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Poder de la Prensa. Impunidad real - escribe Carolina Mantegari especial, para JorgeAsisDigital

Intelectualmente se expande la teoría del pensador Alfredo Yabrán.




Lo que está en el juego no es la libertad de prensa. Imprescindible ensoñación liberal.
Lo que aquí está en juego es el poder.
El contexto reivindica la sentencia de Alfredo Yabrán. Cuando el hombre de negocios se encontraba acosado por la autoría intelectual de un crimen.
“¿Qué es para usted el poder?”.
Se lo preguntaron en un templo televisivo de comunicación.
La respuesta lo consagró como un desesperado pensador contemporáneo, de la magnitud de Moisés Naim.
“Poder es tener impunidad”.

Sólo dos letras diferencian el uso del abuso.
Sin abuso la concentración del poder nunca es perceptible.
El poder está para saber usarlo. Sin desperdiciarlo como los multiplicados pasajeros que se confundieron por no entender las reglas que no existen.
La básica tensión entre lo temporario y lo permanente.
En la filosofía yabraniana el ejercicio del poder arrastra irreparablemente la tendencia hacia la impunidad.
El juego consiste en abusar del poder y que el damnificado por el abuso sepa soportarlo.
Cabe consignar también la opción de desafiarlo. Pero con el riesgo previsible de resultar aniquilado.
Ante la obviedad de su derrota personal, el pensador que elevó la teoría resolvió el litigio con un balazo.

El periodista nunca debe ir preso
Necesariamente hegemónico, al beneficiario del poder -el empoderado- no lo roza ningún sistema de control.
Poder de la Prensa. Impunidad realUn periodista nunca debe ir preso. Aunque se esgrima, para encanarlo, un limpio acto de justicia penal.
Encanar periodistas es una desdicha indeleble para cualquier gobierno democrático que sostenga la jactancia de la división de poderes.
En efecto, debe asumirse que el poder que más se extendió, en el último medio siglo, es el poder de la prensa.
Consta que se le puede agregar el relativo adjetivo. “Independiente”.
Inspirado en la Revolución de las Comunicaciones, la única que logró verdaderamente imponerse.
Entonces el periodista o comunicador nunca debe ser apresado.
Por más que su metodología de trabajo resulte naturalmente cuestionable.
O peor aún, directamente repudiable. Mantiene vedada siempre la calificación de delictiva.
El afectado que sienta que su dignidad se desliza, injustamente, por el barro, debe abstenerse, preferiblemente, de cualquier reacción.
Tolerar el arrebato de enjuiciar a los reproductores de agravios.
Aunque sea humanamente explicable, enfrentarlo deriva, en general, en algo peor que una causa perdida. Un trágico error.
De manera que el político, el sindicalista, o el empresario, convive con la proximidad del impertinente que merodea entre sus secretos, suciedades o pecados.
Debe ser portador de piel dura como el cuero. Y si no la tiene que se busque otro oficio. Otra manera de recaudar.
O tome recaudos para prevenirse ante los interesados en despedazarlo.
Para colocar, con simpleza destructora, su colección de faltas en el centro del escenario.

A través del “periodismo patrullero”, la prensa se propone, en la práctica, como modo primario de control.
Mientras se asume la realidad corporativa. El manto de protección.
“El colega es nuestro, siempre tiene razón”.
Poder de la Prensa. Impunidad realEs el empoderamiento que permite tranquilamente los abusos.
Fallan, en todo caso, los mecanismos de auditorías (que no existen).
En un medio altamente competitivo como el de la televisión, la palabra y la imagen se asocian a la cultura del espectáculo, consumidora de primicias y de escándalos.
Cargarse un ministro es una manifestación de poder. Influir en una elección, igual. O elevar o destruir un candidato.
O fulminar al poderoso que se transforma, de repente, en un pobre infeliz ante la exhibición de las informaciones certeras o falsas.
“En cuanto vienen por vos, fuiste», sugiere el experto.
“Tenés que poner preventivamente para que no vengan”. Diseñar una estrategia.
Abundan los agentes diestros para prevenir y evitar los trastornos de las mareas adversas.

Solidaridad del apriete
“El costo político de detener periodistas es muy alto”.
Advertencia solidaria al mismo presidente. Puede realizarla un periodista consagrado.
Se destaca el admirable apoyo al colega en problemas. Al que pudo haber estirado de la cuerda (que tampoco existe).
Pudo haberse extraviado (el colega) en alguna imperfección profesionalmente reprochable.
En la pasión meritoria por impactar.
Pero la advertencia mantiene también el sentido siciliano del apriete.
Como si se le dijera, en realidad, al presidente:
Poder de la Prensa. Impunidad real“Encanás, Alberto, a un periodista, y estás perdido”.
Las consecuencias de la detención son terribles.
La extorsión entonces es explícitamente perdonable.