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Desconcierto en el universo de Cristina Kirchner: “¿Y ahora a quién le echamos la culpa?”

 La vicepresidenta está hiperactiva, pero ve venir un huracán. De qué se habla en el Gobierno en medio de la crisis. Las especulaciones de Batakis, la impensada alianza entre piqueteros y el malestar del Gabinete. 

Por estas horas aciagas, en la cabeza de Cristina Fernández de Kirchner asoman una obsesión y un dilema. La obsesión pasa por controlar la corrida financiera, la suba del dólar blue y por atemperar los saltos de la inflación. El dilema sería político, pero también existencial: ¿cómo haría para despegarse del fracaso si aquello no ocurriera? 

Sus intentos han sido, hasta el momento, infructuosos. La crisis del Gobierno la arrastra tanto como a Alberto Fernández. Lo marcan las encuestas y lo reconoce hasta un sector afín al kirchnerismo que en los focus group la define siempre con una frase que la incrimina: “Ella lo puso”. Pero algo cambió hace dos semanas. Después de instalar embestidas permanentes para horadar las figuras del Presidente y de Martín Guzmán -no exentas de humillaciones públicas-, el ministro de Economía dijo adiós. Cristina cumplió su último deseo, el que más tiempo de desgaste le insumió desde el tuit que designó a Fernández como candidato y el que más expuso su implacable estilo de construcción de poder. Cueste lo que cueste, se hace lo que ella digita. Alberto lo permite. Pero desde que Guzmán abandonó el puesto todo fue peor. Mucho peor.

La reacción de los mercados la mantiene estupefacta. El viernes 1 de julio, un día antes de la renuncia de Guzmán, el dólar blue había cerrado a $239; el viernes pasado lo hizo a $293, un 22,6% más, lo que estiró la brecha cambiaria del 91% al 128% y encendió nuevas luces de alarma en el FMI; el contado con liquidación, que es el que usan las empresas para operar, aumentó 19,5%: saltó de $252 a $301,5; y el riesgo país escaló de 2.374 puntos básicos a 2.754. Todo en tan solo diez días hábiles.

La inflación no sólo no cede, como había prometido el Gobierno cuando en marzo tocó el 6,7%. Podría volverse cruel. Sí, es cierto que ya lo es, pero en agosto llegará el número más alto de la era K y de las últimas dos décadas. Nadie, sin embargo, podría asegurar que vaya a tratarse de la cifra más alta del año. La discusión dejó de enfocarse en si la Argentina se encamina este año a los tres dígitos inflacionarios; la pregunta pasó a ser por qué no ocurriría. El kirchnerismo está a un paso del milagro: pronto podría añorarse la inflación que dejó la gestión de Mauricio Macri.

El huracán, a los ojos de Cristina y a los de cualquiera que tenga afición por seguir las variables económicas, acecha. Lo que está en juego, en todo caso, es qué tipo de huracán vendrá. Puede resultar perverso, pero suena lógico -si se repasa la historia del kirchnerismo- que en el Instituto Patria y en la cima del Senado empiecen a preguntarse: “¿A quién le vamos a echar la culpa ahora si todo vuela por el aire?”.

Los que van y vienen con la palabra de su jefa -o de “La jefa”, como les gusta llamarla- no se ponen del todo de acuerdo con la conducta que exhibe desde la salida de Guzmán. No ha dicho una palabra de Silvina Batakis. Tampoco La Cámpora. “Cristina eligió tirarse sobre la granada para evitar una explosión”, dice uno de los dirigentes que pasó esta semana por su despacho y que celebró el reencuentro con el primer mandatario y con Sergio Massa. “Ella va a ayudar, pero la responsabilidad y el fracaso siempre serán de Alberto porque es el que está al frente”, lo contradice otro dirigente que forma parte del circuito de deliberaciones de La Cámpora. De ahí, quizá, la recurrente frase de la lapicera.

Es indudable que algo se trastocó en la dinámica del poder desde la modificación en el Palacio de Hacienda. Ahora, Cristina, Alberto y Massa hablan, se reúnen y chatean. No quiere decir que los avances sean demasiado auspiciosos, pero es un principio. Ella les hizo jurar que ninguno tiene que deslizar una palabra de lo que se habla en esas cumbres. La exigencia rebotó fuerte en el Gabinete. “No sabemos nada, estamos sin brújula. Es muy difícil así”, confiesa un ministro que quedó marginado de las decisiones. La mayoría siente lo mismo.

En rigor, el silencio es algo que Cristina inculca en cualquier reunión de las que viene manteniendo. “No hagan como Alberto”, les dijo a José Luis Lingieri, Gerardo Martínez y Andrés Rodríguez, el miércoles, cuando se reunieron en el Senado después de siete años de una relación distante. Los gremialistas fueron a plantear que la crisis no se resolverá con miradas ideológicas, hablaron del “desguace” que provoca la economía del día a día en los trabajadores, pero, sobre todo, fueron a adelantarle que el 17 de agosto harán una marcha de protesta. Control de daños. “Primero la patria”, podría ser el título del documento que difundirán ese día. Prometieron tirar con balas de juguete.

La CGT está inquieta porque teme que el empleo recuperado tras la catástrofe de la pandemia pueda tambalear si la crisis se profundiza o que las paritarias no alcancen y los sueldos queden demasiado relegados por el fenómeno inflacionario. Pero quieren ayudar a la concordia.

No emanan la misma sintonía los dirigentes que se mueven en la economía informal o en el vasto universo piquetero. La plata de los planes no alcanza y el trabajo informal se vuelve insignificante cuando los sectores vulnerables recurren al supermercado. Las ferias de las zonas más pobres del Conurbano se llenan de gente y se regatean precios de por sí accesibles. Se venden choripanes a 200 pesos, paquetes de yerba mate a 280 y porciones de mondongo a 400. Cuando los vendedores tienen que reponer mercadería, sufren.

“Resignado, el kirchnerismo duro avaló las medidas de Batakis”. Eso decía el artículo del diario La Nación que Eduardo Belliboni, el líder del Polo Obrero le envió por WhatsApp a Juan Grabois.

—Vos con la resignación te vas a ir al infierno, Juan —lo provocó Belliboni.

El líder del Movimiento de Trabajadores Excluidos se sobresaltó.

—Yo no me voy a bancar esto. Si no largan algo voy a salir a la calle. No me resigno ni en pedo si no hay una medida concreta —contestó.

Ese día comenzaron a trabajar sobre un plan de lucha conjunto. Grabois sugirió más tarde que podría abandonar el Frente de Todos si no se impulsa el Salario Básico Universal para cerca de 9 millones de personas. El plan de lucha abarca a sectores profundamente anti-K, como el Polo Obrero, de tendencia trotskista, y a la Corriente Clasista Combativa, de pensamiento marxista-leninista-maoísta (que se acercó al kirchnerismo en 2019). A ese grupo parece haberse asociado el oficialista de Grabois, católico y cercano al papa Francisco. ¿Y el Movimiento Evita? Sigue al lado de Alberto, pero monitorea la fuga de militantes desencantados. La izquierda clásica les abre los brazos.

Varios de esos referentes de las agrupaciones sociales y piqueteras se reunieron el miércoles con el Presidente. Le pidieron que aplique la Ley de Abastecimiento. Entre ellos, Juan Carlos Alderete, de la CCC, que aprovechó para exigir solidaridad por los 23 allanamientos y órdenes de detención en el GBA y la Ciudad. En esos procedimientos realizados en domicilios y galpones de la CCC se secuestraron 50 mil dólares y 7 millones de pesos por una denuncia que se hizo en la gestión de Cambiemos por supuesta extorsión de dirigentes sociales a beneficiarios de planes. Alberto, de inmediato, sacó un tuit. Dijo: “No avalo la persecución judicial”.

En el Gobierno se ilusionaron con que la reunión en la Casa Rosada desactivara las manifestaciones del jueves. No pudo ser. “La suba de precios es demasiado grande para dejar de protestar. Son las bases las que nos empujan a la calle”, argumentó uno de los dirigentes oficialistas.

Batakis no es responsable por ahora de las tensiones, pero la crisis podría colocarla pronto en el centro de la escena. Fernández le pidió que mantenga a diario el vínculo con Cristina. Que no haya sorpresas como con Guzmán, que de buenas a primeras pasó de hablar con ella a que le declararan la guerra. Batakis cumple. Habla con la vicepresidenta, la consulta y recibe sugerencias.

El cristinismo se mantiene en sigilo. La ministra avanza como puede. Es tenaz. Aunque nació en Río Grande, llegó al cargo después de un largo periplo por la provincia de Buenos Aires, que arrancó en 1992, de muy joven. Forjó allí su temple. Hoy tiene 53 años, es estudiosa, está separada y le apasiona ir a ver a Boca. Un ex ministro la bautizó como “La griega”.

Entre sus proezas personales está haber bajado casi 20 kilos con una rutina severa de boxeo. Dicen sus amigos que tiene todo para no dejarse intimidar. Pero sus primeras declaraciones, tras convertirse en la sucesora de Guzmán, fueron sensibles para el corazón cristinista: dijo que hay que ir detrás del equilibrio fiscal y priorizar el acuerdo con el Fondo. Cuando la frase llegó a oídos de un confidente de Cristina, la tentación pudo más.

Guzmanita, la llamó de modo socarrón. Gente mala.

Santiago Fioriti