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El negocio más rentable del mundo

A los emprendedores seriales, nos resulta difícil enumerar nuestros proyectos. Mi caso: venta de buzos para egresados en la secundaria, de artículos para oficina, consultoría en management, desarrollos tecnológicos, desarrollos inmobiliarios, company builders.... Como en todo, muchas veces, me fue mal. Otras, bien. En la mayoría, traté de preocuparme por entender y aprender cómo funcionaban, para ver si podía llevarlos adelante de una forma razonable. Siempre, respeté tres criterios. Una dedicación del 100 por ciento del tiempo, un análisis extremadamente analítico entre la relación esfuerzo invertido-rentabilidad obtenida y una valorización de las ideas sobrias y seguras, con márgenes lógicos, por sobre las extravagantes y riesgosas con márgenes extraordinarios. Preferí moverme con aplomo, controlando la mayor cantidad de variables posibles. Nada de utopías inmensurables.  Sin embargo, hace ya unos años, esta visión, casi dogmática, se derrumbó. Y lo hizo cuando un amigo me hizo ver que el negocio más seguro, eficiente y rentable del planeta era, a la vez, el más extravagante, utópico y al que, además, no había que dedicarle mucho tiempo: cambiar el mundo. Él era emprendedor social e hizo que me acercara, de a poco, a ese universo. Para mi sorpresa, ninguna otra actividad que haya realizado me resultó tan rentable, en términos de lo ganado en relación a lo invertido. Intenté aprender y entender esa experiencia. Tiempo después, publiqué un libro con Julián Weich sobre emprendedurismo social. El título, “El 5%”, hizo referencia a la maravillosa enseñanza de aquel amigo: sólo un porcentaje de tiempo reducido es el que se requiere invertir para tener éxito en la empresa de modificar la realidad.  La pregunta fue: “¿Qué es el 5% en la vida de una persona?”. Una hora y 12 minutos por día. Un día por mes. Casi dos semanas por año... Luego: “¿Qué se puede hacer por otro con este tiempo?”. Sacamos la calculadora y comenzamos: si el 5 por ciento de las personas del mundo por arriba de la línea de la pobreza –o sea, 300 millones de personas–, cediera el 5 por ciento de su tiempo, en un año, tendríamos 131.000 millones de horas disponibles para ser aplicadas en proyectos solidarios. Si la mitad de esas horas se utilizaran para trabajar y el resto, para buscar el financiamiento que permita obtener los materiales, se podrían construir suficientes casas y solucionar el problema habitacional de los, aproximadamente, 100 millones de personas en situación de calle que hay en el mundo. Utópico. Pero, fácticamente, los números cierran. Con muy poco, se puede cambiar mucho.  ¿Y en términos de rentabilidad? Mejor aún. Está científicamente comprobado que ayudar a otro es una de las maneras más eficientes y seguras para ser feliz. En Vancouver, Canadá, se llevó a cabo el siguiente test: se le dio a una mitad de los participantes US$ 50 para gastar en sí mismos y a la otra mitad, US$ 50 para invertirlos en alguien más. El primer grupo no dio pruebas de haber cambiado su nivel de felicidad. El segundo, sí. Se repitió en Uganda, con 10.000 Uganda shillings (unos US$ 4). El resultado fue el mismo. En 2006, Jorge Moll, del Instituto Nacional de Investigación de la Salud, demostró que el mero pensamiento de ayudar a terceros genera en el cerebro un placer similar al que se experimenta cuando se piensa en comer o en tener sexo. Larry Scherwitz, de la Universidad de California, reunió las suficientes pruebas para afirmar que el solo acto de pensar en dar genera un efecto fisiológico que disminuye el estrés y genera un efecto positivo en la salud cardíaca. En 2007, la psicóloga de la Universidad de Michigan, Stephanie Brown, realizó trabajos con 423 matrimonios ancianos. Aquellos que dedicaron una porción relevante de su tiempo a ayudar a terceros aumentaron para sí mismos –y en más del doble– sus probabilidades de seguir vivos en un plazo futuro de cinco años. Si bien hay gente que dedica toda su vida y energía a emprendimientos sociales, no todos tenemos esa capacidad. Pero sí, el potencial –y, por qué no, la responsabilidad– de ayudar a los que la tienen. De aportar un 5 por ciento de nuestro tiempo. Es cierto, sólo con nuestro porcentaje no alcanzará para cambiar el mundo. Pero, seguramente sí, para cambiar el de alguien más. No existe, ni existirá, negocio más rentable. 


Por Andy Freire