Por
Jorge R. Enríquez
Es
una manifestación convocada por un grupo importante de fiscales, por
lo cual algunos la llaman "La Marcha de los Fiscales".
Pero,
en rigor, no lo es. Se trata de una marcha ciudadana y cada uno puede
asignarle el propósito que quiera.
Para
los fiscales, será un homenaje al colega muerto en el cumplimiento
del deber, supliendo así la indiferencia de un gobierno que no solo
no declaró ni un día de duelo nacional en su memoria, sino que
tampoco emitió un solo mensaje de condolencias ni pesar por su
fallecimiento.
Es
un objetivo legítimo y legal. No es una acción partidaria. Por eso,
son absurdas las advertencias del diputado kirchnerista Jorge Landau
a los fiscales y jueces que asistan.
Es
curioso que el tributo a un muerto, ese pésame público a su
familia, sea interpretado como político, por parte del mismo
gobierno que organizó a ciertos magistrados en una suerte de partido
político judicial, "Justicia Legítima".
Para
el resto de los ciudadanos, será la expresión del reclamo por una
verdadera República, con independencia de los poderes, con
supremacía de la ley, con honestidad y transparencia.
Será
en silencio. No habrá consignas ni divisas partidarias. Pero eso no
significa que no sea política. Lo es, en el sentido más alto y
noble del término, porque lo que pediremos es nada menos que la
vigencia de las bases fundamentales de nuestra comunidad.
No
nos dejemos vencer por el discurso maniqueísta de la presidenta, que
utiliza cotidianamente la perversa estrategia de provocar y
polarizar, como lo hizo en su última cadena nacional, cuando frente
a un patio “militante”, plagado de obsecuentes y adulones,
señaló que sus partidarios representaban el amor y la alegría, y
"ellos", el silencio, es decir, lo oculto, lo sombrío.
Esa
división entre buenos y malos, tan burda que cuesta creer que se
pueda postular en el siglo XXI en una sociedad democrática, diversa
y compleja, es la síntesis de su pensamiento. Eso es lo que
debe cambiarse de raíz a partir de diciembre.
Marchemos
en paz. Salgamos a las calles y a las plazas. Vayamos con nuestros
hijos y nuestros nietos. Con dolor, como siempre nos causa una
muerte, pero también con la esperanza de que con la participación
activa de la sociedad terminaremos con esta Argentina crispada, de
"ella" y "ellos", y lograremos encontrarnos en lo
que el Papa Francisco llama "la cultura del encuentro".
Un
estruendoso silencio será el contundente mensaje de los que ansiamos
el fin de la impunidad y la vigencia de la República.
Pidamos
por una Argentina en paz y en libertad.