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EL ARTE DEL ACUERDO



Por Jorge R. Enríquez

Cuando en su discurso inaugural como presidente de la Nación, Mauricio Macri postuló el "arte del acuerdo" como uno de los ejes de su gobierno no estaba haciendo retórica. Poco proclive a las declaraciones rimbombantes, las palabras del Presidente se corresponden estrictamente con la realidad. 
El acuerdo ha sido, en efecto, un instrumento central en la agenda de Cambiemos. No es solo una necesidad derivada de su falta de mayorías en ambas Cámaras del Congreso. Es una convicción profunda que se condice con la personalidad del presidente, pero que también surge de un cuidadoso aprendizaje de las lecciones de la historia argentina. No habrá reformas sólidas ni duraderas si no están respaldadas por un generalizado consenso. 
El pacto firmado entre el Gobierno nacional y las provincias se inscribe en ese marco. No es una imposición unilateral; ni siquiera, como en el pasado, un contrato de adhesión, cuyas cláusulas, preestablecidas por una parte, son acatadas por la otra, aunque se escenifique una reunión que genera la ilusión de la existencia de negociaciones reales. En este caso, el Gobierno nacional presentó una iniciativa y aceptó que se discutiera. Hubo concesiones recíprocas, como en cualquier negociación seria. Lo que no hubo fueron aprietes, amenazas, ejercicio abusivo del poder por parte de la Nación. 
El diálogo y la buena fe permitió que todos los participantes estuvieran dispuestos a resignar una parte de sus demandas para beneficiar al conjunto de los argentinos.
No se trata de poner todo patas para arriba de un día para el otro. El objetivo, en este como en todos lo campos, es normalizar a la Argentina. Llegar a ser un país normal, con más previsibilidad y menos épica, es la gran revolución que estamos encarando. Revolución paradójica, porque no consiste en tirar a nadie por la borda sino en incluir a todos, pacíficamente, sin gestos destemplados ni líderes mesiánicos.
En el terreno fiscal, la Argentina carga con décadas de torpezas, de giros inesperados, de puro voluntarismo. El llamado Fondo del Conurbano es un ejemplo elocuente. Fue creado para favorecer al Gran Buenos Aires, que es hoy la zona geográfica que menos recibe recursos de esa fuente. Uno de los grandes males de nuestro país ha sido el déficit fiscal crónico. Hemos querido vivir por encima de nuestras posibilidades. Alguien lo pagaría en el futuro. Así se incubaron las recurrentes crisis de hiperinflaciones o hiperendeudamientos. Necesitamos reordenar cuentas, tanto las nacionales como las provinciales, para no volver a caer en esas terribles emergencias, que no son gratuitas: allí está el 30 % de pobres que nos han dejado esas nefastas políticas, en un país productor de alimentos y potencialmente riquísimo.
No hay que esperar resultados mágicos de este acuerdo. Acaso, para los que no somos jóvenes, lo mágico sea el acuerdo mismo. De seguir ese camino podremos lograr que la estructura fiscal y tributaria no sea un obstáculo, sino un aliciente para la llegada de inversiones tanto nacionales como extranjeras, que son la palanca indispensable para el desarrollo económico con equidad E inclusión social que tanto necesitamos. Hemos dado un paso significativo para alcanzar esa meta.