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AL BORDE DEL PRECIPICIO Por Jorge R. Enríquez

Cuando concurrió al Senado para informar sobre la expropiación de las acciones de Repsol en YPF, el ministro Axel Kicillof sostuvo que el de la seguridad jurídica le parecía un concepto horrible. Muchos criticaron la expresión, pero aún los críticos la tomaron más bien como una gaffe, un episodio anecdótico que no resultaba demasiado importante.
Otros nos inquietamos. Como frase aislada hubiera sido para despertar algunas alertas, pero en el contexto de otras declaraciones y actitudes del economista “marxista-keynesiano” se nos hacía especialmente peligrosa. Lamentablemente, no nos equivocamos.
La más reciente manifestación de ese espíritu autoritario es el proyecto de una nueva ley de abastecimiento. Ya la ley vigente, impulsada por José Ber Gelbard cuando era ministro de Economía del gobierno peronista de 1973, es mala y muy cuestionable desde el punto de vista constitucional. Pero este proyecto es mucho peor. Permite a la administración pública, por ejemplo, establecer en cualquier etapa del proceso económico los márgenes de utilidad, los precios de referencia y niveles máximos y mínimos de valores.
También permite otorgar subsidios cuando sea necesario para asegurar el abastecimiento o la prestación de servicios, y aplicar multas de hasta diez millones de pesos, además de clausuras, inhabilitaciones y decomiso de mercadería.
Ya en el colmo de los desatinos, se faculta a funcionarios del Poder Ejecutivo a obligar a las empresas a continuar la producción en caso de faltantes en el mercado y a incautarse de las mercaderías de los comerciantes o industriales e incluso venderlas a posteriori, sin necesidad de hacerlo por la vía de un juicio de expropiación.
No parece preocupar a la presidente de la Nación, autora de la iniciativa, que alguna vez se autodenominó “abogada exitosa”, que esas atribuciones repugnen abiertamente a la Constitución Nacional. Esta, en su artículo 17, califica a la propiedad de inviolable y sólo admite que el Estado tome un bien de un particular si el Congreso lo declara por ley de utilidad pública e indemniza previamente a su titular.
Son disposiciones que responden a una concepción autoritaria y profundamente estatista, por completo ajena a la filosofía que anima a nuestra ley fundamental, que no sólo protege la propiedad privada sino también el derecho a trabajar y ejercer toda industria lícita (art. 14).
Por cierto que en ningún país del mundo, ni siquiera en los más apegados a los criterios del liberalismo, rige hoy en día una concepción económica que impida cualquier tipo de regulación del Estado. Pero esas regulaciones fijan parámetros generales para las actividades de creación de bienes o prestación de servicios, destinadas fundamentalmente a la protección de los consumidores, a la preservación del ambiente, a la eliminación de monopolios u otros factores que impidan el libre desenvolvimiento de la iniciativa privada, y en general al cumplimiento de otros fines legítimos de la comunidad. Pero los agentes económicos no pasan a ser funcionarios del Estado, como ocurrirá si se sanciona este malhadado proyecto.
En nuestra Constitución Nacional, la libertad es la regla y las restricciones son las excepciones. Por lo demás, intervenciones y sanciones tan graves como las previstas sólo podrían adoptarse por los jueces, con garantía del debido proceso. Delegar en funcionarios administrativos, absolutamente dependientes del Poder Ejecutivo, esos cometidos, algunos de ellos de carácter jurisdiccional, es muy serio. Lo es especialmente porque a lo largo de más de una década el oficialismo nacional ha demostrado que carece de escrúpulos para llevar adelante sus propósitos y que en muchas oportunidades ha usado el aparato del Estado para perseguir a empresas y comerciantes por motivos puramente políticos, en un ejercicio ostensible del abuso de poder, destinado no solamente a castigar a los díscolos, sino a disciplinar con ese ejemplo al resto de la sociedad.
Desde el punto de vista económico, la iniciativa no puede llegar en un peor momento. Cuando la Argentina atraviesa enormes problemas, con recesión, alta inflación y creciente incertidumbre agravada por su irresponsable default, aprobar un proyecto que dinamita el clima de negocios y pone en suspenso el derecho de propiedad sería la noticia más funesta que pudieran recibir los inversores y quienes, aún en una pequeña magnitud, arriesgan un capital para crear riqueza.

Nos acercamos a un precipicio. El conductor del vehículo, en lugar de frenar, ha decidido pisar a fondo el acelerador.