El
artículo 101 de la Constitución Nacional, incorporado en la reforma
de 1994, impone al Jefe de Gabinete de Ministros la obligación de
“concurrir al Congreso al menos una vez por mes, alternativamente a
cada una de sus Cámaras, para informar de la marcha del gobierno”.
Ese
deber es consistente con una de las funciones que motivaron la
creación de la Jefatura de Gabinete como una de las diversas
herramientas que la reforma introdujo con el objeto de atenuar el
presidencialismo. El Jefe de Gabinete fue concebido como un nexo
entre el Poder Ejecutivo y el Congreso. Inclusive, se estableció
que, si bien sería designado por el presidente y removido por este,
también el Poder Legislativo podía removerlo mediante una moción
de censura. Un cuño del parlamentarismo en un sistema que sigue
siendo presidencialista.
Por
eso, es importante que la concurrencia del Jefe de Gabinete al
Congreso se cumpla efectivamente. No es lo que ha sucedido
habitualmente desde 1994. Las visitas han sido esporádicas, como si
estuviera en el marco de atribuciones de ese funcionario decidir con
qué frecuencia habrá de sujetarse a la Constitución. De ahí la
grata impresión que causó el Licenciado Marcos Peña cuando se
presentó ante la Cámara de Diputados y contestó todas las
preguntas que se le formularon.
Peña
respondió exhaustivamente el extenso cuestionario, que incluyó el
tema del proyecto de doble indemnización para los despidos, sobre el
cual explicó claramente que conspira contra los nobles propósitos
que pueden inspirarlo, ya que generará estímulos negativos para la
creación de empleo. También anticipó que en los próximos días el
Poder Ejecutivo presentará un proyecto de ley para modificar las
escalas del impuesto a las ganancias y dar lugar a un sistema más
justo.
Pero
el Jefe de Gabinete no rehuyó el debate político más intenso y no
vaciló en responder a las chicanas que surgían del Frente para la
Victoria, que meneaba los “Panamá Papers” como si la mención de
Mauricio Macri como director de alguna sociedad off shore constituida
por su padre tuviera algún margen de reproche legal o ético. Marcos
Peña ratificó que no lo hay, que esas sociedades no tenían
actividad y que, por lo tanto, en nada involucraban al presidente de
la Nación. No obstante, no se quedó ahí. Respondió a
las chicanas con un mero dato de la realidad. Dijo que imaginaba los
duros momentos que estarían viviendo los miembros de ese bloque
cuando veían por televisión las escenas de las estancias,
automóviles y demás muestras de lujo extravagante de Lázaro Báez.
En
definitiva, Marcos Peña ejerció su función con corrección técnica
pero también con eficacia política. Lejos de amilanarse por los
ataques del kirchnerismo, le pidió a esta fuerza política que se
haga cargo alguna vez del desastre que dejó. El Jefe de Gabinete es,
por lo general, un dirigente y funcionario de estilo cordial y
moderado, que no incurre en ataques personales ni en
descalificaciones fáciles. No dejó de serlo en esta oportunidad,
pero le sumó a su intervención una densidad política muy necesaria
en virtud del rol que ejerce y, en especial, del ámbito en el que se
hallaba. También en ese aspecto hemos cambiado para bien. El
Congreso vuelve a ser la caja de resonancia política, condición
que, paradójicamente, quienes decían que habían reinstalado la
política le negaban.