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Fernández, la emergencia y el aprendizaje de los milagros

Después de mañerear durante algunos días calificando de "política" la iniciativa, el gobierno accedió a acompañar el debate de una ley de emergencia alimentaria que venían reclamando la oposición (la primera propuesta fue de Roberto Lavagna), la Iglesia y la mayoría de los movimientos sociales.

REPAROS INCOMPRESIBLES
¿Cuál fue el sentido de las iniciales reticencias del Ejecutivo ante una idea que, a la vista de la gravísima situación social, aparece como imprescindible y a la que en definitiva terminaría resignándose? Otra pregunta para los que trazan las estrategias oficialistas. La aceptación tardía fue una señal de que sólo cede ante lo que no podría evitar y frente a una relación de fuerzas que no había sabido o no había querido calcular.
Vencidos los reparos de la Casa Rosada, en el Congreso los acuerdos fueron más sencillos: Emilio Monzó, Mario Negri y Agustín Rossi coincidieron rápidamente un texto básico y criterios sensatos para apurar el debate en Diputados, que este jueves "parecía el Senado" por el tono moderado y la virtual ausencia de réplicas entre bloques. La moción se aprobó y el oficialismo expresó críticas, pero compartió la decisión. Una señal de que algunos sectores entienden la lógica de la transición mejor que otros.
Es posible que, con la ley promulgada y un inicio activo de aplicación, se tranquilice un poco la agitación callejera suscitada por las consecuencias de la catástrofe social que provoca la averiada economía. Algunas protestas habían alcanzado niveles alarmantes de agresividad, como las que se consumaron en diferentes shoppings de Buenos Aires. No todas las agrupaciones sociales participan de esa conducta, pero las que sí lo hacen son suficientes para sembrar intranquilidad, encender la crítica contra el conjunto y favorecer objetivamente a quienes asocian la victoria de Alberto Fernández en las PASO con el inicio de una etapa caótica.
FERNADEZ PIDE ORDEN
Desde Tucumán, donde se reunió con dirigentes de la Unión Industrial Argentina y de la CGT, Fernández dejó muy en claro que critica esa agresividad piquetera ("Yo puedo entender la desesperación, pero no el método. No es un buen método definitivamente. Yo pregono otra cosa") y que, en general, desalienta la movilización callejera, porque "es preciso no crear ocasiones para la violencia".
Fernández olfatea que muchas movilizaciones actuales representan amenazas anticipadas para él mismo, para cuando le llegue la hora de gobernar. Si bien algunas organizaciones sociales dialogan -tanto con el ministerio de Desarrollo Social de Macri como con las fuerzas que sostienen al triunfador de las PASO- otras advierten desde ya que no se van a someter a la disciplina política del peronismo. "Empezamos mal", mensajearon, por caso, los dirigentes del izquierdista Polo Obrero a Fernández tras sus declaraciones en Tucumán. Una advertencia.
COMO HACER MILAGROS
El candidato opositor le había dado rol de anfitrión al gobernador Juan Manzur y ensayó en la provincia del noroeste un ejercicio de acuerdismo económico social que se propone poner en práctica tan pronto alcance la presidencia. Fernández observa con mucha atención la experiencia de Portugal. La última semana estuvo allí conversando largamente con el primer ministro Antonio Costa. Una de las frases de Costa se aplica perfectamente a la situación argentina, según Fernández: "Es normal que, después de un período de esfuerzos y sufrimientos todos los sectores reclame todo ya. Un buen gobierno tiene que combinar la satisfacción de las necesidades sociales con el cuidado de su capacidad fiscal y el desarrollo de sus prioridades políticas".
En Tucumán Fernández enunció prioridades: producir, aumentar la ocupación, competir y exportar, con la industria y con el campo.
En Portugal analizó con Antonio Costa la experiencia de ese gobierno, que el mes próximo buscará la reelección. Conviene mirar esa experiencia para adivinar las intenciones del triunfador de las PASO.
Costa, un socialdemócrata, gobierna su país desde hace casi cuatro años y es responsable de un audaz viraje que se distanció exitosamente de las políticas de ajuste que habían identificado al anterior gobierno conservador y habían sido determinadas por la llamada "troika" (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea, Banco Central Europeo). El programa de austeridad de aquel gobierno había producido drásticos cortes en los presupuestos de salud, educación, jubilaciones y bienestar social, había incrementado los impuestos, congelado sueldos y elevado la desocupación (un índice de 17 por ciento y un desempleo juvenil de 40 por ciento). Decenas de miles de empresas fueron a la quiebra. Pese a esas durísimas medidas, la deuda siguió creciendo hasta alcanzar un 130 por ciento del PBI portugués.
Al asumir, Costa decidió un cambio radical de estrategia y ahora se encamina a la reelección con una política que recuperó enérgicamente el empleo, los salarios y la inversión pública, estimuló el mercado interno, redujo el déficit fiscal (este año llegará al 0 por ciento por primera vez en cuatro décadas), hizo crecer la economía (este año supera la media de la Eurozona), redujo la deuda, atrajo inversión externa y aumentó las exportaciones. Costa demostró que se puede resolver una crisis financiera sin destruir empleo o nivel de vida.
Hoy se habla del "milagro portugués", que empezó, según el prestigioso semanario The Economist, "poniendo dinero en el bolsillo de la gente" y que, según el propio Costa, "demostró que "mantener el orden de las cuentas públicas no es incompatible con una política que defienda la cohesión social". En ese modelo busca inspiración Fernández. Argentina también necesita algún milagro.
Jorge Raventos