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Los densos días de Alberto Fernández

Los primeros cien días de Alberto Fernández fueron presentados –y asumidos con cierto consenso, por arrastre de la grave crisis- como un tiempo no estrictamente propio. Un plus de la transición, a la espera de progresos en la renegociación de la deuda. La palabra dominante era “emergencia”. Y el Presidente se movía con el escudo de la herencia sin sugerir siquiera lineamientos de un programa económico, salvo algunas señales de ajuste como la del sistema previsional. Pero a ese condicionante se sumó otro exactamente al cumplir los cien días de gestión: la cuarentena. Doble carga, con dramáticos efectos económicos y sociales.
            La política también fue cambiando abruptamente. El Presidente logró un crecimiento de imagen vertiginoso en el inicio de la cuarentena y luego asomó el desgaste –no abismal pero sí persistente- producto de errores propios y expresión de agotamiento social por el aislamiento. Eso, acompañado por la interna cada vez más visible con Cristina Fernández de Kirchner.
            La oposición fue sacudida por el mismo oleaje. En el arranque de la gestión de Alberto Fernández, las cuentas en el interior de Juntos por el Cambio estaban centradas en un punto: hasta dónde podrían ser fisurados, cuántos legisladores y referentes podrían correrse hacia las orillas de Olivos, apostando a la “moderación” del Presidente y a su supuesta necesidad de aliados externos para afirmarse frente a CFK.
            Los pasos del oficialismo terminaron jugando al revés. Alberto Fernández trabajó de entrada sobre los jefes territoriales y hubo puentes hacia el sector más “dialoguista” del macrismo y del radicalismo, desde Emilio Monzó, Rogelio Frigerio y Horacio Rodríguez Larreta, hasta Gerardo Morales y los operadores de la UCR porteña que juegan con Martín Lousteau. Varios de esos puentes fueron dinamitados por el propio oficialismo. La oposición se agrupó, aun precariamente.
            El arranque de la cuarentena parecía allanar el camino de la convergencia. Pero las cargas sobre la herencia macrista y contra María Eugenia Vidal encendieron la alarma opositora. Los avances de CFK y la escalada sobre la Justicia sumaron reparos. Lo mismo que algunos DNU. Pero fueron determinantes dos hechos: primero las excarcelaciones y después el caso Vicentin, que también astilló la relación del oficialismo con algunos aliados. La centralidad presidencial suele ser paradójica. A veces se entiende mal ese concepto: los costos autoinfligidos también aceleran reacciones, sobre todo en épocas de crisis profundas. Esa es la marca de estos días y de los que vienen.