Con la irrupción de la terapia online, las prácticas de los profesionales de la salud mental se encuentran frente a un nuevo paradigma. Especialistas del Hospital de Clínicas de la UBA hablan sobre qué es lo conveniente y más adecuado para cada paciente y qué nuevos desafíos introduce en la profesión esta herramienta.
“Desde el punto de vista de quien formula la consulta, el paciente, la diferencia entre la terapia presencial y la virtual no suele ser tan marcada. La pantalla "virtualiza" la presencia del terapeuta, y muchos pacientes no reflexionan profundamente sobre las diferencias entre ambas modalidades. No obstante, para el terapeuta, las diferencias son sustanciales” sostiene el Dr. Juan Ingelmo, jefe Interino del Departamento de Salud Mental del Hospital de Clínicas de la UBA.
Uno de los aspectos que no pueden dejarse de lado según el Dr. Ingelmo es la pérdida de la observación completa del cuerpo del paciente en la terapia virtual. “En una consulta presencial, el especialista tiene la posibilidad de observar detalles sutiles del movimiento corporal del paciente, que pueden ser cruciales para un diagnóstico preciso. Por ejemplo, un ligero temblor fino en las manos, que puede indicar problemas como la acatisia (un síntoma de ansiedad o un efecto adverso de ciertos fármacos), es algo que difícilmente se puede detectar a través de una pantalla”, explica.
Además, la terapia virtual presenta una necesidad mayor de carga cognitiva tanto para el terapeuta como para el paciente. “El hecho de que la imagen de uno mismo aparezca en pantalla añade un elemento de distracción, aunque no se quiera prestarle atención conscientemente”, señala Ingelmo. También menciona el ligero “delay” en las videollamadas, que aunque imperceptible en muchos casos, puede afectar la fluidez de la comunicación. A más estímulos, se requiere más concentración y capacidad de atención.
Pese al alcance que esta herramienta brinda a pacientes y terapeutas, Ingelmo sostiene que la consulta virtual debe ser utilizada sólo cuando la presencialidad no es posible, o para un circunstancia especial donde uno debe hacer un seguimiento cuando el paciente está lejos, pero siempre que haya tenido la oportunidad de evaluar al paciente presencialmente y sepa que esta es la mejor opción. Entre las cosas que se pierden en la virtualidad, está la posibilidad de hacer un exámen físico. “Los psiquiatras debemos realizar muchas veces maniobras para un exámen neurológico de los pacientes, lo que nos permite hacer diagnóstico diferencial en las que estas maniobras son necesarias, y obviamente no se pueden realizar virtualmente” advierte el especialista.
A pesar de estos desafíos, la terapia virtual ofrece un importante beneficio: la accesibilidad. Para personas que enfrentan dificultades para asistir a una consulta presencial, ya sea por razones geográficas o de movilidad, la terapia virtual es una alternativa invaluable. Sin embargo, Ingelmo subraya la importancia de un consenso clínico sobre cuándo es viable y cuándo no. “Sugiero que al menos las primeras consultas sean siempre de forma presencial, para poder establecer un encuadre adecuado y valorar las condiciones de riesgo que pueden surgir durante la terapia”, agrega.
El especialista sostiene que aún nos encontramos en una etapa precoz del desarrollo de la video consulta como parte de la terapia. “Hay tiempos de evolución que requerimos para dominar una actividad, más con las tecnologías que avanzan a una velocidad exponencialmente mayor que nuestra capacidad de comprenderlas en muchos casos” remarca Ingelmo.
Dentro de esos estadios tempranos de la utilización de la tecnología, el profesional pregunta sobre cuál es el nivel de privacidad y comodidad con el que el paciente podrá encarar la terapia por fuera del consultorio, a través de la videollamada, ya que en la terapia convencional, el psicólogo/psiquiatra es quien delimita el entorno de la sesión, mientras que en una terapia virtual, el paciente elige el espacio.
Respecto a situaciones que presenten riesgo para el bienestar o la vida del paciente Ingelmo sostiene que “existen condiciones dependientes del trastorno mental, que son de un riesgo tal, en las que no sería recomendable la aplicación de esta herramienta. Por ejemplo, el caso de un paciente psicótico con alucinaciones mandatorias y riesgo suicida establecería una condición en la cual el seguimiento virtual sería inconveniente. ¿Cuál es su posibilidad de abordaje? Uno no sabe la capacidad que tiene el paciente para procesar cierta información y cómo abordarla desde una pantalla”. remarca Ingelmo.
“Hay que entender que la popularización de la opción virtual devino de una situación excepcional (ASPO en contexto de pandemia COVID-19). No fue por haber demostrado, que como herramienta era igual o mejor que la entrevista individual presencial. Una vez que la situación excepcional termina, las herramientas que se aplicaron en ese contexto deben ser revisadas, y eventualmente aplicadas en nuevos contextos” remarca el profesional.
Finalmente, el Dr. Ingelmo reflexiona sobre el impacto de la tecnología en la salud mental, no solo como una herramienta terapéutica, sino también como un factor que puede desencadenar problemas, como la ansiedad generada por las redes sociales o el aumento del juego online. “Antes tenías que ir a un casino, quedarte un tiempo, implicaba una actividad que ahora está reemplazada desde tu teléfono. Vos podés estar haciendo cualquier cosa y estar apostando. Por eso es importante destacar que la tecnología es una herramienta; su valor depende de cómo se utilice y en manos de quién esté”, concluye.