La
Argentina vive horas dramáticas. No se lo podrían imaginar quienes
leyeran los tuits que la presidente de la Nación escribe en China,
haciendo bromas con la forma de hablar en castellano de los chinos
con las que nos divertíamos en tercer grado.
Pero no es
festivo el clima que se vive en nuestro país.
El caso
Nisman ha desnudado un esquema de poder completamente agotado, que se
valió de los servicios de inteligencia para el espionaje interno y
no para las cuestiones sensibles relativas a la seguridad nacional
que son las únicas que justifican la existencia de tales servicios.
En ese
marco, las manipulaciones y las presiones a la justicia ya son
desembozadas. El patético comunicado de la Procuración General
sobre la no existencia del borrador de denuncia con pedido de
detención de Cristina Kirchner que el diario Clarín había
informado tuvo que ser desmentido por la fiscal Fein, asumiendo ella
misma un error que todos sabemos que no ocurrió.
Los jueces
y fiscales de bien solo quieren que los dejen trabajar tranquilos.
Por eso,
en un hecho inédito, varios de ellos han convocado a una marcha, “La
marcha del silencio”, para el 18 de febrero. No hay que entenderla
como una acción política, en el sentido partidario del término,
aunque la defensa de los principios fundamentales de la Constitución
Nacional es política, en la acepción más elevada del concepto.
También
es inédito el documento elaborado por la Asociación de Magistrados
y Funcionarios de la Justicia Nacional que convoca a la defensa de la
independencia judicial, y que han firmado muchos políticos y
dirigentes.
Podría
creerse que es sobreabundante, pero en la Argentina actual es
imprescindible recordar a cada momento ese pilar de nuestro
ordenamiento básico como sociedad.
Son
también motivo de preocupación pública las amenazas que han
recibido algunos magistrados, como el juez Claudio Bonadío. A más
de treinta años de la recuperación de la democracia, parece mentira
que debamos vivir en medio de estas zozobras.
Recordemos
siempre que sin jueces independientes, rodeados de todas las
garantías constitucionales, no hay república; y sin república,
no hay libertad.