Por
Jorge R. Enríquez
Durante
el mes de marzo, asistimos a todo tipo de manifestaciones de esa
Argentina vieja. Las calles, sobre todo las de la Ciudad de Buenos
Aires, fueron el escenario de incesantes caravanas del pasado, que
alcanzaron el 24 su clímax en los actos que, invocando la memoria,
revindicaban en forma abierta la violencia terrorista de los años
sesenta y setenta. Son sectores minoritarios, pero muy ruidosos.
Quienes hacen de los piquetes y las marchas un modus vivendi
desplazan en los medios de comunicación y, por ende, en la agenda
pública, a aquellos otros, muy superiores en número, que no son
vocingleros, que trabajan, que pagan impuestos, que acatan las leyes
y que no tienen la obsesión de complicarles la vida a sus
compatriotas
Pero
la mayoría silenciosa a veces se cansa y deja el silencio. Es lo que
sucedió el sábado pasado en las calles y en las plazas de las
principales ciudades de la Argentina. Fue una iniciativa de diversas
personas en las redes sociales. El éxito de la convocatoria indica
que supo tocar una fibra sensible de cientos de miles de argentinos.
La magnitud de las manifestaciones sorprendió a todos. El mensaje
fue claro: seguimos apostando al cambio; continúen por ese camino de
realizaciones.
La
marcha fue extraordinaria. No tuvo dueños. No hubo consignas
partidarias. No se llevó a la gente en micros. No hubo palos ni
caras cubiertas Se realizó un sábado a la tarde, para no molestar a
nadie. Se hizo con respeto, sin agresiones. La gente fue por su
voluntad, con su familia.
Claro
que en una democracia madura no es la calle el ámbito en el que se
dirime la competencia política. Para eso están las urnas. Sin
embargo, cuando de manera tan intensa se pretende sortear los
mecanismos institucionales con apelaciones a un "pueblo"
que no es la mayoría expresada por los votos sino una entelequia de
la que se dicen representantes los que solo obtienen porcentajes
marginales de sufragios, es necesario en ciertas oportunidades
ratificar el mensaje electoral con la presencia activa de los
ciudadanos.
En
ese sentido, si bien no hubo discursos ni proclamas, el espíritu del
1º de abril fue diametralmente opuesto al del 24 de marzo.
Democracia, república, paz, libertad, futuro, Constitución son
algunos de los valores que unieron a tantos argentinos de diferentes
orígenes geográficos e ideológicos. Fue un enérgico rechazo a un
pasado violento y autoritario, y la renovación del compromiso de
construir una Argentina con oportunidades para todos, sin grietas
artificiales, fundada en la ley, no en el capricho de gobernantes
mesiánicos.
Los
argentinos que salieron a las calles no se hallaban distraídos
mientras otros gritaban. Simplemente, estaban trabajando. Ahora queda
claro que están ahí, para cuando se los necesite. Que son pacíficos
y cordiales, pero también muy firmes a la hora de defender sus
convicciones. Alguien la llamó la Marcha de la Esperanza. Es un buen
nombre, porque remite al mañana, no al ayer; a nuestros hijos y
nietos, que ansían vivir en un país mejor, librado de las ominosas
sombras del pasado.