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Una salida a la crisis con la receta de Cristina Kirchner

Eduardo Van der Kooy (Clarín)
La grave rebelión policial de Buenos Aires que hoy cumple cuatro días superó dos límites en las últimas horas. Los agentes parecieron extraviar un par de nociones: aquella que los ubica como pieza clave del Estado en resguardo de la seguridad colectiva; también la de la responsabilidad institucional vulnerada cuando resolvieron trasladar la protesta, con patrulleros y efectivos armados, hasta las puertas de la residencia presidencial.
El otro límite rebasado, de la ineficacia política y de gestión, reconoce dos estamentos. En primer lugar, la administración de Axel Kicillof , estupefacta desde el primer día de los sucesos. Detrás, el gobierno de Alberto Fernández que acepta un funcionamiento dislocado del poder, donde el centro de gravedad reside en la vicepresidenta, Cristina Fernández. Este fenómeno se viene observando desde diciembre. La rebelión policial lo acaba de enfocar con nitidez.
Tan transparente resulta la situación, que el Presidente no encontró mejor manera de buscarle una respuesta a la crisis con un viejo anhelo de Cristina. Podar los fondos de la Ciudad que conduce Horacio Rodríguez Larreta (unos $45 mil millones) para cederlos a Buenos Aires. En principio, para atender los reclamos policiales y ocuparse de la lucha contra el delito creciente.
Se trata de una concepción que el Presidente hizo suya desde que asumió. Aunque el copyright pertenece a la vicepresidenta. La idea de un achatamiento social general que alumbró con el ajuste de las jubilaciones por decreto. Menos injusticia, quizás, con mayor cantidad de humildes. El igualamiento hacia abajo, de acuerdo con lo que describió hace días Rodríguez Larreta.
La maniobra política, como siempre acostumbra el kirchnerismo, asoma envuelta por el celofán de una presunta solidaridad. Epica verbal que esconde, en verdad, la meta de minar al adversario. Que para Cristina resulta enemigo. Al Gobierno no se le ha caído una idea, en nueve meses, acerca de cómo capitalizar a futuro –la pandemia condiciona el presente- un país diezmado desde hace décadas. Se conforma con sacarles a algunos para darle a otros. Extremadamente primitivo.
El Presidente se ha tomado el hábito, recurriendo a su tono de profesor de Derecho, de explicar muchas decisiones como si fuera un extraterrestre. Alguien que, de repente, aterrizó en la Argentina en diciembre del 2019. La exposición de este miércoles a la noche, de nuevo con filminas, pareció en ese sentido casi una cátedra. Descubrió las enormes diferencias entre la Ciudad y Buenos Aires. Mencionó, entre tantas cosas, el ingreso per cápita y el nivel de los salarios distanciados que reciben los policías porteños respecto de los bonaerenses. Insistió con las injusticias y las desigualdades.
Hizo comentarios y descripciones dignas de un periodista. No de un Presidente que lleva más de cuatro décadas en la actividad política y que, tras algunos zigzagueos, abrazó definitivamente al peronismo. Estuvo con Carlos Menem, el neoliberal; militó con Domingo Cavallo, el autor de la convertibilidad; fue jefe de Gabinete entre 2003-09 de Néstor Kirchner y de Cristina. Que se sepa, en todos los planos, Buenos Aires siempre estuvo ese tiempo en un tobogán. Como la Argentina. Desde 1983 apenas hubo dos gobernantes bonaerenses (Alejandro Armendáriz y María Eugenia Vidal) que fueron ajenos al peronismo. ¿Podría decir algo el Presidente sobre ese recorrido indiscutible?
La parcialidad extrema desmerecería el escenario que, con criterio político, supo montar en Olivos para intentar sacar del pantano a la crisis policial. Allí estuvieron los intendentes oficialistas. También los representantes de Cambiemos. Entre ellos, Jorge Macri, el alcalde de Vicente López. Una simulación de concordia, necesaria ante la gravedad de los hechos, burlada por la solución propuesta.
También la parcialidad alcanzó el relato de los episodios. Contó que venía hablando con Rodríguez Larreta sobre la necesidad de ajustar la distribución de los fondos fiscales. Lo habló al comienzo de la gestión. Quedó interrumpido ni bien asomó el flagelo de la pandemia. La administración porteña se enteró de la novedad escuchando al Presidente por televisión. Antes el jefe porteño y su vicejefe, Diego Santilli, se habían expresado en solidaridad con Alberto frente a la rebelión policial.
El Presidente debió salir en auxilio de Kicillof. Sería lo mismo que decir que cumplió con un requisito de Cristina. Buenos Aires es el bastión de la vicepresidenta. Donde el kirchnerismo afinca su proyecto político a partir del 2023. Porque considera a Alberto como un simple mandatario de transición. Nadie lo oculta en la gobernación de La Plata.
Los fondos que girará el Presidente no podrían enmascarar la pobrísima gestión que existe en Buenos Aires. Frente a cuatro días de rebelión policial se notaron dos cosas: ausencia de una conducción y un equipo acorde con tal precariedad. Donde también resulta evidente un desacople. El hombre fuerte en la provincia es Sergio Berni, el ministro de Seguridad. Reporta con exclusividad al Instituto Patria.
Más allá de su dialéctica muchas veces diferenciada del progresismo que se adjudican los K, el médico-militar tampoco pareció estar a la altura de las circunstancias. Desatendió la incubación de un conflicto policial que tuvo una intensa circulación por las redes sociales antes de su estallido. Tampoco exhibió destreza para encarar alguna negociación que apaciguara los ánimos.
Kicillof, por un lado, y Berni, por el otro, comparten el mismo dilema. Desconocen el funcionamiento territorial del PJ en Buenos Aires. Se mantienen prescindentes de los alcaldes. Incluso los peronistas. Fueron ellos, de modo decisivo, los que rogaron la intervención del Presidente.
Habrá que observar si la fórmula utilizada por Alberto sirve, al final, para encarrilar el conflicto policial. Será imprescindible auscular si la administración de Kicillof resetea su comportamiento. Sólo parecen claras, a priori, dos cuestiones. Difícilmente se haga más sencilla la convivencia con la oposición, en medio del peor trance de la pandemia, quebrada por la reforma judicial. Si así ocurre, Cristina podrá sentirse bien recompensada.