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Alberto quería ir a Rosario y no lo dejaron

Tres frentes tiene abiertos AF: deuda, cuarentena y Vicentín. El primero se le ha vuelto esquivo, pese a las continuas concesiones a los acreedores. La cuarentena se convirtió en una cuestión de fe: sólo existe para los que creen en ella. Vicentín amenaza con escapársele de las manos ya que no conseguiría el apoyo en Diputados para la expropiación.

El nivel de desaciertos de su gestión sólo puede compararse con el de Fernando De la Rúa. Su manejo de la economía recuerda a los años del alfonsinismo o a los del propio ex suegro de Shakira. No por casualidad Ricardito Alfonsín y Guillermo Moreno aseguraron que el programa económico del actual gobierno es “radical”. No hacía falta.
Carlos Pagni desarchivó el término "procastinar" para definir el estilo del actual gobierno. No resuelve los problemas, sino que los alarga incansablemente sin encontrar solución para ninguno. Más aún, crea otros nuevos, como sucede con el anuncio de que se pagaría el medio aguinaldo para los empleados públicos con ingresos de bolsillos superiores a 65 mil mensuales en cuotas, al mejor estilo Ricardo López Murphy o Domingo Cavallo. No por casualidad, el padre de la convertibilidad es uno de los asesores más escuchados por el presidente hippie.
Los fondos públicos que se utilizaron para pagar los sueldos de FontevecchiaLanata o Milei son los que ahora faltan para hacerle frente a una de las grandes conquistas del peronismo. No es algo que al actual presidente le importe, ya que reconoció estar más cerca de Bob Dylan que de las “veinte verdades”. Tal vez no recuerde cuáles fueron los votos que lo llevaron a la primera magistratura.  
Al acercarse el 20 de junio, Alberto Fernández anunció públicamente su idea de trasladarse con una numerosa comitiva a Rosario, para encabezar el acto en el monumento a la Bandera. No es un 20 de junio más: ya que éste fue declarado como Año Belgraniano por cumplirse los 250 años de su nacimiento y 200 de su muerte. Lo hizo como actúa siempre: dice lo que se le ocurre, después se verá cómo -y si se puede- llevarlo a cabo. Un verdadero maestro en el arte de procastinar. 
Cuando los rosarinos se enteraron de la decisión presidencial, inmediatamente explotaron. Recuerdan lo que pasó en cada una de las excursiones presidenciales: no se respeta el distanciamiento social, ni el uso de tapabocas, ni las cuarentenas. Cada viaje de Alberto Fernández expone a un retroceso en la fase de la cuarentena del sitio escogido.
Pero esta vez resulta aún peor, porque a las resistencias ante el riesgo epidemiológico que implican las visitas presidenciales se suma la programación de un acto opositor por el caso Vicentín, con tractorazos y cortes de rutas incluidos, el pésimo humor social que impera en la Chicago rosarina por la inmovilidad de Gustavo Bordet y del gobierno nacional frente al incendio ilimitado de pastizales en las islas del Paraná, y el malestar provocado por la inminencia del pago del aguinaldo en cuotas. Sin contar, por supuesto, la desesperación de quienes han perdido sus trabajos o comercios, o se han endeudado mucho más allá de sus posibilidades, a consecuencia de una cuarentena que ahora se reconoce como fallida, al menos en el AMBA.
Muy oportunamente el cuerpo médico que atiende a Alberto Fernández extendió una recomendación para que se mantuviera en la Quinta de Olivos, para evitar eventuales contagios. No queda en claro si al virus o a las consecuencias del malhumor social creciente.
Pero nada de eso consigue limitar la vocación fallida de comunicador que caracteriza al presidente. Habla sin cesar por los medios, promete grandes planes de reconstrucción económica tras la cuarentena. Y, sobre todo, procastina.
“Mejor que decir es hacer y mejor que prometer es realizar”, afirmaba el general Juan Domingo Perón. Un sabio consejo que Alberto nunca tuvo en cuenta, atraído por las frases demagógicas del tipo “La casa está en orden”, mientras se acordaba por debajo de la mesa la sanción de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final.
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(www.REALPOLITIK.com.ar)