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Los griegos frente a un drama homérico


Ulises reconocería el dilema al que se enfrentan hoy los griegos, que deben elegir entre el dolor de mantenerse en el euro o el caos de volver al dracma. El héroe de Homero tuvo que conducir su nave entre Escila, un monstruo marino de seis cabezas, y Caribdis, el remolino. Evitar a los dos era imposible y Ulises eligió a la primera, cuyas cabezas devoraron a sendos miembros de la tripulación del rey de Ítaca. Ulises pensó que la alternativa no era tan mala como que el barco entero fuese tragado por el remolino. 

Mientras Grecia se dirige a las urnas el próximo 17 de junio por segunda vez en poco más de un mes, ninguna de las opciones que tiene enfrente resulta atractiva. Su economía se ha contraído cerca del 15 por ciento desde el techo de 2008, el paro alcanza el 22 por ciento y se requieren nuevas medidas de austeridad y reformas en el marco de su rescate por la zona euro y el FMI. Pero el menor de los males es aguantar hasta el final.

Parte de este sufrimiento era inevitable. Los déficit por cuenta corriente y fiscal alcanzaron alrededor del 15 por ciento del PIB en 2008 y 2009, y había que recortarlos. Pero los sucesivos gobiernos griegos se las han arreglado para hacer la situación todavía peor de lo que era necesario.

Cuando Ulises tuvo que pasar junto al monstruo marino, dijo a su tripulación que remase lo más rápido posible y sin detenerse. De esa forma, las cabezas de Escila sólo tendrían tiempo para engullir a un hombre. En cambio, los griegos de hoy han perdido el tiempo. La confianza en el país y su clase política está por los suelos, tanto dentro como fuera del país. El capital está en fuga, la inversión se ha esfumado y la evasión fiscal es incluso peor que antes, que ya es decir. El gobierno no paga sus facturas, ni tampoco muchas empresas. El resultado es que Escila no para de zamparse hombres.

Pero por muy terribles que estén las cosas, la situación actual no es desesperada. El déficit presupuestario antes de pagos de intereses cayó en 9 puntos porcentuales de PIB en 2010-2011. La economía también se está volviendo más competitiva: los costes laborales unitarios, que se dispararon hasta niveles comparables a los de algunos socios de la zona euro en la primera década de la moneda única, habían recuperado a finales del año pasado la mitad del terreno perdido. Y caerán más puesto que el salario mínimo fue recortado drásticamente este mismo año.

Lo que se necesita ahora es un gobierno fuerte que debería embarcarse en tres tareas principales. La primera, continuar con el programa reformista y ponerse serio de una vez en la lucha contra la evasión fiscal. En segundo lugar, negociar con la zona euro y el FMI más tiempo para eliminar el déficit presupuestario y conseguir inversión que impulse el crecimiento a corto plazo. Y tercero: negociar otro plan de reducción de deuda.

Si se formase un gobierno así, la confianza regresaría de manera gradual y la economía podría dejar de encogerse. La experiencia de los países bálticos -Letonia, Lituania y Estonia- demuestra que reformas así pueden funcionar. Tras la crisis de crédito, el PIB de estos tres países cayó entre el 15 y el 21 por ciento, pero desde entonces se ha recuperado parcialmente.

Pero, ¿no sería mejor volver al dracma? Algunos comentaristas apuntan al caso de Islandia, que restauró su competitividad con una enorme devaluación de su moneda tras la crisis del crédito y sólo sufrió una caída del 11 por ciento en su PIB. ¿No sería una devaluación así un camino menos doloroso para que Grecia recupere la forma? La respuesta es no. Por dos motivos, primero porque la dislocación que causaría la introducción de una nueva moneda sería mucho más severa que devaluar una moneda que ya existe. Los bancos se quedarían sin efectivo temporalmente y se producirían múltiples disputas legales sobre quiénes deben y qué es lo que deben que podrían dejar la economía atascada durante años. En segundo lugar, Grecia está recibiendo una extraordinaria cantidad de dinero barato de su segundo plan de rescate: 130.000 millones de euros o un 88 por ciento del PIB. Esto le da tiempo para recortar sus déficit gemelos. Si Atenas abandona el euro, tendría suerte si sólo pudiese obtener una fracción de ese dinero. El país tendría entonces que equilibrar sus cuentas inmediatamente. Una estrechez fiscal aún más fuerte exacerbaría una espiral viciosa. La alternativa sería imprimir dracmas para tapar el agujero en el presupuesto. Pero una financiación monetaria semejante llevaría a una subida rápida de la inflación, que ya se habría visto empujada por la devaluación.

Lucas Papademos, primer ministro tecnócrata del país, predijo la semana pasada que la inflación podría alcanzar entre el 30 y el 50 por ciento en un escenario así. Mientras tanto, Grecia es enormemente dependiente de las importaciones no sólo para el consumo final sino también para mantener su economía a flote. Importa petróleo, medicamentos, alimentos y si de repente tuviese que recortar drásticamente las importaciones, su industria se paralizaría. Incluso el turismo, sostén principal de su economía, podría sufrir si los hoteles que prometen una oferta de cinco estrellas solamente prestan una de tres. El PIB podría caer otro 20 por ciento, según Papademos.

El descontento social sería mayor, con batallas en las calles, ataques a los inmigrantes, aplicación de la ley de vigilancia ciudadana y huelgas importantes. Eso disuadiría aún más a los turistas. También dificultaría reunir un gobierno sensato. Se abonaría el campo al populismo y al extremismo. Y este camino lleva hacia Caribdis. Para evitar esta amenaza, el electorado necesitará otorgar a un líder fuerte el mandato para mantener el rumbo actual más enérgicamente.

Por desgracia, ninguno de los principales contendientes en los comicios del próximo domingo -el conservador Antonis Samaras y el izquierdista radical Alexis Tsipras- es un Ulises moderno. Y ninguno parece capaz de asegurarse una victoria decisiva. A no ser que unas terceras elecciones puedan traer un resultado mejor, el dracma probablemente volverá y a los griegos se los tragará el remolino.

(Reuters Breakingviews)