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Las medidas del próximo gobierno

En medio de la ola de expectativas que genera la asunción de la fórmula encabezada por “los Fernández”, sería bueno que dejásemos de esperar medidas originales de su parte que logren emanciparnos de los cambios que ya han ocurrido en todo el planeta en pleno siglo XXI.

No solo en lo político, sino, primordialmente, en lo económico. Porque existe hoy un Estado supranacional de un capital que aparece por encima de toda territorialidad y, ubicado en lo que podría denominarse como NO LUGAR, limita y reglamenta el poder de la mayoría de los gobiernos para que éstos no puedan disponer del mismo con total libertad.
Dicho esto, aquellos que siguen auspiciando el retorno de las bondades benefactoras tradicionales del peronismo de los 40 estarán aviados si cifran esperanzas de éxito en las antiguas doctrinas nacionalistas que propiciaban el vivir “hacia adentro” de las propias fronteras: es demasiado tarde.
Los que tenemos edad recordamos claramente –entre otras cuestiones que huelen a naftalina-, el nacimiento de la “industria flor de ceibo” alentada por el General Perón, que nos legó una clase empresarial que produjo durante años artefactos y sustituciones de importación de muy mala calidad a precios exorbitantes.
Aún hoy subsisten nichos de fabricantes que podrían ser catalogados como de “utilería” en ese aspecto, que se acostumbraron a vivir del Estado para que protegiese su injusta subsistencia.
En los tiempos que vivimos, hay quienes ya se han repartido el poder mundial y debemos aceptarlo como una realidad con la que debemos convivir, dejando de lloriquear en los rincones por no haber sabido aprovechar las oportunidades que tuvimos de ingresar al club de los mejores, cuando aún había tiempo para ello.
Hoy, la realidad indica que el poder financiero supranacional antes mencionado, somete a la política de muchos países en vías de desarrollo (nosotros formamos parte de ellos) a las exigencias de movilidad, flexibilidad, desregulación y reducción de los gastos públicos -en cuanto a sus costos y salarios-, pasando a depender así del libre juego de la ley del mercado.
Nos guste mucho, poco o nada.
Las sociedades y los partidos políticos que no entiendan esto, están condenados al fracaso.
Por otro lado, el tiempo, que ni vuelve ni tropieza, no otorga margen de error a quienes, al asumir sus gobiernos pretenden seguir soñando con una “soberanía” inmaterial que es hoy una ilusión, ya que la globalidad del mundo financiero ha demostrado tener espaldas bien anchas para “aguantar” a los disconformes, dejándolos librados a su propia suerte.
Dicho esto, creemos que lo más sensato para el gobierno elegido será operar una forma de “reingeniería” acotada que se base en la comprensión de que los buenos deseos deberán acomodarse a las circunstancias que aquí describimos.
Más aún, si aceptamos de una buena vez, que ya hemos fracasado en demasiadas oportunidades antes de ahora en nuestro intento de que el mundo en general reconozca las excelsas virtudes de las que creemos estar provistos, y no está demasiado bien dispuesto para seguir financiando nuestros desvaríos “in aeternum”.
Ya no estamos en condiciones de sostener políticas improductivas, porque dependemos de las inversiones provenientes de ese capitalismo financiero que dispone de los medios necesarios para cerrar y abrir puertas de acuerdo con sus propios intereses.
Negarlo es una estupidez, por lo que espanta la liviandad con que algunos analistas de nuestro país pretenden recomendar “recetas” restrictivas a “los Fernández”, insistiendo en recetas que cerrarán aún más nuestras fuentes de financiamiento ante cualquier paso dado en falso.
Salvo, claro está, que se aspire a emular el infierno que viven cubanos y venezolanos –por dar dos ejemplos paradigmáticos al azar-, que pujan por escapar de sus países para volver a vivir dignamente.
En realidad, de lo que se trata es de convencer a la gente que a pesar de la decadencia crítica en la que vivimos, la única manera de revertir esta situación es que dejemos de mirarnos a un espejo como la Reina Malvada del cuento de Blanca Nieves, esperando inútilmente que éste nos responda lo que siempre hemos querido oír de nosotros mismos y no guarda semejanza alguna con nuestra realidad.
Sería, al menos, el comienzo de un tiempo diferente.
A buen entendedor, pocas palabras.
Carlos Berro Madero
carlosberro24@gmail.com