El
año que termina comenzó con una mini crisis económica en enero.
“Mini”, si la comparamos con algunos de los estallidos que hemos
tenido a lo largo de las últimas décadas. Pero no era desdeñable.
La fuga de divisas se profundizaba, el dólar paralelo se
incrementaba abruptamente, caían a pico las reservas del Banco
Central. Frente a esa situación, el presidente de dicha institución,
Juan Carlos Fábrega, un hombre sin formación académica pero con
mucha experiencia en materia bancaria, aplicó un remedio ortodoxo:
entre otras cosas, subió las tasas de interés de un modo abrupto y
realizó una devaluación drástica.
El
torniquete funcionó. Como funcionan los torniquetes: frenando la
sangría, pero sin proveer una solución de fondo. Si la enfermedad
no se ataca, los síntomas tarde o temprano regresan. La terapia
consiste en corregir los graves desequilibrios macroeconómicos y
crear un clima de confianza y seguridad jurídica.
Pero
nada de eso se hizo. Por el contrario, luego de algunos amagues que
parecían –o fueron interpretados por los siempre esperanzados
actores económicos- dirigirse hacia el rumbo correcto, la presidente
eligió aferrarse al relato. Así, inició una infantil campaña
contra los “buitres”, en lugar de ponerse a negociar seriamente
con los acreedores que contaban no solo con la promesa de pago del
Estado argentino en función de la cual adquirieron bonos soberanos,
sino con una sentencia firme en su favor dictada por un juez
competente. Nadie pretendía que la Argentina pagara el total de su
deuda inmediatamente y en efectivo, pero sí que encarara
conversaciones serias, de las que se desprendiera lo que los abogados
denominamos “animus solvendi”, es decir, voluntad de pago.
La
actitud hacia los holdouts nos sumerge otra vez en el default y en el
aislamiento internacional. Esas cocardas, que el populismo luce con
orgullo, no son gratis. Le cuestan al país muy caras, en términos
de falta de inversiones y de créditos, que se traducen en menos
actividad y empleo.
El
gobierno que declama no ajustar nunca, ajusta todos los días. Su
política para evitar un colapso financiero y cambiario antes de
fines de 2015 consiste en empujar a la Argentina a una severa
recesión. Sin divisas para importar insumos y sin alicientes para
exportar (el dólar oficial barato es usado como único instrumento
antiinflacionario), en el marco de constantes agresiones a la
seguridad jurídica, solo nos espera mantener la caída de la
actividad. El ministro de Economía (al que la presidente llama
“Chiquito”), que ha fallado en todo, será probablemente un
exitoso propulsor de la recesión.
En
ese contexto de inevitable declive, se han intensificado las
investigaciones judiciales sobre los oscuros negocios de la familia
presidencial y sus socios, lo que a su turno suscitó nuevos ataques
del oficialismo contra la independencia del Poder Judicial, que no
hacen más que confirmar las vehementes sospechas sobre aquellas
irregularidades.
Se
ha acentuado, asimismo, la presión sobre los medios independientes,
como el Grupo Clarín. Quienes venían a asegurar la “pluralidad de
voces” acaban de comprar, a través de sociedades afines, dos de
las pocas radios no oficialistas que quedaban, Radio El Mundo y FM
Identidad. Radio Mitre permanece como una isla dentro de un mar
radiofónico kirchnerista. El panorama es similar en materia
televisiva.
El
cerco sobre los restos de una sociedad abierta se cierra con las
desembozadas maniobras para incrementar la ilegal inteligencia
interna sobre adversarios políticos, jueces, fiscales y medios de
prensa.
Esta
es la Argentina que concluye 2014. Comprender la verdadera naturaleza
de la situación que vivimos –signada por un populismo autoritario
que pretende eternizarse- es clave para que en 2015 no asistamos a
una nueva frustración histórica. Si los sectores democráticos
y republicanos no se unen y dejan de lado provisoriamente aspectos
que serían importantes en condiciones normales, pero que hoy son
accesorios, la fragmentación puede desembocar en una salida
continuista, de funestas consecuencias para nuestro futuro. Ojalá
que la dirigencia política opositora advierta la gran
responsabilidad que le cabe y sepa estar a la altura de ese desafío.