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El falso milagro portugués

En su reciente viaje a Europa, el candidato presidencial del Frente de Todos, Alberto Fernández, se reunió con el primer ministro de Portugal, Antonio Costa, y sugirió que le interesaba aplicar un modelo como el que le permitió a ese país superar la severa crisis económica que padeció hace unos años.

En la visión de muchos dirigentes del kirchnerismo, el modelo portugués es un ejemplo a seguir porque habría prescindido de ajustes y de la intervención de organismos internacionales.
Sería un muy interesante caso de estudio, si no fuera por un detalle: es completamente falso. Como lo ha explicado el politólogo argentino radicado en Lisboa, Andrés Malamud, el modelo portugués nada tuvo de milagroso. Hubo, en primer lugar, una asistencia de la Troika (FMI, Banco Central Europeo y Comisión Europea), que derivó en un ajuste de una magnitud considerable a partir de 2011. Portugal tenía un enorme déficit fiscal y decidió encarar su reducción en forma drástica.
Portugal no tiene control sobre el tipo de cambio, ya que es un país miembro de la Unión Europea. Si lo tuviera, como la Argentina, para lograr el aumento en la competitividad bastaría con devaluar su moneda y mantener bajo control la inflación. No obstante, esto genera, como todos sabemos, un deterioro del salario real. Portugal saltó el paso de devaluar la moneda (porque no puede hacerlo) y licuó todos los costos de la economía, entre los que el salario era el más relevante para ellos dado que tiene un elevado número de personas que trabajan en el sector público.
Para lograrlo, suspendió provisoriamente los aguinaldos, que eran dos, lo que redujo los salarios en un 14%. Además, disminuyó los salarios de los empleados públicos entre un 5% y un 10%. Por otra parte, se flexibilizaron los despidos y aumentaron los impuestos.
Todo ello, más algunos otros factores, se tradujo en un importante aumento del turismo y de las exportaciones de automóviles. Es que, como consecuencia de la división del trabajo en Europa, los alemanes comenzar a abrir empresas automotrices en la periferia para luego importar los vehículos. Esos fueron los dos grandes pilares de la recuperación portuguesa. El desempleo, que originalmente creció, se redujo gracias a ese impulso al 7%.
Tanto Malamud como otro gran conocedor de la realidad portuguesa, el canciller Jorge Faurie -fue embajador argentino en ese país por varios años- suelen explicar que nada de eso hubiera sido posible sin una generalizada toma de conciencia de la sociedad de Portugal, que aceptó emprender el camino del esfuerzo como el único posible para salir de la crisis.
De ahí que resulte sorprendente que Fernández, quien propone incrementar el poder adquisitivo de los jubilados pagándoles más con intereses de las LELIQ, defienda un modelo que se basó exclusivamente en la compresión del poder adquisitivo en términos reales para impulsar la competitividad (como los costos de producción son más bajos, sus productos se vuelven más accesibles para el resto del bloque y del mundo y eso fomenta la actividad exportadora.
No hay, en consecuencia, ningún milagro portugués. Su actual bonanza económica no es un fenómeno sobrenatural, sino el resultado de políticas públicas fundadas en la realidad, no en relatos ficticios, en comprender las causas que habían generado el estancamiento y en desechar cualquier vía populista, que es solo una ilusión que siempre termina agravando los problemas.
La Argentina sí produjo un milagro. Es un caso de estudio en el mundo la persistente decadencia de nuestro país desde mediados del siglo XX. En ese período creció aproximadamente a la mitad del promedio mundial y mucho menos que el promedio de los países latinoamericanos, que antes nos miraban como un ejemplo a seguir y ahora nos han superado en muchos aspectos. Pero el milagro es una ironía. Fuimos nosotros, con políticas que desalentaron la inversión, que no ofrecieron seguridad jurídica, que aumentaron irresponsablemente los gastos, que quebraron leyes y contratos, quienes pavimentamos el camino del deterioro.
El gobierno de Cambiemos heredó una situación catastrófica. No logró vencer la inflación, pero está sentando las bases para que disfrutemos en los próximos años de un desarrollo sostenible.
Jorge Enríquez