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Alberto y el fantasma de la presidencia colegiada

 La degradación del Frente de Todos no tiene pausa. Tanto del lado del albertismo como del crisitinismo son cada vez más los que insisten en la conveniencia de una ruptura de la coalición.

Para los albertistas, el último año y medio de gestión debe ser en alianza con el FMI, sin el cristinismo y con el aporte de los sectores más moderados de Juntos por el Cambio, en particular el radicalismo que lidera Gerardo Morales.

Para los cristinistas, en cambio, la gestión de Alberto Fernández sólo preanuncia una derrota electoral en 2023 y, ya que no son tenidos en cuenta al momento de tomar decisiones, no tiene sentido pagar el costo político de mantener la unidad. Atrincherarse en la provincia de Buenos Aires para tratar de retenerla y, desde allí, resistir al próximo gobierno de Juntos por el Cambio –que consideran inevitable–, se les aparece como la alternativa más racional.  

Alberto Fernández, como siempre, quiere conformar a todos, pero en ese intento termina poniéndose a todo el mundo en contra. Ante la ola de rumores rupturistas salió a tratar de mantener la unidad desde una posición de autoridad a través de la señal El Destape Web, afirmando que no es “un títere” y que “no existe la presidencia colegiada”. Si lo que buscaba era conseguir una tregua con Cristina la jugada no estuvo bien orientada. Otra vez dejó sabor a poco.

Alberto trató de calmar las aguas, afirmando: "De mi parte no esperen un solo gesto que rompa la unidad", diferenciándose de los sectores más ultras que alientan la ruptura.

Pero inmediatamente su incontinencia oral lo traicionó, al sostener: "Yo no soy títere de nadie. Ha quedado demostrado que tengo diferencias, pero yo actúo con mis convicciones. Yo escucho a todos, pero el presidente soy yo y el que tiene que tomar las decisiones soy yo". Una sentencia que sonaría muy bien en boca de quien lidera un amplio movimiento político, pero no de alguien que forma parte de una coalición en la que su capital político es minoritario.

Llamó la atención la necesidad de Alberto Fernández de aclarar que era él quien mandaba. Algo que resulta innecesario salvo cuando está puesto en duda. "Yo valoro a Máximo y a Cristina, esto no va a en detrimento de nadie, pero no existe la presidencia colegiada. Yo escucho a todos, pero la decisión la tengo que tomar yo", enfatizó. De poco sirvió que inmediatamente tratara de relativizar sus dichos, al afirmar que las diferencias con el cristinismo son importantes, aunque no "terminales".

Para alguien que quiere bajar los decibeles de un conflicto, el fastidio que expresó por el voto del cristinismo en contra del acuerdo con el FMI constituyó un nuevo paso en falso. "Cuando me dijeron que me hiciera cargo, yo sabía que iba a tener que tomar decisiones y esperaba que me acompañen, pero no me han acompañado", lamentó. "Lo que no podemos hacer es darnos el lujo, por la causa que sea, de desunirnos". Lo que no se cuestionó el presidente es si debe ser acompañado incluso cuando insiste en contradecir el contrato electoral por el que fue votado.

Pese a sus constantes cambios de humor, Alberto Fernández insistió en definirse como “moderado”. “He dado todas las peleas que he tenido que dar. No lo hago a los gritos, pero no soy moderado. Soy un tipo que tiene estos modos, que puede discutir en este tono de voz, sin gritar". El problema radica en si la moderación es la estrategia más conveniente para afrontar las gravísimas situaciones que se han desatado a nivel nacional e internacional en los últimos tiempos, y que favorecen la concentración de la riqueza en pocas manos. Sobre todo para un presidente ungido por el voto de las mayorías más desplazadas.

Pese a su declarado intento de reconciliación, su cierre sólo potenció la grieta interna. "¿Cuál es la revolución? ¿La épica de las derrotas? ¿Qué hubiera pasado si caíamos en default? No era un moderado, era un revolucionario pero perjudicaba a 45 millones de argentinos".

Alberto Fernández sigue tratando de convencer que su gestión “beneficia a 45 millones de argentinos” pero nadie le cree. Y con razón. 


(www.REALPOLITIK.com.ar)