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MACROECONOMÍA Y ACCIONES ARGENTINAS: UNA RELACIÓN DÚPLICE

Algo está roto en la relación entre la macroeconomía argentina y la esfera financiera. La interacción entre ambos ámbitos, diría un aficionado a la mitología romana, pareciera estar regida por los designios de Jano (Dios de las transiciones, el tiempo, la duplicidad), en dos aspectos. El primero es que, llegando casi a la mitad del mandato presidencial de Mauricio Macri, podemos postular que esta administración se perfila más bien como una de transición antes que como una de cambio. El segundo es que, al igual que las representaciones de la deidad, la relación entre la macro y el mercado financiero es dual.

La configuración actual de la economía argentina es insostenible en el tiempo. Hay múltiples fuentes de inestabilidad de cara al futuro. Para empezar, el elevado déficit fiscal consolidado (no se pierda de vista el cuasifiscal, en tiempos de popularización de las Lebac) que arrastra Argentina, máxime si se financia con deuda internacional colocada a una tasa comparativamente cara. Otra es la inflación persistente de dos dígitos que, además de agravar la situación de los hogares bajo la línea de pobreza, acorta seriamente los horizontes de análisis y planeamiento. Esto, en conjunción con déficit comercial y salidas in crescendo de divisas por turismo y compras en el exterior, es una mala combinación. Más a largo plazo, también resulta inquietante la falta de materialización de una estrategia productiva clara (aunque hay algunas pistas) y la carencia de reformas para encarar la tendencia a la automatización del trabajo.
No estamos descubriendo nada. El gobierno, de hecho, parece tener consciencia de que el orden actual de cosas debe ser transitorio; quizás, según su lectura, sea el amargo mas ineluctable costo de corregir los desarreglos esparcidos por sus predecesores. En virtud de ello, ha esbozado una estrategia para cerrar la brecha fiscal, parece estar trabajando silenciosamente en una reforma tributaria, exhibe metas concretas de inflación, busca reducir el uso de efectivo, impulsa los créditos hipotecarios y muestra voluntad para exponer al país al flujo de inversiones extranjeras. En otras palabras: sabemos que el presente es imperfecto, pero es un estadio intermedio del cambio que se viene, gradualmente, según el gobierno. Transicionemos.
Escepticismo macroeconómico
Pero labrar un diagnóstico sagaz de la situación actual y mostrar ideas y medidas para apuntalarlas no son suficientes para alcanzar un orden sostenible en el tiempo. Basta con indagar sobre la consistencia y coherencia de los planes que esboza el Gobierno Nacional para probar el punto. Tómese la meta de inflación para este año. Luce difícil que el incremento del nivel general de precios de la economía en 2017 se encuadre dentro del rango objetivo del BCRA (12-17%). Cuando, en esquemas de metas de inflación, la autoridad monetaria no cumple con el objetivo trazado, su credibilidad puede lesionarse sensiblemente. La reputación del Banco Central es un activo útil a la hora de que los actores económicos confíen en las metas y en los planes gubernamentales, y así se puedan alinear expectativas para desacelerar los precios. Si los estos aumentan un 25% en el país en 2017, ¿qué tasa de inflación se considerará en 2018 para proyectar la rentabilidad de las inversiones, para la discusión paritaria o para tomar otras decisiones económicas?
El enigma también sobrevuela la relación entre la arena política, el desembolso de inversiones extranjeras y los desfases fiscales. Hacienda deja ver una estrategia para atacar el déficit de las arcas públicas: congelar el gasto en términos reales y lograr que el PBI crezca todos los años durante un lustro, al menos. De esa manera, el déficit como proporción del tamaño de la economía se irá licuando. Eso exige, por un lado, una tasa de aumento del PBI del orden de un 3% anual, sostenida. Por el otro, al no comprometerse a recortar el gasto público nominal, se encorseta el potencial de una reforma tributaria, tanto en cuanto a la magnitud de su impacto como en la velocidad de las modificaciones. Argentina, para crecer sostenidamente, precisa un ciclo de inversiones productivas que, entre otras cosas, le permita rejuvenecer y modernizar su infraestructura. Pero si la reforma tributaria resultara más o menos tímida y gradualista ya que no se puede resignar demasiada recaudación en aras de financiar el gasto público, ¿concurrirá velozmente el capital productivo para grandes proyectos que Argentina requiere?
La decisión de MSCI de mantener al país en la categoría de fronterizo es sintomática. Florece un argumento cortoplacista: es menester esperar el resultado de las elecciones de mediano plazo para evaluar la viabilidad de este ciclo político. Hay dos problemas con eso. Esta elección no será tan reveladora de las opciones de la ex presidenta de volver a la Casa Rosada en 2019, salvo que sufra una derrota humillante, algo que, hoy por hoy, se antoja improbable. Pero, más fundamentalmente, desde la mirada de las inversiones, el ciclo político es relevante en función de las reformas de fondo que traigan aparejadas. En última instancia, los determinantes que pesan sobre las grandes decisiones de inversión son la rentabilidad esperada de los proyectos, la inflación doméstica, los impuestos, el andamiaje institucional del país y las facilidades para materializar las utilidades. Conclusión: por más que Cambiemos haga una buena elección, se organicen foros para inversores y se maximicen los esfuerzos de Cancillería por emprolijar la imagen del país en el globo, la carencia o lentitud de las mejoras de los factores mencionados ralentizará el flujo de grandes inversiones productivas.
Optimismo financiero
Sin embargo, no hay motivos para trasladar el escepticismo macroeconómico a las decisiones de inversión financiera, no al menos en el corto o mediano término. La relación entre la macro y las finanzas argentinas es relativamente divergente. Argentina, desde 2011, está estancada en términos de generación de riqueza: el PBI per cápita es aproximadamente el mismo que por aquel entonces. De la bolsa local, en cambio, no se puede decir lo mismo. Por otra parte, el contexto macroeconómico actual siembra oportunidades de inversión. Un plan de desinflación gradual con reajuste de tarifas públicas desemboca en apreciación cambiaria y tasas reales en pesos positivas o, lo que es lo mismo, rentabilidad en dólares más que atractiva, sea vía carry trade, con bonos o vía trading de acciones. Por poner un ejemplo: el índice Merval creció casi 47% de punta a punta el año pasado; la inflación en C.A.B.A. rondó el 38%; la variación del tipo de cambio de referencia del BCRA entre el 29/12/2016 y el 04/01/2016 fue de un 22%. En este contexto, condensar una visión negativa sobre el panorama económico en una tesitura conservadora a la hora de pensar en la bolsa conduciría a tasas de rentabilidad bien menores a las posibles.
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Grafico que conjuga la devaluación mensual promedio, la variación mensual promedio del índice Merval, la tasa de las Lebac más cortas y la inflación por mes de C.A.B.A. para 2016. Incluso arbitrando entre acciones y Lebac, hubo oportunidad de granjear grandes retornos en dólares. Fuente: elaboración propia en base al BCRA.
Los actores del mercado de acciones descuentan y saben que Argentina tiene un potencial económico no realizado aún. Eso es cierto. Lo que no es seguro es que vaya a  realizarse, aunque estas son consideraciones de más largo plazo. En este punto, vale el inverso de lo antedicho: tampoco es apropiado proyectar sin reservas el optimismo financiero detraído de mejores condiciones y oportunidades de inversión a la generalidad del país. Ello lleva a subestimar la delicadeza de la situación actual y la complejidad de los problemas a resolver. La relación entre la macro y la city porteña es bífida pero parte de un único todo. Comprenderla cabalmente es otra de los ítems de la lista de desafíos argentinos.