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A río revuelto, ganancia de Milei

 Si Gerardo Morales y Horacio Rodríguez Larreta hubiesen urdido un plan -válido en términos teóricos aunque contraproducente en términos electorales- para que escalase la tensión entre los dos principales contendientes en la interna de Juntos por el Cambio, ciertamente no habrían podido ponerlo en marcha en mejor momento que este. El timing ha sido perfecto y el motivo de la disputa ha resultado de peso, en atención al hecho de que cuanto se debate no es un detalle insignificante o una cuestión menor.

Sin ánimo de alentar teorías conspiracionistas ni de ver fantasmas tras la operación desenvuelta por el gobernador de Jujuy y el jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, hay algo que debe darse por verdadero: meter a Schiaretti en la disputa, que de puertas para adentro de la más robusta fuerza opositora tiene a dos contendientes harto conocidos, no fue un capricho aislado o una jugada que el líder radical haya obrado sin antes consultarla con el Lord Mayor de la capital federal. Que tal movida fue materia de análisis entre Morales y Rodríguez Larreta, al menos, no hay duda. Que también tuvieron intervención Carrió y Pichetto, es cosa que no corresponde asegurar pero parece muy probable. 

No está penado que esos referentes de Juntos por el Cambio, convencidos de la necesidad de ampliar la coalición -o como quiera llamársele- den un paso en pos del peronismo mediterráneo. ¿Qué tiene de malo? Nada impide que en un espacio tan amplio -que se ha abierto en reiteradas oportunidades para que quepan tantas y tantas personas venidas de otras geografías ideológicas- ahora se quiera acomodar a Juan Schiaretti, a José Luis Espert, a Margarita Stolbizer y hasta el socialismo santafesino. Lo que mete ruido es la fecha elegida a los efectos de solicitar el ingreso del mandatario cordobés. Con las dificultades que debieron sobrellevar en esa provincia para decidir los candidatos a gobernador y a intendente, suscitar semejante controversia con anterioridad a las PASO da que pensar.

Acá no hay lugar para las casualidades. El avance se hizo a propósito en esta fecha y no puede haber tenido otro motivo que no fuese el de acelerar el nivel de antagonismo de la interna partidaria. Larreta está convencido de cuánto le conviene poner de manifiesto que, junto a su postura, hayan cerrado filas la Coalición Cívica, buena parte de la UCR y el peronismo republicano. Lo que parece escapársele a los impulsores de la mencionada estrategia es la repercusión que tendrá en la ciudadanía, harta de las peleas de egos y del internismo desfogado de la clase política argentina.

En más de una oportunidad hemos hecho referencia al carácter variopinto del espacio Juntos por el Cambio. Los partidos que lo integran decidieron, originalmente, aunar criterios para darle pelea al kirchnerismo. Latía en todos ellos la inquietud de que, si no lograban unirse, no habría posibilidad ninguna de desalojar al populismo criollo de la Casa Rosada. Y tuvieron razón. Sólo que en su afán de sumar voluntades no fueron capaces de evitar -porque era imposible hacerlo- las notables diferencias que existían entre los socios. Con el tiempo, el fenómeno no hizo más que incrementarse, al extremo de que hoy las pujas de campanario en las que están metidos Rodríguez Larreta y Bullrich son la punta de un iceberg mucho más grande, lleno de contrastes y diferencias marcadas ¿Qué podrían tener en común Ricardo López Murphy y Martín Lousteau, Carolina Losada y Margarita Stolbizer, Miguel Ángel Pichetto y Elisa Carrió, Alfredo Cornejo y Gerardo Morales, Mauricio Macri y Ángel Rozas, Joaquín de la Torre y Facundo Manes? En algunos casos, pocas cosas los acercan, más allá de su común tirria respecto del kirchnerismo. Y en otros, nada; literalmente.

¿Valia la pena generar una reyerta de esta envergadura con el propósito de sumar a un político al cual se le ha pasado el cuarto de hora, que en las encuestas tiene una intención de votos insignificante, y que ya no maneja al justicialismo de la Docta como en los tiempos en que se repartieron, sin obstáculos a la vista, la gobernación con José Manuel de la Sota? Da toda la impresión de que los fogoneadores de la idea han hecho las veces de aprendices de brujo, despertando fuerzas ocultas que no saben cómo dominar. De más está decir que Javier Milei mira los desaguisados de Juntos por el Cambio y se frota las manos. Las torpezas sin límites de los cambiemitas juegan a su favor.

La sangre, de todas maneras, no llegará al río. Los halcones y las palomas de lo que alguna vez fue Cambiemos están condenados a mantener la unidad, so pena de dinamitar las posibilidades de llegar a Balcarce 50 a fin de año y de sentar en el sillón de Rivadavia a su candidato. A pesar de la distancia que separa a Rodríguez Larreta de Bullrich, y de sus riñas, destinadas a incrementarse sin solución de continuidad hasta que se substancien las PASO, sus principales problemas pasan por otro lado. El riesgo de rompimiento no existe. Lo que plantea el caso Schiaretti -para darle un nombre- es la siguiente pregunta: ¿si acaso ganasen la elección presidencial, podrán ponerse de acuerdo cuando deban votar e instrumentar las reformas estructurales que requiere el país?

En la vereda oficialista, mientras tanto, Daniel Scioli y Victoria Tolosa Paz no parecen tener la voluntad de dar el brazo a torcer. A estar a sus declaraciones y a los movimientos hechos para recoger heridos del kirchnerismo y acercarse a peronistas descontentos con los manejos de La Cámpora, su propósito es presentarse en las PASO y darle pelea a Wado de Pedro o a quien hubiese elegido Cristina Fernández. Aunque nunca lo reconozca en público por razones obvias, el embajador en Brasil sabe que es una tarea poco menos que imposible ganar en los comicios del 11 de agosto. Pero aspira a hacer una elección razonablemente buena y con ello asegurarse el número de diputados que le corresponde a la minoría en cualquier interna partidaria. La única duda que sobrevuela a sus seguidores es si el ex–gobernador de Buenos Aires resistiría una orden de la vicepresidente de hacerse a un lado.

Si bien Sergio Massa no se resigna a quedar fuera de carrera y se reserva la bala de plata que le queda para negociar con el Fondo Monetario, sus chances de desplazar a los demás participantes, eliminar cualquier competencia interna y erigirse como el único candidato del Frente de Todos, son escasas. Merece un premio como prestidigitador, habilidad que una vez más mostró a su regreso del viaje a China. Habló como si, gracias a sus gestiones con el gobierno de ese país, las reservas de libre disponibilidad del Banco Central hubiesen engordado de manera significativa, lo cual dista mucho de ser cierto. Se maneja con una seguridad que asombra respecto de unos logros que brillan por su ausencia; pero es menester reconocerle audacia. Se mueve con soltura en medio de una tempestad que no cesa y espera que el FMI ceda -al menos en parte- a sus suplicas de auxilio. Si lo consigue, Massa podrá ufanarse de que el gobierno llegará a las PASO sin devaluar, gracias a su pericia. La contracara de sus ilusiones presidenciales será el índice de inflación de mayo.

Vicente Massot