERNATIVA REPUBLICANA Por Jorge R. Enríquez



Un hecho de extraordinaria trascendencia ocurrió el fin de semana pasado en Gualeguaychú: la Convención Nacional de la Unión Cívica Radical aceptó conformar una coalición electoral con el PRO y la Coalición Cívica. La significación del acuerdo puede medirse por las reacciones que provocó. El kirchnerismo se puso muy nervioso y varios de sus principales voceros salieron a criticarlo con dureza. No es para menos. La flamante coalición podrá elegir una fórmula competitiva que alienta las esperanzas de llegar a un ballotage. Más aún, Elisa Carrió dijo que cree que ganará en primera vuelta.
Si bien es todavía prematuro hacer pronósticos en un país de realidades tan cambiantes, todo indica ahora que es probable una segunda vuelta entre el candidato del Frente para la Victoria y Mauricio Macri, cuyo crecimiento en las encuestas es firme y sostenido. 
Sin dudas, es un triunfo resonante de Ernesto Sanz. Se sabía hace tiempo que el senador mendocino alentaba un acuerdo de esta índole, pero parecía una quimera por las resistencias que habría de enfrentar en su partido. Sin embargo, logró persuadir a una clara mayoría de convencionales. No solamente fue aceptada su estrategia, sino que él mismo fue proclamado precandidato. Debe destacarse también la actitud de Julio Cobos, que aceptó serenamente la derrota de su propuesta. Eso es un partido político: un ámbito en el que se delibera, se vota y quienes pierden acatan las decisiones mayoritarias. En tal sentido, la Unión Cívica Radical honró en Gualeguaychú sus mejores tradiciones.
No todos en el radicalismo están de acuerdo con la iniciativa de Sanz. Algunos temen que temen que la UCR "se corra a la derecha". Esta caracterización parte de un estereotipo. Nadie podría decir con fundamento que el gobierno porteño que encabeza Mauricio Macri sea de derecha. Es, en todo caso, centrista, pero con un fuerte acento en temas propios de la agenda de los partidos que se llaman a sí mismos progresistas, como la prioridad asignada al transporte público y a los espacios públicos en general.
Nos hallamos en un estado casi preconstitucional, en el que el Poder Ejecutivo pretende ejercer todas las atribuciones. Hay una concepción patrimonialista de la cosa pública, por la cual los bienes del Estado y los de la familia presidencial se confunden. Estamos aislados de los países cuya cultura y valores hemos tradicionalmente compartido. Para restablecer el imperio de la ley y de la sensatez,  primero hay que vencer en las urnas a un gobierno que no trepidará en usar todos los recursos del Estado en su favor; luego, habrá que gobernar con una mayoría parlamentaria que sostenga el nuevo rumbo. Es más fácil sentarse a la vera del camino y criticar. La oposición es siempre más cómoda. Pero los grandes dirigentes, aquellos con vocación de estadistas, no les temen a los desafíos. Saben sintonizar las demandas de la sociedad y darles un canal constructivo para que se manifiesten. 
No hay que perder tiempo. Esta es la oportunidad. No la dejemos pasar.