Por
Jorge R. Enríquez
La muerte del
fiscal federal Alberto Nisman se inscribe en esa dramática
encrucijada, porque es - cualquier haya sido el modo en que se
tronchó esa vida - una consecuencia del giro en materia de política
interna y exterior ocurrido luego del triunfo de Cristina Kirchner en
las elecciones presidenciales de 2011.
Por eso, fueron
muchas y convergentes las razones de la marcha. Para los fiscales que
la convocaron, fue un acto de reconocimiento al colega muerto, un
tributo que las autoridades nacionales le negaron, una suerte de
exequias públicas.
Para el resto de
los ciudadanos que acompañaron la iniciativa, fue eso, pero no solo
eso. Era un reclamo de justicia y era algo más amplio: un reclamo de
República.
La marcha fue
conmovedora. Cientos de miles de personas se empaparon y resistieron
a pie firme la fuerte y persistente lluvia. Muchas de ellas eran
ancianas. No los movía ya su destino, sino el destino de sus hijos y
sus nietos. Fue extraordinario que en el clima de encono creado por
el oficialismo nadie profiriera una palabra de agravio. La consigna
del silencio se respetó admirablemente.
Y al día
siguiente todo siguió su curso normal. El golpe blando, la
desestabilización, solo anidaba en las afiebradas cabezas de
los dirigentes kirchneristas. El delirio llegó en algunos de ellos a
extremos increíbles. Carta Abierta emitió un documento en el que le
pedía a la Corte Suprema que interviniera para frenar la marcha y el
golpe. Esa estupidez, que indica entre muchas otras cosas una enorme
ignorancia y un mayúsculo desprecio por la libertad de expresión,
surgió de individuos que pasan por ser intelectuales progresistas.
¿A qué abismos hemos llegado para que se llame progresismo a la más
reaccionaria de las concepciones políticas?
En su edición
del día siguiente al de la marcha, Página 12 tituló: "Bajo
los paraguas de la muerte". Una frase que no tiene ningún
significado, pero que indica el deseo de ironizar de mala fe un acto
que tenía como antecedente una tragedia. Cuesta pensar de qué modo
pudo prostituirse así un diario cuya línea ideológica muchos hemos
jamás hemos compartido, pero que fue en sus años iniciales, con la
dirección de Jorge Lanata, un medio renovador del periodismo
argentino.
¿Sirvió la
marcha? No hay que esperar efectos directos ni resultados inmediatos,
pero revela - como lo decía en twitter un argentino que vive en
Italia hace casi 30 años - que nuestro país no ha perdido, pese a
todo, una base sana que será la que le permita salir de este
atolladero.
Ante un Congreso
impotente para frenar los abusos del Poder Ejecutivo, con buena parte
del Poder Judicial colonizado, en medio de constantes casos de
corrupción y de extraños manejos de inteligencia, el desamparo de
la ciudadanía necesitaba ser expresado de manera categórica. La
manifestación fue una válvula de escape. Que haya sido tan pacífica
y ordenada es, en ese contexto, un dato extremadamente auspicioso con
vistas al futuro.
Claro que la
marcha sola no basta. "Solo el poder detiene al poder",
escribió famosamente Montesquieu en "El espíritu de las
leyes". Es necesario oponer al poder autoritario y faccioso del
kirchnerismo un poder republicano. Para esa empresa, hay que
canalizar las notables energías cívicas exhibidas el 18F a través
de una construcción política que primero gane las elecciones y más
tarde pueda gobernar eficazmente.
Somos la gran
mayoría quienes queremos vivir en paz y en libertad, bajo el amparo
generoso de la Constitución. No nos distraigamos en conflictos
inútiles ni frustremos una vez más las soluciones por esos
enfermizos personalismos que tantos daños nos han hecho. La marcha
fue del silencio, pero también de la esperanza.