Después de varios
años de reposo, las cacerolas han dejado la quietud de las cocinas.
¿Cómo
evaluar este fenómeno? ¿Qué relevancia tiene?
Es claro
que no se trata de un reclamo de la intensidad de aquel de fines de 2001 y
principios de 2002, motivado por el corralito, el corralón y la crisis política
y económica que sacudió al país, generando una inédita sucesión de presidentes.
Pero
tampoco puede ser ninguneado como un episodio carente de toda significación,
propio de la oligarquía "destituyente", como quiere
caracterizarlo la maquinaria de propaganda oficial.
Fueron
tres noches de cacerolazos, en distintos barrios de la ciudad de Buenos Aires y
en otras ciudades del país. La protesta fue típicamente de la clase media, no
de millonarios. Tampoco puede ser calificada como un simple reclamo de dólares.
Son muchas las cuestiones que preocupan seriamente a la ciudadanía: el
autoritarismo, la corrupción, la impunidad, la inseguridad, la
inflación, la falta de horizontes económicos, la arbitrariedad estatal,
etc.
Por lo
demás, son manifestaciones pacíficas, sin palos ni encapuchados. Hubo algún
pequeño incidente con camarógrafos de Canal 7, magnificado por la televisión
estatal que, desde luego, debe merecer todo nuestro repudio, pero que no tuvo
la dimensión de las agresiones físicas que con tanta frecuencia sufren distinto
periodistas que no comulgan con el kirchnerismo, por parte de grupos vinculados
al oficialismo.
Pese a
que el gobierno simula que no le da importancia a los cacerolazos, sus acciones
dicen lo contrario. El jueves pasado fue vergonzoso que solamente TN
transmitiera el que se estaba produciendo, con manifestaciones de alto impacto
en algunos puntos de la ciudad. Y tanto le importó que a las 23, una hora
completamente inusual, hizo que el vocero presidencial leyera como si fuera un
mal alumno de segundo grado las ya antológicas cuatro cartas que alguien le
escribió a Daniel Reposo, como para descomprimir la situación.
El
gobierno nacional sufrió, por su propia impericia, una severa derrota política
a pocos meses de haber iniciado su tercer período consecutivo.
La
renuncia a su postulación a Procurador General, de la que Reposo se enteró
mientras cenaba en Tucumán el jueves pasado, tiene sin dudas ese carácter. La
señora de Kirchner debió tomar esa decisión para que la derrota no fuera más
espectacular cuando el Senado le rechazara el pliego de su insólito nominado.
Dijimos
que Reposo carecía de idoneidad y de independencia; además, que había mentido
groseramente en su curriculum vitae.
Pero lo que se vio en la audiencia pública ante la Comisión de Acuerdos del
Senado superó las peores expectativas. Reposo no sólo confirmó largamente esos
juicios de valor que surgían de sus antecedentes, sino que agregó nuevas causas
para su rechazo: su exposición balbuceante, que desnudó su falta de versación
jurídica general pero además su orfandad cultural, sería por sí sola motivo
suficiente para que no pudiera aspirar a ninguna función que tenga que ver con
el conocimiento del derecho.
Las
ridículas cuatro cartas mencionadas sumaron nuevos motivos de cinismo a todo el
episodio. Como siempre, el fracaso de esa iniciativa no se fundó en las
pésimas condiciones del postulante, sino en oscuras conspiraciones de
Clarín, La Nación
y ahora también la Unión
Cívica Radical.
La
mención al radicalismo ha sido probablemente visceral y no muy meditada,
ya que contraría la política gubernamental de ignorar a los grandes partidos.
Se ha de deber a la muy buena tarea del bloque de senadores de la UCR -y en particular del
senador Ernesto Sanz- en poner en evidencia la debilidad de la candidatura
de Reposo.
Lo cierto
es que ahora que conocemos a este personaje cuesta comprender cómo puede seguir
siendo Síndico General de la
Nación. Reposo apareció como el hombre, sugerido por Boudou,
que garantizaría la impunidad del vicepresidente. Era demasiado, aún para un
gobierno que tiene inmenso poder y quiere ir por todo.
La
democracia argentina le puso un límite al autoritarismo y la corrupción. La
sociedad y la oposición se levantaron y salieron de su largo reposo.
El clima
de fastidio es inocultable, tiene muchas causas y se extiende cada vez más. En
lugar de pretender vanamente ocultarlo, el gobierno nacional debería
preguntarse con sinceridad qué está pasando. Si no lo hace, el fenómeno irá en
aumento, a tono con el agravamiento de la crisis económica.
Dr. Jorge R. Enríquez