Desde hace años venimos
cuestionando la indiferencia del gobierno argentino respecto de las
consecuencias en el ámbito internacional de sus políticas.
Aún las decisiones de carácter
externo, se toman pensando exclusivamente en cómo repercutirán en
el ámbito doméstico. Pero estos criterios son insostenibles en el
tiempo. El mundo existe, le guste o no a los Kirchner, y cada vez
está más interrelacionado, pese a los que lloran por la
globalización y añoran un pasado ilusorio en el que supuestamente
vivíamos con lo nuestro.
Los países no se desarrollan
de esa forma. El gran problema del nuestro es la falta de confianza
que genera no sólo en los foráneos sino en los propios argentinos.
Los países más dinámicos de
América Latina están intentando frenar el aluvional ingreso de
dólares, para que sus monedas locales no se aprecien demasiado, lo
que haría perder competitividad a sus economías. En la Argentina,
ocurre el fenómeno inverso: se apela a controles cambiaros, a
restricciones a las importaciones y a medidas policiales para
frenar la fuga de dólares.
¿Por qué ocurre esto? ¿Hay
una conspiración de la sinarquía internacional? No, son los efectos
del tan publicitado "modelo", que no es otra cosa que el
nombre elegante del capitalismo de amigos y del populismo.
Como no se respetan las reglas
del juego, como nadie sabe si conservará su propiedad o se cumplirán
los contratos que ha pactado, los ahorros de los argentinos se
refugian en la moneda que desde hace décadas es nuestra reserva. Es,
además, un acto racional, porque el dólar está barato en relación
a otros bienes, ya que la moneda argentina se ha depreciado muy poco
frente a la norteamericana si la comparamos con la inflación.
La "toma" de YPF y su
confiscación profundizan el aislamiento argentino y la falta de
confianza.
Hay que recordar que en virtud
de nuestra historia ya tenemos una pésima fama. En el CIADI, el
tribunal arbitral del Banco Mundial, la Argentina tiene el récord de
demandas en su contra y también el récord de condenas que no ha
pagado.
Lo más triste es que una
maniobra tan burda como la que se hace respecto de YPF pueda tener el
aplauso de la mayoría de la población, a la que se le tocan
irresponsablemente sus fibras nacionalistas.
Como ha escrito el dirigente
radical Facundo Suárez Lastra en un artículo periodístico, esta
YPF nada tiene que ver con aquella que despierta las añoranzas de
nuestros compatriotas. Esa ya no existe. Esta YPF sólo tiene de la
anterior el nombre. Es una empresa privada más.
Aún cuando la gestión de
Repsol hubiera sido defectuosa, aún cuando se hubiera provocado un
vaciamiento de la empresa, el problema de fondo no es ese, sino la
existencia de una política energética pésima, cortoplacista, que
no alentó las inversiones de riesgo. Por eso no es sólo YPF la que
no ha extraído el petróleo y el gas necesarios: no lo hizo ninguna
de las otras compañías del sector.
Es esencial destacar que YPF
sólo tiene un 30% de la actividad de ese sector. ¿Van a expropiar
también a Total y las otras empresas que no han producido lo
deseable para un país en crecimiento?
Y qué decir de la cachetada a
la dignidad pública que significa que se designe como "interventor"
de YPF a quien manejó la política energética por nueve años y
llevó a este desastre.
Quiénes no pudieron, no
supieron o no quisieron controlar el vaciamiento de la empresa por
parte de Repsol, son los mismos incapaces que ahora pretenden
gestionar la petrolera devenida en estatal.
Los principales diarios del
mundo condenan en duros términos a la Argentina. Pero la peor
condena será la de los operadores económicos. Pocos invertirán
ahora en nuestro país, salvo que puedan obtener una ganancia rápida
o exorbitante. Pero para eso ya están en la cola hace rato los
amigos del poder: los Cristóbal López, los Lázaro Báez y
compañía.
(*) El autor es abogado y periodista