LA
ESMA, ¿PROPIEDAD DE LA SEÑORA DE
CARLOTTO?
El lunes 15 de
febrero el presidente Mauricio Macri, sin previo aviso, recorrió por
la mañana, junto al Jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez
Larreta, y el Ministro de Justicia de la Nación, Germán Garavano,
las instalaciones del Espacio para la Memoria y los Derechos Humanos,
en el predio que ocupara la ESMA. En ese lugar participó, además,
de la reunión de gabinete del Ministerio de Justicia.
Increíblemente, esa visita fue duramente reprochada por dirigentes
kirchneristas y de izquierda.
Así, entre
otros, Gabriela Cerruti habló de "marketing" y sostuvo que
no podría estar allí Macri por sus vinculaciones con la dictadura.
Myriam Bregman, del Frente de Izquierda de los Trabajadores, dio que
Macri quiere convertir a la ESMA en un monumento a la reconciliación
y "volver a imponer la nefasta teoría de los dos demonios".
Cynthia García,
la desopilante panelista de 678, lo acusó de haber ido y no pedir
perdón ni generar un hecho político. Estela de Carlotto, por su
parte, dijo que la visita hirió su sensibilidad, como si ella fuera
la dueña del predio donde funcionaba la ESMA.
Todo se entronca
en una premisa que ya hemos comentado y sobre la que será necesario
volver muchas veces: que el gobierno de Macri es ilegítimo, pese a
haber sido elegido limpiamente por la mayoría de los argentinos.
Esa supuesta
ilegitimidad se funda en varias falacias que se machacan
incansablemente. Una de ellas es que Macri fue parte de la última
dictadura militar. Que esa afirmación sea tan ridícula como que
ignora la edad de Macri, que en 1976 era un adolescente, no parece
detener a los calumniadores.
Macri no integró
el denominado Proceso de Reorganización Nacional. Tampoco lo apoyó
ni habló después bien de él, como sí lo hizo el candidato
presidencial del Frente para la Victoria. No solo eso: jamás en
su actuación pública hizo nada en contra de los derechos humanos, y
sí propició como Jefe de Gobierno porteño muchas acciones en favor
de esa causa, que no está escriturada por nadie, sino que
corresponde a todos los argentinos.
En todo caso, es
curioso que algunos den lecciones de derechos humanos y pretendan
determinar quiénes pueden hablar y quiénes no de esa cuestión
cuando sus orígenes políticos se dieron en agrupaciones
totalitarias o subversivas que tomaban a los derechos humanos como un
pasatiempo burgués y que exaltaban regímenes que torturaban y
mataban adversarios políticos sin los menores escrúpulos por el
debido proceso y otros principios constitucionales.
La enorme
mayoría de los argentinos lo sabe, pero conviene no dejar pasar
estas mentiras porque, como lo sabía el siniestro Goebbels, de tanto
repetirse una mentira algo queda.
JUGANDO
AL ESCRACHE
Desprovistos de
cargos, de funciones y de ocupaciones útiles en que entretener sus
ocios, muchos dirigentes kirchneristas organizan los fines de semana
actos en diferentes plazas. Allí, matizados por algún grupo musical
o cantante que recibió durante años jugosas prebendas del Estado,
se imaginan bajando de la Sierra Maestra, como Fidel Castro en 1959.
Es su revolución simbólica.
En medio de
cantos, claman por trabajo, alegría y libertad contra la "dictadura"
de Macri. Son incapaces de indicar un solo elemento que permita
asimilar al actual gobierno nacional, plenamente democrático y
pluralista, como una dictadura, pero ellos repiten igual la consigna,
con total indiferencia por su correspondencia con la verdad. Son, en
eso, kirchneristas ortodoxos.
También
organizan juegos para los niños. Por ejemplo, los incitan a escupir
o tirar objetos contra imágenes de políticos o periodistas a los
que consideran enemigos de la patria. Como antes jugábamos a la
escondida, a la pelota o la mancha, los niños kirchneristas juegan
ahora al escrache.
El espectáculo
es tan grotesco que no merecería mayores comentarios, pero no puede
subestimarse la capacidad de daño en los niños y en la sociedad
toda de estas manifestaciones fascistas, que causarían estupor en
cualquier democracia madura. No está de más recordar que los
escraches fueron utilizados por el régimen nazi para identificar
judíos y someterlos al escarnio público, como antesala de su
exterminio. Es un recurso violento aun cuando no vaya acompañado por
la violencia física. Jamás imaginamos en 1983, cuando Raúl
Alfonsín inauguró la naciente democracia, que el retroceso en
nuestra cultura cívica habría de ser alguna vez tan profundo.
¿Qué hacer?
Señalar estos extravíos, no consentirlos con nuestro silencio,
educar sobre todo con el ejemplo en las virtudes republicanas, en la
tolerancia, en el respeto de la ley. Y evitar por todos los medios
caer en la tentación -tan humana, pero nefasta- de combatirlos en su
mismo terreno.
Dr.
Jorge R. Enríquez