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Argentina necesita reinventarse de manera urgente

Por Leandro Marcarian
La noticia del día fue el fracaso del gobierno en la última licitación del bono AF20. El gobierno se vio obligado a declarar la licitación como “desierta”, cuando las ofertas se revelaron muy por debajo de lo esperado. Las opciones ahora son un reperfilamiento forzoso o una emisión de pesos para hacer frente a esos bonos, los cuales equivalen al 6% de la base monetaria total a noviembre de 2019. Éste no sería un movimiento menor dado el contexto. Desde las elecciones de octubre, la base monetaria ha aumentado ya un 20%. Este nuevo envión monetario sumará presión sobre los precios y éstos, al tipo de cambio (sería iluso creer que los bonistas se quedarán en pesos). La presión sobre el TCN sumará, a su vez, más presión sobre precios, y el efecto se espiraliza, convirtiendo a la baja de la inflación en una promesa imposible de cumplir.
En medio de todo esto llega la nueva misión del FMI, la que ya avisó que se quedará más de lo originalmente planeado. La misión del Fondo está enmarcada dentro del protocolar artículo IV que lo habilita a auditar las cuentas públicas, sin embargo, no caben dudas que se utilizará la oportunidad para seguir discutiendo un nuevo acuerdo.  Es de esperar que el fondo reclame reformas estructurales que reduzcan el gasto público. Las principales reformas necesarias son la previsional y la laboral. Solo después de una baja sustancial del gasto, se podrá proceder a una reforma tributaria con baja de impuestos. Hacerlo antes significará expandir el mismo déficit que se requiere eliminar, con la necesidad de financiarlo con deuda o con emisión. Es decir, sería repetir la historia que estamos viviendo ahora.
Esto es, Argentina está en una encrucijada tremenda. Al día de la fecha, su deuda es impagable, lo que significa que si no logra un acuerdo con los bonistas, el default es inevitable. Por otro lado, tiene la cuestión monetaria totalmente descalzada, con una inflación de 2019 récord desde la última híper, caída de reservas y un stock de leliq explosivo. En resumen, un repudio generalizado a su propia moneda. La economía real también se encuentra en franca decadencia, con una recesión que se estirará al menos hasta 2020, el desempleo en aumento, caídas en ventas minoristas y desinversión.
Y a todo esto se le suman reclamos sociales de mayor asistencia y un aumento preocupante de la pobreza. Esa mayor asistencia, si se convalida, tiene que ser financiada con más deuda o más impuestos. Vale recordar que la presión fiscal también está en niveles récord mundiales y están asfixiando al sector privado, encargado de pagar esos impuestos. Es decir, el gasto es demasiado alto para las capacidades de pago del gobierno, pero sin embargo parece no alcanzar. Los impuestos son los máximos históricos pero tampoco alcanzan para pagar el gasto, y encima, ahogan al sector privado y le impiden prosperar. La diferencia se pagó con emisión que generó más de 10 años de inflación de 2 dígitos, y con deuda, que hoy nos pone al borde del default. En conclusión, este paradigma está totalmente agotado.
La idea de que el gasto público puede ser el motor del crecimiento a toda costa ha fracasado a la luz de los hechos. Cualquier programa de gobierno cuyo resultado sea una tasa de pobreza que oscile alrededor del 30/40% hace 20 años debe ser declarado como equivocado. Desde la salida de la convertibilidad que la tasa de pobreza no perfora el piso de los 24 puntos. Entonces, si aceptamos que el paradigma que dominó la gestión pública desde Kirchner a la fecha ha fracasado, la conclusión obvia que surge de ello es que el país debe hacer un giro de timón monumental para dar vuelta esta tendencia creciente hacia el ostracismo.
El nuevo paradigma del gobierno debe poner al sector privado en el centro de la escena. Siempre y en todo momento de la historia, el crecimiento económico generó mayor bienestar y más caída de la pobreza que la redistribución vía impuestos y transferencias, es decir, vía políticas públicas. No existe política pública más efectiva que dar previsibilidad al sector privado para hacer negocios y darles libertad a los agentes para que hagan con su dinero lo que quieran. Explicándolo con un ejemplo concreto, para que exista un empleado (una consecuente disminución de la tasa de desempleo y, muy probablemente, una equivalente disminución de la tasa de pobreza) primero tuvo que existir una empresa. Para que exista una empresa, primero tuvo que existir un emprendedor dispuesto a invertir. Y para que exista inversión, primero tiene que haber probabilidades altas de rentabilidad futura. Esto es, el ciclo virtuoso del crecimiento económico empieza en la empresa privada, y es ahí donde los próximos gobiernos deberán poner su foco si desean sacar al país de la trampa de pobreza en la que se encuentra.