Por Jorge R.
Enríquez
El
viernes y sábado pasados el kirchnerismo residual organizó la
llamada "Marcha de la Resistencia" contra el gobierno de
Mauricio Macri. A juzgar por las pocas personas que se reunieron en
la Plaza de Mayo junto a Hebe de Bonafini, Luis D´Elía y otros
pensadores de esa envergadura, o la "Resistencia" tiene
escaso poder de convocatoria o la lluvia opera sobre los resistentes
como la kriptonita sobre Superman.
Ese efecto no lo
provoca el agua en quienes verdaderamente han luchado por la verdad,
la justicia y la República. Aquella gloriosa jornada de la Marcha
del 18 F, a raíz del asesinato del fiscal Nisman, fue multitudinaria
y caía una lluvia torrencial.
Ya la palabra empleada
expresa bien la posición de estos conjurados. En las democracias,
hay oficialismo y oposición. La resistencia solo puede existir con
relación a una dictadura o a un país invasor. Así, hablamos, por
ejemplo, de la Resistencia francesa durante la ocupación nazi.
En nuestro país, el peronismo ha usado ese término para denotar sus
acciones de protesta durante la larga proscripción de ese partido.
No hay la menor
vinculación entre tales episodios históricos y la crítica que
legítimamente cualquier persona puede realizar acerca de las
políticas de Cambiemos. Hablar de resistencia en la Argentina actual
es pretender que se perciba al gobierno “resistido” como una
dictadura. Se trata, a todas luces de un disparate. Pero es esa,
precisamente, la caracterización que el kirchnerismo duro -cada vez
más reducido a una secta- intenta ofrecer respecto del gobierno de
Mauricio Macri. Ni hace falta argumentar que es una falacia
monumental, porque se trata de un gobierno no solo surgido de la
voluntad popular, sino sumamente respetuoso de la división de
poderes y otros valores fundamentales de la República, como la
libertad de expresión.
El fracaso de esa
mascarada no hace más que poner en evidencia la soledad de quienes
se empeñan en torcer el rumbo elegido por el pueblo argentino. Ese
rumbo es el de la paz en el marco de la Constitución y la ley. Por
eso, ni siquiera el peronismo respaldó esa absurda marcha, que no
hizo otra cosa que mostrar, por si alguna duda cabía, que los
violentos y sectarios son grupos minoritarios en la Argentina
actual.
Sin dudas, la
repercusión mediática de esa kermesse en la Plaza de Mayo fue mucho
más grande que lo que verdaderamente merecía, acaso como si hubiera
una inercia luego de doce años y algunos medios de comunicación no
terminaran de adaptarse al nuevo escenario. Pero esa exhibición es
también un recordatorio de lo que vivimos hace muy poco y del abismo
al que habríamos caído si hubiesen continuado las mismas
prácticas.
Resistencia
es, además, una expresión conservadora, puramente defensiva.
Después de tantos años de decadencia, los argentinos no queremos
resistir, como esos equipos mezquinos que se conforman con proteger
su arco, sino crear, innovar, multiplicar las riquezas y las
oportunidades. Resistir es aferrarse al pasado. Es tiempo ya de
avanzar con convicción hacia el futuro, como lo hicieron los hombres
de la Organización Nacional.